Opinión

Corre, que te multan

Con toda la cautela que pueda ser considerada pertinente, es decir, con mucha, muchísima cautela, paso a darle sucinta relación de una noticia que acabo de conocer ahora mismo. Aún no la vi reflejada en los periódicos y creo que debe ser falsa de toda falsedad. Entonces por qué me atrevo a comentarla con ustedes. Pues por algo tan sencillo como terrible: porque me la creo. Creo que puede ser cierta, creo que es posible que hoy por la tarde, mañana por la mañana o dentro de una semana los telediarios nos ilustren al respecto y lo hagan mientras la generalidad de la ciudadanía ni se inmuta. Yo tampoco, es verdad, pero me estremezco.

Me dicen, fuentes de toda solvencia, el hecho de no indicar a la DGT, Dirección General de Tráfico, que te has cambiado de casa puede costarte una multa de 80 euros. Sigo. Conducir con el carnet caducado 200 euros, cantidad muy acorde para quienes no llegan a los 600 euros de ingresos mensuales y aun más para los que se hallan en el paro. No haber pasado la ITV otros 200 euros, y así seguido hasta el disparate.

Siento poder confesarlo y sé que cruzar despacio por un paso de cebra o por una carretera supone el ejercicio abusivo de un derecho, pero me temo que zumbarte 80 euros por hacerlo constituye una arbitrariedad. ¿Quién mide o determina la velocidad del paseante? ¿Quién dispone la ecuación edad/velocidad/distancia?

Daría la impresión de que, esta gente que nos gobierna, viese demasiadas películas de las que suelen emitir las cadenas de televisión que lo hacen en abierto y se quedasen con las palabras que más a menudo en ellas se pronuncian; al menos en las películas de acción: ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!... y así nos va.

¿Se imaginan ustedes nuestras calles ocupadas por gentes urgidas por las prisas producidas por el temor a ser multadas? Ni sosiego vamos a tener para caminar charlando apaciblemente o deteniéndonos a observar a la gente que pasa y que, a partir de la promulgación de esas normas, lo hará a todo correr porque ochenta euros son muchos euros y no está la cosa para despilfarros.

Mientras circulamos por las carreteras hay helicópteros que nos sobrevuelan para fotografiarnos si pisamos una raya, adelantamos de manera inapropiada o nos multan porque, desde allí arriba, detectan la velocidad a la que circula nuestra máquina; al mismo tiempo, otro helicóptero sobrevuela nuestra casa y la fotografía para cobrarnos más impuestos y una maquinita nos dice lo qué hemos ganado, en lo qué lo hemos gastado, cuánto hemos ahorrado y, si tenemos dinero en casa, nos avisa de que eso está muy mal visto y que estará muy indicado que lo deposites en un banco.

El ojo del Gran Hermano Estado nos vigila, sabe de todos nuestros movimientos, si le da la gana lee nuestros correos electrónicos y, a pesar de que tengamos nuestros teléfonos móviles apagados, si quiere, tiene medios para escuchar lo que estemos hablando. Yo no sé si se estarán pasando.

Ahora pretenden que no andemos despacito y están dispuestos a multarnos en caso de no hacerlo. Nada empieza a sernos fácil. Si usted se cambia de domicilio el guirigay que se le organiza con el cierre o traslado de sus cuentas bancarias es de tal magnitud y de dificultad tan extrema, le llevará a usted tanto tiempo, que mejor es que delegue en una agencia si es que hay alguna dispuesta a sustituirle porque su presencia va a ser, lógicamente, necesaria en no pocos lugares de trabajo.

Pagará usted lo que le digan y lo hará sin rechistar porque si no le amenazarán con incluirlo en esas listas de morosos y mientras permanezca en ellas no dispondrá de tarjetas de crédito, ni de débito, ni de nada. Su vida se convertirá en un martirio. ¿Sabía que hay bancos que ilustran a su personal en el arte de desafiar a la gente a que los denuncien? Lo hacen en la convicción de que, ahora, muy poca gente dispone del dinero necesario para hacerlo y muchísima más la que no puede iniciar un proceso de años que le va a costar un Potosí, mientras que los bancos sí pueden permitírselo.

Y mientras, el Estado, no hace nada para evitar esa instrumentalización de los ciudadanos, meras hormiguitas productoras, susceptibles de ser aplastadas al menor desvío que tengan de la hilera por la que deben circular, a toda prisa, porque sino las multan.

Es comprensible que aquellos que se den cuenta de la realidad en medio de la que vivimos estén que botan. Ahora mismo, cuando se acercan las elecciones, y empiezan a recordarnos que tenemos que votar. ¿A quién y para qué? 

Hace una semana un periódico de Madrid titulaba, en primera página y a toda plana, que Podemos quiere subir el IRPF a aquellos contribuyentes que superen los 50.000 euros de ingresos anuales y al leerlo lo primero que se venía a la mente al lector medianamente despistado es que tal medida constituye en sí misma un disparate. ¿Lo es, es un disparate? Pensémoslo bien antes de responder de cualquier modo.

Es indudable que debemos de ir a votar y que, al menos en esta oportunidad, deberemos hacerlo a favor de aquellas personas que nos ofrezcan confianza. En caso de haberlas, claro. En el contrario allá cada quien con su conciencia. Pero en las venideras, ay, en las venideras, es de suponer que la cosa ya no vaya a resultar tan fácil. 

Por eso es de desear que, a ellas llegados, estén las cosas lo suficientemente claras como para distinguir a unos de otros, a unas medidas de otras, a los capaces de cambiar las leyes de los incapaces o desinteresados en hacerlo. Ojalá acertemos porque si no me veo cruzando los pasos de cebras al esprint a mis setenta años. Ni imaginarme quiero lo que me puede esperar de llegar a los ochenta.

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