Opinión

Dios libre al escritor de cobrar por sus novelas

Regreso de Madrid en tren. De momento el viaje hasta Compostela implica casi las seis horas. Podría estar llevando unas tres menos, pero se ve que los catalanes mueven bien los raíles, entiéndase los hilos, y es de temer que los próximos felices años veinte que nos prometemos al respecto no lleguen nunca a serlo. Quiere decirse que al AVE podemos imaginárnoslo volando.

Regreso de Madrid en tren. Lo hago en el Alvia. Anochece. Queda velado el monótono pero también hermoso paisaje castellano, verde como el trigo verde en estos días primeros del invierno, de modo que dejo de entretenerme contemplándolo. ¿Será mejor leer? ¡No! Si uno lee mucho, seguro que acaba escribiendo algo. Estos no son tiempos propios para fabulación alguna; mejor dicho, para fabular nada, ni para imaginarse cosas.

Decido entretenerme con el teléfono que nosotros llamamos móvil y por el extranjero de fuera, excluida Cataluña, denominan portátil y también celular, acaso por que su proceso de reproducción sea equivalente al seguido por las amebas; adictas que son estas al de mitosis, conocido igualmente como carioquinesis. Tanto es lo que han proliferado últimamente, tanto peligro encierran. En sus redes, conocidas como sociales, quedan atrapados algunos buenos peces con más frecuencia de la que nadie hubiera dado en suponer. Enciendo, pues, el móvil y me asomo a su pantalla, esa ventana abierta al mundo.

Me sorprende el correo-e de un amigo. Es escritor. En su momento incorporó nuestro sistema literario gallego al nuevo arte de narrar novelas haciéndolo con los temas y las formas propios de estos tiempos, con los modos conocidos como propios de la modernidad; es decir, con pocas vacas, escasas nieblas, apenas aldeas de las que ya han desaparecido, ya saben, lo hizo escribiendo novelas como se pueden escribir por ahí afuera, ya saben, sin pudor alguno ni vergüenza enxebre, poco castizas, vaya. Lo hizo tanto y tan bien que no es miembro ni de número ni de nada de la RAG y tuvo que optar por un silencio que, según me anuncia, quizá rompa en breve plazo.

¡Dios, qué disgusto me da! Con lo bien que estaba viviendo este buen amigo mío no sé cómo se le puede ocurrir pensar en abandonar la placidez lograda. Creí que habría aprendido la lección. Lo segregaron no por escribir mal, que eso aquí no se penaliza, ni siquiera por escribir bien, que aquí eso no es que se valore demasiado, sino por pensar y hacerlo por su cuenta pues hubo un tiempo que apostó por la ejecutoria de un político de afuera empeñado en que fuesen promulgadas las leyes que cambiaron nuestros hábitos sociales pues, desde que lo fueron, ya no se fuma como y en donde se fumaba, ni se bebe como se bebía antes de conducir un coche, también quedó establecida la unión conyugal entre personas del mismo sexo, el sistema sanitario evolucionó hasta ser universal y gratuito y así un etc. etc. etc. de medidas que las mentes bien pensantes velaron hasta convertirlo en único causante de la crisis provocada por las hipotecas sub-prime, la burbuja inmobiliaria y la prima de riesgo, entre otras causas, traídas de la mano del alto capitalismo financiero, al que es casi seguro que lo haya inventado él, el ex presi del país, un tío sano. Y con él, al parecer, mi buen amigo escritor.

El caso es que me escribe mi amigo, todo alborozado, anunciándome que, estando próximo a los sesenta años de su edad, está decidido a jubilarse y que quizá, quizá, alcanzada la jubilación, quizá vuelva a escribir novelas. Escribir novelas es algo que nos ayuda a construir nuestro imaginario colectivo. Ya saben lo que decía Aristóteles acerca de que la Literatura ha de servir para que en ella los seres humanos se reconozcan a sí mismos. Mi amigo escribe novelas que colaboran a eso. Leyéndolas nos hacemos mejor gente. Breogán lo coja confesado. Diré por qué.

En este país gobernado por Rajoy el arte de novelar está penalizado a partir de la edad en el que uno puede novelar haciéndolo con el oficio decantado durante largos años de experiencia. Mientras música y poesía son artes de iluminación, propias de la precocidad, la pintura y la novela lo son de madurez; estás muriendo y sigues aprendiendo, pues bien, una vez llegados a ella, a la madurez creativa, Dios libre a los escritores de cobrar por sus novelas.

Puede el viudo de la duquesa de Alba cobrar su pensión de funcionario y tres mi euros a mayores de otra más que le pasen sus hijastros, luego de tres esforzados años de matrimonio canónico, puede. Pero ni Caballero Bonald, ni Antonio Gamoneda, ni tantos y tantos otros, incluido mi amigo de incurrir en semejante caso, no pueden ver ni siquiera ligeramente aumentadas sus exiguas pensiones con el resultado de su creatividad acrecentada.

Sí, en cambio, podrán hacerlo sus herederos que, una vez jubilados podrán seguir cobrando los derechos de autor que hayan heredado de sus padres escritores, extremo este que puede hacer deducir que lo castigado es el arte de escribir, en resumidas cuentas: la cultura. No era suficiente con el IVA cultural elevado al 21%. Ahora, posiblemente antes de irse, estos quieran dejarlo todo atado y bien atado.

Por eso yo no puedo alegrarme enteramente por las intenciones que me anuncia mi amigo, el buen escritor del que les hablo. No sabe en qué berenjenal fiscal se mete, en que frustración se va a ver envuelto. No se da cuenta de que en este país se pueden cobrar, además de tu propia pensión, que no es un regalo del Estado sino la devolución de parte del dinero cuya administración le confiaste, las rentas heredadas de tus padres, derivadas de sus diversas propiedades materiales, pero no las que lo sean de tu propiedad intelectual. ¿Cuál mayor castigo? Escribir en España sigue siendo llorar, como afirmó Larra allá en el siglo XIX.

¿Así que franquistas estos que así lo decidieron? Ojalá lo fuesen decimonónicos herederos que son de Fernando VII, a los que podemos oír reír como el Perro Pulgoso de Penélope Lamour cada vez que alguien susurre tan siquiera la denuncia que le puede costar un buen disgusto, así que ¡vivan las caenas!” Mariano, Mariano, quién te ha visto y quién te ve.

Te puede interesar