Opinión

Dios ya no es lo que era

Hace años, muchos años, los suficientes como para pensar que la atribución pueda ser cierta, que se le adjudicaba a un pariente mío una pintada, la primera que después se generalizaría haciéndose famosa, en la que se advertía que "Dios ha muerto, Marx ha muerto, Nietzsche a muerto, Freud también ha muerto y yo no me encuentro nada bien".
No daré el nombre de este primo hermano mío, para que nadie le discuta su posible gloria o por si esta no fuese tan fácilmente atribuible, me refiero a su reconocimiento, como yo lo estoy haciendo ahora. Pero si diré que otra de sus pintadas figuró, según también se afirma, en las paredes del cementerio y rezaba: "La tierra para el que la trabaja. Vagos, levantaos".

Surgió el recuerdo de esta segunda pintada, al aire de la primera, aireada que antes había sido esta por la consideración de que, al menos en algunas zonas del planeta, es decir, de la pequeña y frágil nave a bordo de la que deambulamos erráticos por la galaxia, ya no es necesario acudir a Dios cada vez que una hambruna, una epidemia o la guerra las sacuden. 

Sucede así desde que se puede concluir una guerra del modo en la que los EEUU lo hicieron con la denominada Segunda Guerra Mundial. Sucedió así una vez visto y comprobado que era tal y tan grande la desmoralización de sus ejércitos y la del propio pueblo norteamericano, ante el demoledor efecto de los kamikazes nipones, que podrían perderla en el plazo de tres meses. Antes de eso, acordaron los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki. Soltaron las bombas atómicas y se acabó la guerra. Un proceder que mejor es que no se generalice, pero fue un eficaz procedimiento al fin y al cabo. Así que, de un modo u otro y dejando a un lado al primer jinete del Apocalipsis, al Anticristo, al que cabalga montado en un caballo blanco, armado no recuerdo si de un arco o de una espada, desde ese momento, ya no hay que recurrir necesariamente a Dios para acabar con una guerra y basta con echar mano de una buena bomba.

Desde entonces, no en todas, pero si en algunas zonas de la pequeña y errática nave llamada Planeta Tierra, la humanidad ha avanzado tanto en sus conocimientos que los otros tres jinetes del apocalipsis pueden dominar, si quieren, claro, la marcha de sus cabalgaduras, deteniéndolas. Hoy la enfermedad, las cíclicas epidemias de esta o de aquella peste, desde la de cólera a la bubónica, desde la gripe del 18 a la actual y anualmente mutante conocida como A, hasta la del sarampión, la viruela o la del propio sida que hoy es tratado ya como una enfermedad crónica, pueden ser detenidas sin recurrir a las plegarias. Incluso la lluvia puede ser provocada o detenida. Lo mismo sucede con el hambre. Mientras que en algunas zonas la gente se sigue muriendo a costa de ella, en otras, tal y como ésta en la que afortunadamente vivimos, el hambre ya no empuja a las gentes a emigrar en busca de alimento. No es necesario, por lo tanto, invocar a Dios como se invocaba o recurrir a Él con convicción idéntica a aquella con la que antaño se recurría. Mientras tanto mi primo, por cierto, se encuentra ya bastante bien y recuperado.

Al menos en este tipo de cuestiones no es que Dios haya muerto, pero sí que ha visto muy delimitadas sus ocupaciones. Ahora ya no es imprescindible recurrir a Él. Es suficiente con que se cree una comisión parlamentaria que se ocupe en dilucidar de quién es la culpa. ¿Quiere esto decir que, por ejemplo, la Guerra de Iraq se pueda atribuir, ya que no a la Vieja Santísima Trinidad, sí al famoso grupo de cantantes conocido como El Trío de las Azores? Se diría que sí, con lo que se nos puede venir encima otro peligro: el de la divinización, ya que no del señor Aznar, si de aquellos que a imitación de los romanos, rigen el actual imperio. La verdad es que no es muy contemplable un Bush divinizado, como si fuera el emperador Augusto pero, dado el camino que llevamos, sí es fácil imaginar, en cambio, a Donald Trump revestido de toga, nombrando senador a cualquier cuadrúpedo intelectual de los que lo rodean, y adquiriendo la divinidad si es que todavía ya no ha contemplado así su ejecutoria.

Referido todo esto a nuestro ámbito resulta cierto lo afirmado por Felipe González, en su momento, cuando sentenció que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Claro que entonces nadie esperaba que llegase Mariano Rajoy dispuesto a poner de nuevo las cosas en su sitio. La verdad es que pudiera parecer necesario que llegase un prócer como él dispuesto a tarea tamaña porque había desaparecido la hambruna, pero estaba aumentando el número de obesos mórbidos lo que constituye otro modo de defunción, algo más lento y gratificante, sí, pero igualmente eficaz aunque desaconsejable; también se estaba viviendo demasiado y ya que no organizando guerras y habiendo que eliminar gentes eran demasiados los hijos que, llegadas las vacaciones, dejaban a sus padres en las salas de urgencias de los hospitales o los abandonaban en las gasolineras y si te he visto no me acuerdo, con lo cual se hizo necesario efectuar recortes en la sanidad pública a fin de contrarrestar de un modo rápido tendencia tan atroz que ni Jonathan Swift la suscribiría. Gracias a ello, ya se va muriendo más gente, la cosa se equilibra y se llega a comprender que, a algunos, Mariano Rajoy les resulte divino.

Te puede interesar