Opinión

El cuñado se cargó a la suegra

Vivimos tiempos azarosos. El cuñado ha venido a ocupar aquel lugar, escasamente privilegiado, que antaño ocuparon las suegras y ahora el imaginario popular empieza a nutrirse de chistes y más chistes sobre la depauperada figura del hermano de nuestra esposa.
Cuando no son chistes sobre el cuñado, son afirmaciones sobre su existencia y la incapacidad laboral que lo acompaña, cuando no sobre la capacidad cognitiva que posee, de modo que el trabajador que maneja la señal de stop en la carretera para regular el tráfico, permitiéndolo alternativamente en un sentido o en otro, ese, siempre es el cuñado del contratista de la obra. Y de ahí para el norte; es decir, a partir de ahí todo será elevar el tono y acentuar la incompetencia.

Antes, las suegras eran malvadas, pero inteligentes. Ahora los cuñados son tontos e inútiles, vagos y cómodos ciudadanos sin empleo fijo que se te cuelan en casa y ya nunca jamás serás capaz de deshacerte de ellos. El mundo es puro azar. La suegra surgió en un mundo de recatadas doncellas -perdón, de nada catadas doncellas- que dadas las cotas de viudedad alcanzadas en esos tiempos se te instalaban en casa y ya no la abandonaban. Entonces, los manuales al uso, en un alarde del más puro y reinante machismo, aconsejaban que antes de llegar al matrimonio, el joven aspirante, debería fijarse en el culo de la madre de su novia y en la cartera de su padre pues indefectiblemente habría de heredar ambas y tangibles realidades. Recuérdese que eran tiempos en los que, según advertía el manual de FEN, de Formación del Espíritu Nacional correspondiente al quinto año de bachillerato, entonces bachillerato superior, el cabeza de familia era siempre el padre y lo era por designación divina de modo que, en su ausencia, tal condición recaería no en la madre, como muchos ignorantes estarán anticipándose a pensar, sino en el hijo mayor. La vida fue así en algún momento.
Entonces, la herencia que le correspondiese a una esposa era manejada por su esposo y no había más que hablar. Estas cosas pueden sonar hoy a ciencia ficción o, lo que es casi lo mismo, a pura teología, pues era Dios quien así decidía las cosas; desde la Jefatura del Estado, hasta el ejercicio de la gobernación familiar y de modo que, cuando quien escribe se casó por primera vez, allá por el no tan lejano 68, si una afligida esposa necesitaba abrir una cuenta bancaria podría hacerlo contando siempre con la autorización de su muy ínclito esposo tan bendecido así por la designación divina.
Desde entonces el mundo ha venido cambiando. Ha habido grandes avances. La suegra ya no viene en el lote del casamiento, la mujer sigue estando explotada en casa y ya lo está también en el trabajo; al menos en la mayoría de los casos que otros hay (y se conocen) en los que no lo están ni en un sitio ni en otro, casadas que están con insignes explotadores y así el mundo vive en un pleno azar que va y viene saltando de flor en flor como una mariposa encaprichada del olor de cierta rosa. 

¿Quién trajo, pues, al cuñado? ¿Quién incorporó su figura hermética y perezosa, abatida y desganada, en el imaginario popular? Posiblemente haya sido el paro, por un lado, y, por otro, los contratos eventuales, los contratos de falso autónomo, los eventuales, los que se firman por un día y aun por unas horas, aunque resulte que debas trabajar doce, todos ellos, todos esos contratos que se firman en tales condiciones y aun aquellos que no son firmados, toda la falsa realidad que componen, en esta España que al parecer salió ya de la crisis mientras permanecen en ella la mayoría de los españoles, son los que nos han traído la figura del cuñado, ese personaje en paro laboral que, a fuerza de sopapos, acaba en paro vital y ensimismado.
La pregunta es la de que si, empujados por una realidad, hicimos chistes sobre las suegras hasta que esa realidad fue modificada y si, empujados por otra realidad, hacemos ahora chistes sobre los cuñados, qué chistes serán los que hagamos dentro de unos años cuando la realidad que se nos ofrezca nos empuje a ello. Mejor es no pensarlo. Se dice así porque hace ya algún tiempo se pudo leer en algún sitio que las altas ejecutivas neoyorkinas, solteras la mayoría de ellas, buscaban emparejarse, siempre de forma breve y libre de compromisos, con musculados y jóvenes trabajadores manuales, quince o veinte años más jóvenes que ellas, que las liberasen de tensiones. No es la primera vez, a lo largo de la Historia, en la que una clase privilegiada de mujeres -y la de las altas ejecutivas de Manhattan constituye una de ellas- ejercen como reinas en un reino de zánganos. El de las amazonas siempre ha sido un territorio posible, cuando no real y, por mucho que algunos lo tilden de utopía, accesible a quienes la fortuna haya sonreído.

¿Pensar en quién ha de sustituir a la figura del cuñado posiblemente sea un ejercicio tan inútil como haber perdido el tiempo pensando en quién podría haber sustituido la de la suegra, sin darse cuenta de que es la condición humana la que siempre prevalece y que visto lo visto no ha de cesar nunca la explotación de los unos por los otros sino que, como las procesiones, esta vaya y venga de un lado a otro, de una esquina a otra, de un sexo a otro sexo o de una condición a otra. Pero siempre ha de estar ahí el ser humano, presente, haciendo gala de buenos deseos, sí, por lo menos una vez al año.

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