Opinión

España y el cortijo del abuelo

Las no tan lejanas declaraciones de una exministra del recientemente cesado gobierno de Mariano Rajoy que, al parecer, afirmó que lo sentía por España, que sentía por España el cese en sus funciones del ejecutivo del que había formado parte, me han dejado algo en suspenso.

Debo decir, para comenzar por algún lado, que acabo de expresar mis dudas acerca de si lo afirmó o de si no lo hizo. Les diré por qué. Repasen, si a bien lo tienen, el párrafo anterior y comprueben la presencia en él de ese "al parecer" que empieza a ofrecérsenos como una insoportable muletilla equivalente a la que supone ese "presuntamente" que indujo, hace ya algún tiempo, a un conocido locutor radiofónico a afirmar que, el cadáver aparecido con la cabeza separada de su cuerpo presuntamente estaba muerto. 

Son tantas las noticias falsas, tantos los muros, las paredes, las páginas o las ondas en las que se cuelgan, las pantallas sobre las que noticias aparecen y está la credibilidad de las fuentes de las que proceden tan distribuida y deteriorada que en no pocas oportunidades sabes que leíste algo, pero olvidaste en dónde, de modo que pierdes la seguridad o al menos condicionas tu opinión de forma que esta se debilita ante el temor de que puedas resultar injusto. Este es el caso en el que me encuentro. ¿Habré leído o soñado que la señora Cospedal dijo que lo sentía por España?

Cela, que tenía un lenguaje muy cervantino, trufado de bíblico en tantas oportunidades, reconozcámoslo, aunque nunca o casi nunca lo determinase en el sentido apocalíptico, sino en el de los misterios más gozosos, no sé que hubiera dicho. Sentir la propia ejecutoria gubernamental como la más deseable o conveniente para el conjunto de la ciudadanía es o debiera ser lo propio de cualquier gobernante. Pero afirmar que lo siente por el bien de un concepto fundamentalmente político, cual es el de Estado, que no siempre tendrá que ver con el de Patria, merece unos cuantos comentarios.

Antes de seguir avanzando pongamos un ejemplo que pueda resultar aclaratorio. Con independencia de que no debiera de haber permanecido en donde lo hizo, el hecho de que el señor Rajoy hubiese prolongado la sobremesa durante tantas horas, en vez de haber estado ocupando su escaño en el Congreso, hace que yo, como gallego que soy y de un modo absolutamente cierto, ya que como español depende y según de dónde el españolito sea, me sienta representado. Esto es así y no le demos vueltas. A los gallegos nos gusta hablar despacio, fumarnos un buen "xaruto", seguir dándole a la caña que otros llaman orujo o dándole al licor café que es una síntesis perfecta y además incorpora ese azúcar que hace la vida dulce, la digestión más calurosa y lenta, la conversación amena y la visión de nuestro entorno, qué voy a decirle de la visión de nuestro entorno, incluso acogedora y deseablemente duradera. Así que como gallego la actitud del señor Rajoy permaneciendo oculto en un semioculto comedor de un restaurante que al parecer también es algo gallego, no solo me representa sino que, si lo pienso bien, incluso me reconforta. Otra cosa es que me produzca igual efecto como ciudadano preocupado por el curso político, económico y social de los asuntos públicos que de un modo u otro a todos nos afectan y conciernen.

Pues lo mismo sucede con el comentario de la señora Cospedal afectado de ese mal endémico nuestro que consiste en confundir a menudo el todo con la parte, la parte con el todo y el culo con las cuatro témporas del año según a menudo recordaba el maestro Cela. 

A la inmensa mayoría de la población española, a los más de los ciudadanos españoles, habrá que esperar al menos unos meses para saber cómo les ha sentado y cómo están sintiendo el cambio de gobierno porque lo que sí sabemos es cómo, esa mayoría, siente en sus carnes los recortes padecidos, el deterioro de sus vidas y de sus empleos; en fin, la marabunta en la que está envuelto el Estado del Bienestar hasta hace unos años generalmente disfrutado. 

Cierto es que existe una minoría a la que la política aplicada por el gobierno recientemente cesado le ha sentado de maravilla y confundir a esos privilegiados con España resulta, cuando no un atrevimiento, algo en exceso obsceno porque hacerlo así induce a pensar que, tal modo de pensar y proceder, sí representa a una parte de la ciudadanía, acostumbrada a considerar el solar común como el cortijo del abuelo, en detrimento no solo de los derechos de los tíos del pueblo, los abuelos aldeanos o los parientes pobres que lo son porque un extraño dios así lo quiso, lo quiere y deberá seguir queriendo así por los siglos de los siglos.

¿Lo sentirá realmente por España, si es que así lo dijo? Hasta es posible que sí, que así lo sienta. Pero se trata en todo caso de una España muy pequeña, cada vez mucho más pequeña, que no nos representa a todos aunque sí a ella y a esa forma de pensar. España, el Estado que la forma, no puede seguir siendo patrimonio, se diría que casi familiar, de unos cuantos porque es privilegio y patrimonio común que nos pertenece a todos y a todos nos representa. A ver si de una vez lo hace. Quizá suceda cuando el Senado acoja en su seno la realidad que el Congreso ignora y la señora Cospedal no entiende.

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