Opinión

Michelle Obama se desvela

No sé por dónde empezar. Entonces voy y lo hago por donde nunca debería hacerlo. Por reconocerlo. Pero es que la actualidad, ya saben, esas noticias que enseguida se desvanecen en nuestra memoria, diluyéndose en pocas horas, de forma que acaso debiéramos llamarla la instantaneidad, también a mi se me escapa como si fuese agua entre los dedos. Tan rápidamente fluye la actualidad. Lo hace de forma tan incontenible que nos deja casi siempre en la sobrecogida espera de que algo más suceda, sin que advirtamos la puñetera y muy esquiva realidad, convirtiendo casi en una obsesión el afán de no referirnos nunca a ella. Sin embargo está ahí, latiendo, reclamándonos nuestra atención, siquiera sea a toro pasado.

El viernes de la pasada semana, por ejemplo, a primera hora, la actualidad era que Michelle Obama se había ido a la Arabia Saudí y había armado una buena. Acompañaba a su marido que acudía, presuroso, a presentar sus condolencias a la familia real por el reciente óbito de su hasta entonces más preclaro representante, y lo hacía desvelada, no a causa del cambio horario, la jet-lag y otras mandangas, sino a la carencia de un velo que cubriese su hermosa cabeza de matriarca negra, quiere decirse, afroamericana…non vaia ser o demo. Tal desvelada actitud se consideró una provocación. Hirvieron las redes sociales, se agitaron las conciencias y todo comentario y valoración fueron posibles.

No hace demasiado tiempo, yo ya vivía entonces, nuestra sociedad exigía a las personas de sexo femenino -¿se fijan en lo políticamente correcto de la expresión utilizada?- que acudiesen veladas a la iglesia. Solían hacerlo cubiertas con un velo negro cuyas dimensiones dependían de cada presupuesto familiar. Las muy veladas incluso disponían de un reclinatorio que, en ausencia de ellas, a nadie se le ocurría utilizar. Sus velos solían ser así como de encaje de Camariñas –nunca se me ocurriría decir de Brujas- que iban descendiendo en profusión y belleza según menguase el presupuesto familiar, es decir, la posición social de las portantes. ¡Ah, el presupuesto! Te llevaba del reclinatorio a las primeras filas de bancos. En ellas sobre los asientos aún yacían algunas almohadoncitos –igualmente bordados- sobre las que pudiesen descansar sus blandas rodillas las damas de no muy alta estirpe, pero casi. En las filas siguientes éstos habían desaparecido, pero aún sobrevivían las estrechas tablas de madera que liberasen a las genuflexas del contacto con la fría y húmeda piedra del enlosado eclesiástico. Mientras, al fondo y en las naves laterales, siguiendo el orden citado, se distribuían aquellas mujeres de menor cuantía, me refiero al presupuesto, claro está. Como está claro que también había varones, que no iban velados, sino descubiertos, pero de ellos hablaremos otro día. Eran tiempos cuya actualidad aún late, prueba de ello es que ustedes ya han leído hasta aquí. Continuemos. Se han ido esos tiempos, o eso creemos. Pero de alguna forma aún siguen latiendo en la conciencia colectiva. No poca de nuestra gente ha criticado a Mrs. Obama por exhibir su melena hermosa y provocar un conflicto.

Hace muchos años, siendo presidente de los EE. UU. Dwight D. Einsenhower, su Secretario de Estado, un feroz anticomunista que no era católico, John Foster Dulles de nombre, asistió a la ordenación sacerdotal de un hijo que había profesado, si no recuerdo mal, en la Compañía de Jesús, la del Papa Francisco. Durante la ceremonia, Foster Dulles guardó un absoluto respeto y, llegada la hora de la consagración, él y su esposa, que no llevaba velo, permanecieron sentados. Sin embargo no recuerdo que nuestra prensa se encarnizara con ellos. Ya entonces empezábamos a admitir la diferencia si no es que ya la admitíamos de todo. Nuestras normas eran válidas y exigibles para nosotros, pero no debíamos imponérselas a nadie. Para empezar, Foster Dulles y su esposa no le habían impuesto sus creencias a su propio hijo.

Hace muchos más años, el conocido como Motín de Esquilache, se produjo porque había sido prohibido embozarse a los varones, se les había obligado a doblar (haciendo tres picos) las alas de sus sombreros y alumbrado las calles con farolas. De acuerdo, si quieren, en que esa fue la disculpa en ocultación de otras razones. Pero concuerden conmigo en que había un caldo de cultivo que propició la que les digo.

Ahora mismo, será obsecuencia lo que lleva a muchos ciudadanos nuestros a defender el velo, o incluso el burka para nuestras mujeres, en determinadas ocasiones como la citada, haciéndolo hasta extremos difíciles de imaginar, como si fueran estos nuestros otros y pasados tiempos? Aun a riesgo de ser un poco bruto ¿me dejan que les cuente en que consiste la obsecuencia? Pues bien, disimúlenmelo, obsecuencia es la que yace en la actitud del ayudante de cátedra que se vuelve, mientras está siendo sodomizado por su superior jerárquico, y le dice a éste: Perdone, señor catedrático, que en situación tan íntima esté dándole la espalda.

En ocasiones, la realidad, se ve afectada por la instantaneidad, y eso nos lleva al borde de la obsecuencia. El rápido fluir de lo instantáneo, hace que sustituyamos, de modo insensible, la realidad por otra, y otra, y otra y otras más, interminablemente, sin darnos cuenta de que sedimenta un poso que conforma nuestra realidad, no nuestra actualidad, de modo inadvertido. Por eso a mi, pasados unos días, pensándolo bien, me parece estupendo lo que hizo Michelle Obama. Que Alah la bendiga.

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