Opinión

Milhouse, Robin Williams y lo de París

Hace ya bastantes años tres amigos nos sentamos a tomar un café. El primero de los tres, aquel del que los otros dos pretendíamos que dejase satisfecha nuestra curiosidad, había sido compañero mío de bachillerato en el instituto conocido ahora como el Otero Pedrayo, pero que antes era llamado del Posío. Si recordase ahora a este amigo, en su imagen más su juvenil, diría que tenía un cierto aire con el Milhouse de los Simpson que, entonces, todavía no había sido dado a luz.

El segundo de los sedentes era un entonces y también ahora muy querido amigo mío, también ya fallecido, como Milhouse, al que déjenme que le llame así porque lo hago con cariño. Además era su cuñado; es decir, que había amistad, cariño y confianza suficientes entre nosotros tres como para que le formulásemos la pregunta que le formulamos.

Milhouse, acababa de conseguir ser trasladado a Galicia, tenía delante de él a su cuñado y a su viejo amigo del bachillerato, venía de Euzkadi, eran los tiempos duros del terrorismo etarra, y queríamos una versión cierta de lo que allí estaba sucediendo. La suya provendría de boca de alguien que merecía nuestro aprecio y confianza, contaba además de con nuestra credibilidad y afecto, también con nuestra lealtad.

Nos sorprendió la respuesta. Resumiéndosela ahora a ustedes, lo que vino a decirnos, sonriendo beatíficamente, fue que aquel del que venía era el mejor de los mundos, que de terrorismo nacionalista no se podía decir nada, nada de nada, y que aquí paz y después gloria. Confieso que nos quedamos algo atónitos pero lo aceptamos, nos lo decía Milhouse.

Los tres volvimos a coincidir al cabo de un año y volvió a salir el tema vasco. Sorprendentemente empezó a hablar en tono crítico de la experiencia vivida durante sus años de permanencia en Euzkadi. Lo que ahora nos estaba contando Milhouse no tenía nada que ver con la milonga que nos había cantado hacía ya un año. Su cuñado, que puestos a buscar parecidos recordaba a Robin Williams, el de “El club de los poetas muertos”, se lo recordó: Pero tú hace un año decías todo lo contrario, le espetó y Milhouse le respondió: ¡coño, es que hace un año no sabía con quién estaba hablando!

Volvimos a quedarnos atónitos. Hacía un año, cuando no había querido llamar a las cosas por su nombre, estaba a novecientos kilómetros de Euzkadi, charlando con el hermano de su esposa y con su amigo y había tenido que transcurrir todo ese tiempo para que se atreviese a hacerlo.

El terrorismo nacionalista, llámesele terrorismo etarra o dígasele terrorismo vasco además de ser terrorismo puro y duro tenía un origen cierto, una procedencia indiscutible. Era terrorismo amparado en la defensa de la nación, de la Robin Williams y para mi también indiscutible nación vasca. Pero era terrorismo y era nacionalista. No se podía decir que todos los vascos, tampoco todos los nacionalistas vascos fuesen terroristas pero era indudable que el terrorismo padecido en aquellos tiempos tenía un origen, que ese origen era nacionalista y que había que llamar a las cosas por su nombre.

Este recuerdo viene martilleándome la cabeza desde el sábado por la noche cuando mi hija pequeña me llamó desde París para contarme que estaba en el cine, viendo una película, cuando este fue desalojado, previa explicación pertinente, en razón de las explosiones y de los tiros que se habían producido en las inmediaciones del edificio.

La razón de mi recuerdo de lo hablado con Milhouse y Robin Williams hace tantos años a cuenta de lo vivido por aquel en el País Vasco y de las versiones que nos dio en las dos diferentes ocasiones, está directamente relacionado con no pocas de las opiniones surgidas a raíz de la reciente masacre parisina sobrevenida apenas diez meses después de las sufridas en la redacción de Charlie Hebdo, una, y en el supermercado judío la otra.

Desde entonces y de nuevo ahora casi toda opinión crítica, siquiera sea ligeramente extremada, sobre el terrorismo sea este llamado árabe, yihadista o islamista, suscita la reacción consistente en calificarlo como islamofoba y el temor a que así se considere al que pronuncia hace que se disfrace la realidad de una manera que, como lo hizo Milhouse en la primera ocasión, la desvirtúe hasta casi desnaturalizarla.

El terrorismo padecido en Francia, como el entonces padecido en toda España –recuerden el generalizado temor a que explotasen los contenedores de basura cercanos a las playas, en aquella llamada “campaña de verano”, por ejemplo- tiene un origen cierto; si este era de origen nacionalista, aquel lo es de origen islámico. Negárselo, siquiera sea ocultárselo cuando no disfrazarlo o camuflarlo con cualquier eufemismo al uso, es negar la realidad como la negó Milhouse, nuestro querido y recordado amigo. De la misma forma que ni todos los vascos, ni todos los nacionalistas vascos eran terroristas asesinos, tampoco todos los islamistas son terroristas. Eso está claro. Pero a partir de ahí si la razón de ser del terrorismo vasco era el nacionalismo, la del terrorismo yihadista descansa en el Islam.

Conviene tenerlo muy en cuenta porque mientras el nacionalismo atañe y se reduce a un territorio, es decir, ocupa una geografía física concreta, atañe a un lugar y ocupa un espacio, el islamismo radical habita una geografía mental, ocupa un territorio espiritual esparcido por toda la corteza terrestre, el propio de una religión establecida que no se puede combatir únicamente con la fuerza bruta, es decir, con la fuerza de las armas, sino y también con la fuerza de la palabra, con el diálogo, a la vez que con la fe y la convicción de que no estamos dispuestos a devaluar, sino todo lo contario, nuestro modo de habitar el mundo. Quienes hayan visitado los países árabes sabrán de lo que estoy hablando.

Vayan pues reduciendo sus afanes los terroristas islámicos a los territorios físicos y espirituales que les son propios y vayamos disponiéndonos nosotros a defender el modo de vida que tantos esfuerzos nos ha costado invertir a lo largo de la Historia, de una Historia que esta pandilla de fanáticos alucinados aun tiene que recorrer. Y a la vuelta de un año, si Alá, Jehová y la Santísima Trinidad nos lo permiten, volvemos a hablar del tema. Mientras vayamos acostumbrarnos a llamar a las cosas por su nombre.

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