Opinión

Los números sólo pruducen números

Ya está aquí el otoño, o eso parece. Ya debió de ser San Andrés y, si así fue, el vino nuevo viejo es y ya puede ser bebido. También ya está aquí la fiesta de los magostos, que es tanto como decir del vino nuevo y las castañas consorciadas con el fuego.

¡Ah, los magostos! Recuerdo uno, quizá el primero de los míos, a la orilla del Miño, hace tantos años de ello que ahora me da por pensar que algo tiene que ver la fiesta del magosto con la del samaín; que es como los progres de hoy llaman a una costumbre de ayer, deseosos que están de no confundirla con el halloween yanqui, el de calabazas y miedos, cuando aquí las calabazas, primero, se posaban en las rateiras de los hórreos; después, hervían en los potes; algo más tarde y, si no recuerdo mal, incluso ilustraban los chorizos, aportándoles esencias, cuando, algo más tarde y como ya se dijo, empezasen a ser los cerdos degollados a cuchillo.

Ya está aquí el otoño y ningún niño, espero que al menos casi ningún niño, verá una matanza como las que vimos los de mi edad cuando lo fuimos. Lo curioso es que no nos haya traumatizado nada. ¡Quién lo diría! Tampoco el ver despellejar un conejo o desplumar una gallina. ¿Se acuerdan? Las desplumaban en la fuentes de las Burgas tal y como se desplumaban antes; es decir, una vez debidamente escaldadas, claro. Habrá que consultar las estadísticas.

Digo esto último porque ahora todo se somete a ellas, a las estadísticas, pues ellas todo lo resuelven o al menos indican el camino de su resolución. Un camino que debe partir, irremediablemente, de la estricta numeración que nos ofrecen, de las cifras, que es algo así como un aliento divino exhalado sobre una cuestión de fe. Todo se nos ha vuelto un número y lo que no está numerado no existe y, si existe, no se tiene en cuenta. Sabemos las cifras del “bullying”; sabemos las de la violencia de género, sabemos las del paro y no ignoramos que también los maridos pueden morir envenenados por sus muy dulces y solicitas esposas, pero como no se conocen las cifras es como si no existiese emula alguna de aquellos (y aquellas) grandes envenenadoras que constituyeron la papal familia de los Borgia.

Sucede así, ahora, cuando los niños creen que la leche se produce, no en las ubres de las vacas, sino en la fabrica en la que se embotella o encierra en un “tetrabrik” de colorines para ser vendida cerca del mostrador en el que despachan pollos recién transportados por las cigüeñas de los pollos lo que es tanto como decir que cayeron del cielo. A nuestra sociedad, que está basada en los números y las cifras, la sostienen las estadísticas y los estudios de mercado. Y así nos va. Los niños no saben de dónde vienen las gallinas.

Ahora, desde que llevaron a la cárcel a los ex componentes del Gobierno catalán, todo se nos está también cifrando. El paro aumentó un catorce por ciento, la cifra de ocupación hostelera descendió otro no sé cuánto por ciento, la cifra de los independentistas aumentó en ignoro yo que porcentaje, pero aumentó, y resulta que también aumentó la de los no independentistas por lo que a la vista de estos datos es mucho más que posible que a la opinión pública acabe sucediéndole que acabe como el gallo de Morón: que se quede sin plumas y cacareando… cifras.

Escribió Chateaubriand, creo que lo hizo en "Memorias de ultratumba", el libro que tenía Otero Pedrayo en sus manos cuando exhaló su último suspiro, no lo sé seguro porque lo copié a mano y ahora no puedo encontrar la cita, oculta que está entre tantas páginas, escribió, les decía, algo que es posible que venga muy a cuento de todo lo que está pasando en Cataluña: "Los pequeños Maquiavelos de estos tiempos se imaginan que todo va a las mil maravillas en una sociedad cuando el pueblo tiene pan y paga los impuestos. Esos pretendidos estadistas ignoran que en las naciones hay necesidades morales más imperiosas que las necesidades físicas.(...) A una nación no le falta nada; disfruta de todas las riquezas de la tierra, de todos los tesoros del cielo, y he aquí que de repente cae en el delirio. ¿Por qué? Es que llevaba en su seno una herida secreta que su gobierno no supo curar (...) La libertad, la gloria, la religión es lo que arma a los hombres: los brazos solo sirven a las inteligencias". Y sigue: "Uno de los errores más peligrosos sería querer reducirlo todo a lo positivo: resolver los problemas del orden social mediante números es proponer otro problema insoluble; los números solo producen números".

Ahora es cuando, cada uno de nosotros, apresurados y breves lectores de Chateaubriand, deberemos determinar si lo que advierte es aplicable a unos o a otros de los contendientes por si al final resulta que es aplicable a ambos y deberemos ir preparándonos para fiestas ajenas a nosotros, comidas preparadas en lugares lejanos, cocinadas en gigantescas perolas y ollas grandes como las de Pepe Botero, enlatadas después de haber sido sometidas a colectivos baños María en estanques que mejor ignoraremos y mientras, los más viejos, podremos ir recordando aquellos tiempos, contentos de haber podido dejarlos atrás, pero nostálgicos de ellos pues, al fin y al cabo, el ser humano sigue siendo el mismo, idénticos sus pecados y plausible la cotidiana hazaña de vivir al día a pesar de todos los pesares.

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