Opinión

Películas hechas y por hacer

No sé qué tal será el vino que elabora José Luis Cuerda, allá por Leiro. Sé que sacó a mi pueblo bastante favorecido en “La lengua de las mariposas” y merece por ello mi más considerada a la vez que contenida gratitud. Si hace un buen vino será también cuestión de agradecérselo.

Ignoro qué hubiese pensado de haber sabido que, lo que él en su película convirtió en escuela, había sido la antigua iglesia de San Lorenzo, imprudentemente trasladada a la proximidad del campo de la feria, donde ahora yace cercana a la vieja judería y al cementerio de quienes recitaran la Torá en vida y tuvieron piedras encima de sus tumbas una vez aquella se les fue como agua entre los dedos.

Yo aún recuerdo ese camposanto, entonces prado, mientras unas vacas, hermosas como las que ya no existen, pastaban sobre él, en medio de meditaciones que empezarían a rumiar a media tarde antes de bajar a beber al río. No sé qué hubiera pensado el cineasta que cultivó cabezas como si fuesen coliflores si hubiese sabido que el pórtico de la iglesia de San Lorenzo acabó dando entrada a la churrasquería del mismo nombre, con el santo empuñando su parrilla subido sobre la piedra clave de su arco de medio punto. ¡Ah, estas historias increíbles!

En la entrevista que acabo de leer, publicada en una revista digital que se pretende paradigma del cuarto poder o que así pudiera ser entendido, lo que a mi no me parecería nada mal, conste, se Cuerda se manifiesta antisistema y afirma que la cultura es una mierda. Luego matiza y dice que la cultura popular son sentimientos exacerbados y sentimentalismo del barato. La verdad es que no sé qué pensar de todo ello. Desde luego el mundo no es el mismo que cuando él y servidor éramos más jóvenes.

Desde que lo éramos, desde que su padre ganó un piso en una partida de póker, un piso de setenta millones de los de hoy, el mundo ha cambiado tanto, hay tanta distancia entre aquel y éste, como la que va de una peseta a un euro, de una cabeza de repollo a la parrilla de San Lorenzo y de un buen vino del Ribeiro a aquel desatascador de conciencias que bebíamos en la Rúa do Franco.

Lo hacíamos sorbiéndolo en blancas tazas de porcelana, poco a poco, con el ritmo propio de un pollito que mirase al sol entre un sorbo y otro, levantando la vista y pestañeando un poco, pues habíamos abatido la cerviz para beberlo como si estuviésemos recibiendo la sagrada eucaristía y aquello, si no era vino era un milagro. Ya afirmaba el maestro Cunqueiro que las cosechas de ribeiro habían sido notablemente mejoradas por las vibraciones de la campana Jesús, José y María, a la que los más todavía llaman Berenguela, la misma que está colgada en la torre de ese nombre en la catedral compostelana y era considerada responsable de milagros o prodigios tales.

El padre de Fidel, como el de José Luís Cuerda, también se enriqueció con los naipes y, pese a que no se le ocurrió negarlo, no le gustó nada que se lo recordase, en su momento, después de haber visitado Holguín y conocer los parajes de su infancia. Cuerda sí se enorgullece de su padre y supongo, estoy seguro, de que también de haber echado a andar a Alejandro Amenabar y no sé si descubierto o velado a mi admirado Paco Plaza. Tendré que preguntárserlo. Cuando lo haga tendré que proponerle que si su admirado Cuerda rodó cuatro horas con “El hereje” de Delibes él bien pudiera hacer un par de ellas con “El Griffon” de este su amigo, otro proyecto frustrado lo mismo que lo fue el referido a Antonio Ibáñez, marqués de Sargadelos, conde de Orbaiceta, linchado que fue por una turba enardecida que lo acusó de afrancesa, a él, cuando estaba regalando toda la munición que gastaban los españoles en rechazar alñ invasor. Ojalá Pepe Botella nos hubiese gobernado un poquito más de lo que pudo hacerlo. Pero esos son ya otros lópeces y requieren de otras cuerdas.

No conozco los paisajes que habitó el Cuerda niño, como no sean aquellos de los que se afirma que en ellos suele amanecer y que eso nunca es poco, cuando a mi me parece que eso es, efectivamente, mucho. Por eso le creo cuando dice que es antisistema y coincido con él en que esto está hecho una mierda. En que nada es como fue.

Él y yo, al igual que algunos de ustedes, venimos de un tiempo en que nuestro presente mejoraba día a día, día tras día y por unas razones o por otras. Nuestros padres venían de la guerra, pero nosotros no combatimos en ninguna otra que no fuese la de las ideas mientras contemplábamos como muestra sociedad mejoraba, o eso creíamos. Éramos hijos, naturales o putativos, de los últimos descendientes de la Ilustración y llegamos a creer que ya habíamos ganado las últimas batallas de esa contienda ideológica que había bañado nuestra infancia.

Nos equivocamos. Ahora están ganando los herederos de Trento, esa derecha que se emplea contra toda Reforma y ha convertido la cultura e incluso diría que el país en una mierda. Por eso hablo hoy aquí de José Luis Cuerda y de sus exabruptos de viejo malhumorado, harto de ver rapar las barbas de tanto vecino, para decirle que sí, que creo que tiene razón y está en su derecho a expresarlo como lo siente aun a riesgo de ser malentendido. Y que mucho lo agradezco el hecho de que, habiéndolo dicho él, los demás ya no tengamos por que hacerlo. Aunque también lo hagamos, claro.

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