Opinión

Ruido de sables y la abuela fuma

Inmediatamente después del rechazo manifestado por los griegos a la política de austeridad dictada desde las altas instancias de la Unión Europea, empezaron a aparecer en las redes sociales alusiones al malestar que sienten los generales de nuestros ejércitos ante la posible presencia de Podemos en las altas instituciones del Estado. Pues qué bien. Como si los generales fuesen tontos y no supiesen que los recortes que ahora se nos dice que les preocupan tanto no los hayan estado ya padeciendo, desde hace años, gracias a esa política de austeridad; la misma que produce el malestar generalizado sentido por la mayor parte de la ciudadanía europea, incluida la alemana.

Es probable que la única parte de la ciudadanía que no comparte ese malestar sea la compuesta por la que otrora se llamó casta política y empieza ahora a configurarse como una costra institucional que impide que muchas heridas, algunos cortes profundos y no pocas llagas, cicatricen en la debida forma y con la rapidez precisa. Una costra que estaría asistida, en sus esfuerzos de contención de lo que se nos puede venir encima, por los grandes imperios mediáticos, cuando no por la manipulación de las llamadas redes sociales y que habría sido causada por los apoyos que, sin el menor disimulo, se han venido prestando a los grandes emporios energéticos, a la gran banca y al conjunto de la gran fraternidad de los muchos Lehman Brothers que pululan por el mundo,

Pero supongamos que, tal y como esa clase dirigente afirma, el único camino sea el que ella ha emprendido e impuesto desde esa altura a la que está subida y desde la que nos observa y gobierna. Y que no haya ningún otro. ¿Qué pasa entonces?

Si elevado por la gracia del destino, los barones de un partido, un cúmulo de circunstancias o lo que carajo sea, cualquier ciudadano, una vez convertido en un simple conselleiro de un gobierno como puede ser el gallego, pierde pie y tiende a considerar como única realidad la que le rodea, olvidándose de cualquier otra, no cuesta mucho imaginarse en qué especie de limbo vivirán los miembros de las distintas instituciones de rango europeo. No digamos ya los que habitan en el mero cogollo de estas y nos diseñan el futuro.

Pese a estas consideraciones, o incluso a partir de ellas, pensemos por un momento, gracias a un mero y simple ejercicio de reflexión y de empatía y por medio de un leve o intenso intento de ecuanimidad, que los altos dirigentes europeos puedan tener razón y que sean las suyas las únicas recetas que no sólo nos saquen de la crisis sino que, además, restituyan al conjunto de la ciudadanía el bienestar que, hasta hace unos años, pocos aunque ya demasiados, esta venía disfrutando. Supongámoslo aunque solo sea por un momento, el que va desde aquí hasta el punto que ponga final a este comentario de hoy, segundo domingo de un julio tórrido en el que todos nos estamos cociendo a fuego lento. Qué pasa entonces para que haya tal rechazo, porque algo sucede que lo está provocando en una medida inesperada.

Para ceñirnos a lo que pasa en nuestra casa, de modo que explique lo que sucede en la europea y al parecer común, consideremos el hecho de que hasta José María Aznar haya criticado, quizá con más severidad que nadie, la política del ejecutivo que preside Mariano Rajoy porque quizá esa crítica del ex presidente a su heredero haya servido para ocultar el hecho de que sea la suma de la misma prepotencia, el idéntico talante despectivo o el recurso de la descalificación personal de los adversarios, que el señor Rajoy Brey se gasta por nuestros patrios lares, constituya el mismo kit político del que se sirven sus iguales de un poco más al norte.

A todo esto y por si fuera poco, al menos en nuestro caso, hay que sumarle el desparpajo con el que explican y asumen muchas de las experiencias colectivas vividas hasta el día de la fecha. La de la corrupción generalizada, por recordar una; la desfachatez con la que se contradicen en sus afirmaciones y propuestas, por recordar otra; la capacidad de intoxicación con la que se aplican al trasladarle a la ciudadanía valoraciones que, de creerlas, la ciudadanía confirmaría que efectivamente es tonta. Y no lo es.

Viene a cuento todo esto de que, ahora, alguien nos sale con que los militares están preocupados y con que si la abuela fuma.

Hace muchos años, un buen amigo ya fallecido, Pier Guidoni, embajador que fue de Francia en España, a quien yo recurría en busca de información cada vez que desde Madrid alguien insinuaba que había “ruido de sables” que es como entonces se decía, ese buen amigo, solía argumentarme que el ejército español nunca sería el problema que España tendría para la consolidación de su democracia; sin embargo solía concluir que sí, en cambio, lo sería su judicatura.

Ahora que parece que la mayoría de los jueces han decidido que las leyes están para que todos las cumplamos, vuelve a ser mencionado el ruido de sables. ¿Esta gente no descansará nunca? ¿Siempre hemos de callar porque con el dedo, ya señalando la boca, ya la frente, silencio avisen o amenacen miedo… si es que me dejan decirlo con palabras de aquel imperialista español, antisemita conspicuo y gran escritor y poeta que fue Don Francisco de Quevedo. ¿Siempre ha de ser su miedo el que provoque el nuestro? ¿Siempre han de las mismas gentes las empeñadas en considerar como sus servidores a los que lo son de la nación en su conjunto?

Se recurre a Quevedo, calificándolo de antisemita e imperialista, de carca redomado, para decirlo pronto, porque tampoco es baladí que se nos esté recordando que los únicos aplausos recibidos por los griegos provienen, cuando no de Le Pen, sí de Maduro, por no decir que de Podemos, y porque tampoco lo es el hecho de que los recordadores sean los herederos legítimos de aquel franquismo nacional-católico que iba incluso más allá del propio Franco y era capaz de instrumentalizar lo que fuese con tal de mantenerse en el poder durante décadas; unas décadas de progreso material, reconozcámoslo, que dejan en evidencia a estos sus herederos de una manera que no podremos dejar de calificar, al menos, como lamentable, pues tanto es lo que nuestro bienestar ha retrocedido en estos años.

Gobiernen pues, debidamente y si son capaces, durante el tiempo que les reste y empiecen por no tratarnos a los demás, seamos del PSOE, de Podemos, de Izquierda Unida o de Ciudadanos, por supuesto que también del BNG, o incluso también de nada, tan sólo ciudadanos de a pie que votamos según y cuándo, según y cómo y según a quién, gobiernen y dejen de tratarnos como a estólidos e ignorantes, bobos de baba o gentes que no se enteran de qué va la copla que al parecer solo ellos interpretan. Y bájense los dirigentes europeos de la burra de la prepotencia y el descaro a la que se han subido antes de que esta empiece a pegar brincos. Se trata tan sólo de la formulación de un deseo. Conste. Los griegos han dicho que no. ¿Y qué? Las reacciones ante este hecho ¿se deberán al miedo que les causa pensar que si consultan al resto de los europeos puedan responder lo mismo? ¿Tan inseguros están de la bondad de sus propias medida o es que tan sólo les preocupen en el caso de que les pueda salir la criada, es decir, la ciudadanía respondona?

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