Opinión

Yo también fui contrabandista

Anoche, ya casi de madrugada, me venció el sueño cuando mediaba ya la lectura de la página ciento cuarenta y tres de "Fariña", el libro de Nacho Carretero que iba ya por su décima edición, en enero de este año, sin necesidad de que Bea Gondar, en su barbada apariencia actual de profeta bíblico equiparable con la de más de un pétreo miembro del Pórtico de la Gloria -no confundir con los del ourensano Pórtico del Paraíso- se nos apareciese en la pantalla de La Sexta para proclamar su condición de mutante y disparar las ventas del libro del coruñés. De todas formas, me alegra que así haya sido, el libro bien lo merece.

Bea Gondar, lo recuerdo yo antes de que lo haga nadie, me ofreció hace ya muchos años hacer de pregonero de la grovense Fiesta del Marisco. Acepté, claro. Se trataba de glosar las excelencias de nécoras y cigalas, centollas y camarones, ostras y percebes, almejas y lumbrigantes, amén de cualquier otro bicho que, como los berberechos, puedan gustarme tanto como los citados. Acepté. Y allá me fui, no sin tener que vérmelas con un gobernador civil al que no le gustó mi decisión, simplemente porque el entonces alcalde militaba en otra opción distinta de la suya; de aquella, no se le relacionaba (aún) con contrabando alguno. Debo reconocer que de habérsele relacionado con el de tabaco hubiese aceptado igual. Recuérdese que fui marino y que, en la escala de A Coruña, solía bajar de a bordo un par de excelsas bolsas llenas de tabaco para que fumasen mis amigos y también lo hiciese quien habría de ser mi primera suegra, todos gentes de muchos humos; es decir, que yo también fui contrabandista, de poca monta, eso sí, y que la culpa originaria fue de Don Camilo Andrade que, además de cantar primorosamente desde encima del Pórtico del Paraíso, era canónigo de la santa iglesia catedral ourensana y nuestro profesor de religión. Un saludo, don Camilo, que ya sé que todavía anda por aquí, me alegro de que así sea. 

Don Camilo nos explicó una vez en clase que el contrabando no era pecado, ni mucho menos; que podía que fuese delito, pero no pecado. Carretero explica en su libro que en tiempos era solo falta e implicaba una multa equivalente al valor de lo decomisado por lo que si el tabaco se hubiese mojado no había multa porque el tabaco, o lo que fuese, ya no valía para nada y su valor era por lo tanto nulo. ¡Ah, qué tiempos!

Una vez oí por la radio un debate mantenido entre Bea Gondar y Xaquín Álvarez Corbacho, siendo ambos candidatos a la alcaldía de O Grove. Entonces el primero no lucía la rizada barba que luce ahora, ya que no como profeta bíblico sí como redactor del código de Hammurabi. Xaquín era catedrático de económicas, amén de haber jugado al futbol en el Celta de Vigo; o sea, el candidato idóneo que intentaba dialogar razonando e induciendo a la reflexión a su oponente. Craso error. El ahora profeta de si mismo le ganó por goleada a base de hábiles sofismas, insidiosas demagogias y populismos de taberna, precursores del actual estado de cosas en las tertulias de la tele; aunque haya que reconocer que Bea Gondar es un maestro al lado de la mayoría de ellos, que algún que otro maestro aún hay entre los a ellas convocados. De ello debió darse cuenta la presentadora de "las tardes de la Sexta" que dejó de inquietar al personaje, ante las respuestas de este, hizo una breve faena de aliño, y lo devolvió a los corrales del silencio mediático. Pero el libro ya estaba, afortunadamente, potenciado.

Lo primero que se puede decir de él, del libro, es que está muy bien escrito y que se lee como si fuera no sé si exactamente una novela, pero al menos sí la excelsa narración de una historia muy bien contada. Desde la descripción de los hábitos de los raqueiros de la Costa da Morte y los propios de los arraianos del Couto Mixto hasta llegar a los tiempos del estraperlo y el contrabando de tabaco que precedieron a los del narco tráfico, Carretero va tejiendo un tapiz. Lo teje, sin dar nunca una puntada sin hilo, para explicarnos de ese modo que nuestra colectiva historia de contrabandistas es casi algo así como una condición que nos impuso la Historia, una veces de un modo, otra veces de otro. 

No le falta razón. En el siglo XVI los gallegos contrabandeábamos los libros que Felipe II tenía prohibido importar del mismo modo que prohibido había la salida de los universitarios españoles a estudiar en el extranjero. Entre otros, eran libros erasmistas y luteranos cuyo tráfico clandestino estaba establecido a través de los monasterios y de las casas nobles de Galicia. Yo lo cuento en "El Griffón" y algo así contó después Miguel Delibes en "El hereje", lo del contrabando no es únicamente asunto nuestro, asunto de gallegos. Conste. Carretero lo deja claro. La verdad es que se nos da bien... como todo, cuando nos empeñamos. Bienvenido sea pues "Fariña". Un buen libro del que no se entiende muy bien que se haya ordenado su secuestro. O lo que sería peor, que sí se entienda. A lo mejor es que quien ordenó tal cosa no lo hizo. NO lo leyó. Al menos hasta la página que ya dijo que lo había hecho este lector que firma y que no se explica el por qué de tal secuestro.

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