Opinión

Los tiempos de San Policarpo

Anteayer el hibisco todavía estaba florecido. Lo observé desde la ventana de la galería y pensé que era como un viejo enamorado a destiempo de una primavera más falsa que una ninfa juguetona. Hoy ha llovido y lo ha hecho con una fuerza, con tanta fuerza e intensidad, que lo ha desnudado por completo y ni una hoja viste sus ramas. ¿Qué decir de un destello de luz violeta propio de las flores de anteayer?

El hibisco está próximo a un arce que vino desde la casa en la que Navokov pasaba sus vacaciones de verano, cerca de San Petersburgo, soñando acaso con las Lolitas que acabarían por seducirnos a todos como si fuesen las frágiles flores del árbol que anteayer se me ofreció encantador y hoy, por fin, luce las exequias propias del otoño. Entre el arce y el hibisco crece un rosal hermoso que no rindió su belleza al embate de la lluvia y luce sus flores con la brillantez de siempre. No sabría decirles de qué color son, pero sí que son muy hermosas.

Sin embargo lo destacable es que ha llovido y lo cierto es que a nadie le debiera preocupar mi jardín, los árboles que lo pueblan o las flores que lo iluminan. Incluso yo debería disponer del rubor suficiente como para que me resultase imposible confiarles a ustedes estas verdades pequeñitas que me rodean ayudándome a darle sentido a demasiadas cosas que amenazan con perderlo.

Como le sucedió a Flaubert, a mí también me seduce la figura de san Policarpo, obispo de Esmirna, que solía clamar al cielo diciendo algo así como "¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me habéis hecho vivir en tiempos tan interesantes!" aunque lo que en realidad decía, según advierte el propio Gustave Flaubert, fuese: "¡Dios mío! ¿En qué siglo me habéis hecho nacer?".

Prefiero la primera versión. Me aproximo a los tres cuartos de siglo de vida y sé y no olvido que los primeros sesenta y cinco años fueron de un constante privilegio a lo largo de los cuales, mis coetáneos y yo, hemos visto como la sociedad que habitamos mejoraba día a día su nivel de vida y con él los demás niveles que miden la benevolencia de los tiempos con una sociedad como la nuestra. Paz y prosperidad fueron repartidas, antes y después de la Constitución del 78, guste a unos y disguste a otros, olvidado que hayan ambos las realidades pasadas. Los tiempos interesantes son estos de ahora, cuando de nuevo todo parece posible y la desmemoria se ha reinstalado en nuestros corazones. O en nuestros hígados que son los que nos producen la hiel y el mal sabor de boca. ¡Y yo hablándoles a ustedes de las hermosas flores del hibisco!

En una carta que Flaubert le escribió a Louise Colet, le decía lo siguiente: "He aquí la ralea de los que están a la cabeza de la sociedad. ¡En qué lodazal chapoteamos! ¡Qué nivel! ¡Qué anarquía! La mediocridad se disfraza de inteligencia. (...) ¡Y qué discursos! ¡Qué lenguaje! ¡Qué ordinariez! Por Dios , ¿dónde tendré que irme a vivir    ?"... y acto seguido recordaba lo de San Policarpo. 

Un año después, en 1854, en otra carta a la misma dama, volvía con la misma leria: "Todo esto me da náuseas. En nuestros días , la literatura se parece a una gran empresa de inodoros. ¡A esto es a lo que olerá la gente, más que a nada!"… y volvía con la matraca de San Policarpo y su modo de clamar al cielo.

Es indudable que Flaubert, ya saben, el del loro, se refería a la literatura-literatura, dicho sea así para entendernos, que es algo de lo que cada vez me apetece menos hablar; pero también debiera ser cierto que, aplicado todo ello a la literatura política actual, incluso a la literatura oral que nos rodea, las consideraciones de Flaubert resultan enormemente aplicables y ciertas.

Vivimos tiempos interesantes y quizá fuese preferible que lo fuesen en mucha menor medida de esta en lo que lo están siendo. Leer prensa catalana, sintonizar su televisión pública, observar desde tan lejos lo que allí está sucediendo y pasar acto seguido a los canales generalistas que se ofrecen en abierto es como para poder clamar al cielo al modo en el que clamó San Policarpo. Recomponer, siquiera sea mentalmente, el camino que nos trajo hasta aquí, a todos, no solo al gobierno central y al autonómico catalán; no solo a la sociedad catalana sino también al conjunto de la española es como para entristecer a cualquiera si al final lo que se considera es que se está creando, entre unos y otros, entre estos y aquellos, la posibilidad de tirar por la borda todo el bienestar y la libertad toda que hemos estado disfrutando desde lo que a algunos les debe de parecer demasiado tiempo.

Cualquiera diría que se nos ha olvidado que la condición de la ciudadanía europea implica el privilegio de vivir en el lugar del mundo en donde las libertades son reales, el nivel de vida envidiable, los sistemas sanitarios los mejores, los sistemas educativos no son precisamente los peores y que es muy posible que sea, precisamente el nivel de bienestar alcanzado, el que genere el germen de su propia destrucción, de una destrucción a la que sin duda han de colaborar otros mientras nosotros, como tontos, desde dentro los apoyamos. Lo curioso es que sea este proceso el que esté haciendo tan interesantes estos tiempos.

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