Opinión

Una virgen muy laica

El otro día, es decir, el jueves pasado, charlamos aquí un poco acerca de Thoreau, acerca de uno de los “transcendentalistas” yanquis del XIX, del que lo que más me gusta, lo que más aprecio de él y considero su mejor obra es su propia vida. Por eso se me quedó un poco de mal sabor de boca después de haber utilizado un par de una de sus muchas frases, de un par de los muchos aforismos que se encuentran en sus obras, para parangonar las propuestas que encerraban con la actitud de los podemitas aprovechando que el Miño pasa por Ourense y el Arnoia lo hace por Allariz, que tampoco está nada mal e incluso, por el Arnado, luce más hermoso y en sus orillas cantan mejor los ruise,los que quedan, que ya no son muchos. 

Después seguí leyendo, claro, y me encontré con que, en “Walden”, editado en 1854, afirma Thoreau que “el quisquilloso le encontrará pegas hasta al Paraíso”. Me sentí un quisquilloso, lo confieso, y dispuesto a rectificar de inmediato, matizando todo lo que fuese necesario, cuando me llegó la noticia de que el alcalde de Cádiz le había endilgado una medalla a no sé qué advocación mariana por la que, la población sobre la funge como alcalde, y al parecer él mismo, sienten una devoción que cualquiera que no sea andaluz podrá considerar algo exacerbada.

No seré yo quien ponga en tela de juicio la decisión personal de profesar esta o aquella creencia, esta o aquella religión y, dentro de ella, cualquier devoción que pueda parecerme cuando menos algo extraña. Servidor fue alumno del Padre Legísima, cuando este ejerció (fungió, no me digan que no les gusta la palabra) como profesor de Religión de cuarto de bachillerato en el Instituto del Posío, plan de 1953, y aún recuerdo lo que nos enseñó acerca del culto de dulía e hiperdulía, de latría y otras derivaciones con las que no quiero crearles ningún lío a los más jóvenes lectores ajenos a todas estas consideraciones. La Religión ya no es lo que era, al menos en este tipo de cuestiones… o eso me parece a mí.

El caso es que mucho me metí yo en mis escritos con el que fue ministro de Interior, antes de ser sustituido por este y actual, de voz monótona y pausada, carente de la más mínima gracia propia de sus paisanos andaluces, un muermo que casi supera al otro, esperemos que no lo haga en este tipo de cuestiones. En fin que, el ya sustituido, mucho galardonó a las vírgenes con medallas e incluso con medallas de las que se dicen pensionadas, grandes cruces al mérito policial y otras excelsas exaltaciones propias de una fe que está muy bien que se manifiesten en privado y que, como poco, suenan raro cuando se producen en público y se adornan con el beneficio de lo público que, por común y compartido, debe permanecer, ya que no ajeno, sí al menos distante de este tipo de expresiones; es decir, que no estuvo nada bien que el señor ministro de entonces, galardonase a Virgen tanta como el señor Fernández vino haciendo.

Lo curioso es que venga ahora un alcalde podemita, el de Cádiz, Don José María González, Kichi para sus amigos y para sus votantes, y le endilgue otra medalla de oro a la Virgen del Rosario, haciéndolo en medio de la parafernalia plena causada por la Virgen del Rocío, creando un lío muy propio de andaluces y de sus semanas santas. Allá ellos. Lo sorprendente, los más sorprendente, es que venga ahora el señor Iglesias, el de la moción emocionante, y lo apoye afirmando que la Virgen del Rosario es muy laica y eso justifica el galardón. Una Virgen muy del pueblo. Como dijo el alcalde de Forcarei al gobernador de Pontevedra en ocasión solemne: “Hay que se ghoder, señor ghobernador”.

Una Virgen muy laica, como si la devoción hacia las anteriores no fuesen también cosa propia de la gente, acaso de la gente considerada más sencilla, cosa del pueblo, vaya; o como si el pueblo que vota a Podemos fuese bueno y con él las vírgenes que adora mientras que el pueblo que vota otras opciones políticas, sienta o no devoción por Virgen alguna, fuesen malos. ¡Ay, señor gobernador, de las conciencias laxas!

Una adaptación del “si vas ó san Benitiño, non vaias ó de Paredes, que hai outro máis milagreiro: San Benitiño de Lérez” debiera ser, a ritmo de martinete o mejor aun del que sigue la voz de Pastora Pavón, La Niña de los Peines, cantando “Una Farruca en Galicia” el nuevo himno de campaña electoral de formación política tan elástica y acomodaticia como la liderada por este Pablo Iglesias tan escasamente ejemplar y relacionable con su antecesor político en la izquierda.

Lo que no valía para el señor Fernández, no debe valer para el señor González, Kichi para los amigos y votantes, menos si se tiene en cuenta que tiene, aquel, una fe que no lo exculpa a él, pero explica su actitud y carece, este, de esa fe o, incluso más, se declara partidario de la laicidad absoluta del Estado que debe dejar al arbitrio de las conciencias individuales las relaciones con las distintas divinidades que pueblan el país en el que habitan las almas con afán de transcendencia. Valer para un roto lo mismo que para un descosido encierra el terrible riesgo de dejar a uno en pelotas. No es de suponer que la visión del señor González, ni de la del señor Iglesias, puedan alegrarle el ojo a nadie. O sí, depende.

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