Opinión

¿Viene foto?

El jueves les dije que iba a explicar, un poco más adelante, porque agradecía tanto la fotografía que ilustraba una noticia resesa. Después la lie con otras cosas y se me pasó por completo lo que les había asegurado.

La noticia me afectaba a mí y me afectaba mucho, como ya debió quedar claro en el artículo de ese día. Aparecía en ella con expresión entre reconcentrada y seria, un si es no es triste, algo ajena y un tanto reflexiva, también con veinticinco años menos de los que hoy calzo y unos cuarenta quilos menos de los que hoy transporto cuando camino por la calle. Sin embargo no eran esos los motivos de mi agradecimiento.

Tuve yo un amigo, por el que sentí verdadero afecto, que ejerció como jefe del gabinete de prensa de un alto cargo al que, cada vez que le advertía que la prensa lo ponía fino en el día de la fecha, recibía siempre por respuesta idéntica pregunta: “¿Viene foto?”, le preguntaba sin ni siquiera levantar de los papeles la vista que tenía posada sobre ellos.

Como le respondiese que sí, que era lo que sucedía con mayor frecuencia, el alto cargo levantaba las manos de la mesa elevándolas hasta la altura de sus hombros, decía: “¡Entonces…!” y a continuación las bajada y seguía trabajando como si tal cosa.

La fotografía, más si era buena, compensaba cualquier texto, al menos según él, pues el prócer estaba convencido de que la mayor parte de la gente pasaría por alto la escritura y con lo único que se quedaría habría de ser con la imagen que ilustraba la noticia. Bastante razón no le faltaba.

Supongo que si no venía ninguna foto ilustrando el comentario, entonces sí, abandonaba de inmediato la tarea en la que estuviese inmerso y se disponía a escuchar lo que su jefe de prensa tuviese a bien comunicarle al tiempo de hacerle la recomendación que considerase conveniente.

Quiero creer que la valoración del hoy difunto prócer sigue siendo cierta, al menos en gran parte, y por eso comenté que agradecía la imagen que acompañaba a la noticia que, un cuarto de siglo después de haberse producido, seguía irritándome por no atenerse a la real y verdadera secuencia de los hechos.

¿Sigue siendo así esta prevalencia de la imagen? Creo que sí, desgraciadamente. Solemos solazarnos con la idea de que la nuestra es la civilización de lo icónico, sonreímos con satisfacción cuando escuchamos o decimos que una imagen vale más que mil palabras y tal circunstancia nos llena de orgullo por estar viviendo en medio de la modernidad más acendrada. Los periódicos, los más de ellos, procuran facilitarnos el mayor número de imágenes posible, los presentadores de los programas de la televisión, bailan y saltan, hacen cada vez más gestos, corretean por el escenario, dicen guauuu unas cuantas veces, emiten otros sonidos guturales y todo se les va en gestos y en imágenes que ofrecernos pues así parece ser que es la modernidad. Estamos todos encantados.
Sospecho que el invento no es reciente y temo a dónde pueda conducirnos este abandono al que nos vemos abocados. En la Edad Media, cuando la sociedad se dividía entre feudales y plebeyos, la Santa Madre Iglesia por en medio conservando la cultura en los monasterios y conventos, apenas era un poco y muy escasa la gente que leía de modo que aquella sí fue la civilización o la cultura de la imagen, como ustedes lo prefieran.

Los frescos de las iglesias, pura imagen todos ellos, enseñaban a los iletrados los misterios de la fe, las verdades evangélicas y los más convenientes episodios de lo que, todavía en mi niñez, se conocía como la historia sagrada. A toda la pintura románica habrá que añadirle la escultura y recordar el ourensano Pórtico del Paraíso de nuestra catedral o el Pórtico de la Gloria de la compostelana y común que está, ahora, siendo restaurado y enseñaban a las gentes la compleja ordenación de la eternidad de un modo que era, al tiempo que más complejo, también más sencillo, accesible y evidente

La pregunta es la de si el Renacimiento, que vino a colocar al hombre en el centro de todo haciendo posible que surgiese el Humanismo, no estará empezando a sufrir ahora una regresión que nos devuelva a un pasado en el que ya no habrá feudales y siervos de la gleba pero sí banqueros y multinacionales o, dicho de otro modo, prestamistas –de dinero, energía, comunicaciones y transportes, entre otras prestaciones- y deudores eternamente agradecidos y obligados por empréstitos tantos y sublimes; deudores embriagados por bailes y canciones, por imágenes y gestos que suplan o compensan la carencia de cualquier otro tipo de consideraciones. ¡Ah, la funesta manía de pensar! Es tan funesta que requiere el uso de palabras, mientras que el de sentir, el oficio de sentir, tan solo de la agitación de una sonrisa, la irritación de una mueca, el desagrado de un gesto traído a colación en el momento justo y deseado o cualquier otra inconsistencia.

Por eso hay que agradecer que se ilustren, con imágenes que resulten agradables, las noticias o los comentarios que nos afecten alegrándolas, en lo posible, de modo que reduzcan los demoledores efectos que puedan contener los comentarios a los que acompañan. Yo lo hago o, al menos, procuro hacerlo así siempre que puedo al tiempo que agradezco, a mi viejo y perdido amigo, la impagable e inolvidable lección que me dio en su día.

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