Opinión

La rambla en el recuerdo

Las campanas repiquetean afligidas a primera hora de la mañana en la Ciudad Condal, cuando las palomas y gaviotas apenas revolotean, adormiladas en los tejados agitando el plumaje aterciopelado. El tañido es lento y desgarrador. La Rambla de Barcelona, la calle más alegre del mundo se ha despertado triste. Al decir de Lorca: “La calle donde viven juntas a la vez las cuatro estaciones del año, la única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca, rica en sonidos, abundante de brisas, hermosa de encuentros, antigua de sangre”. En este día ha amanecido compungida y rota de dolor con el recuerdo del primer aniversario del criminal atentado terrorista. Bajo la sombra de los árboles frondosos que amortiguan el sol del azulado cielo barcelonés, el transeúnte desconocido ofrece con franco ademán cortés, una rosa de pena. El mosaico de Joan Miró no brilla como en otras ocasiones, una lágrima ensangrentada de sufrimiento pende de una loseta. El bullicio se detiene durante unos instantes homenajeando a las víctimas. Resuena el eco del “no tenin por” en los soportales de las emblemáticas casas enlutadas, fieles testimonios de la masacre, como la Casa de Bruno Cuadros, cuyo imponente dragón chino en hierro forjado acompañado de sombrillas y abanicos estremece más que nunca. Las gigantescas columnas del Templo de Augusto que sorprenden al viajero en la calle Paradís, guardando la distancia, permanecen impertérritas. Las palomas y gaviotas han comenzado a volar sobre el silencio.

La Fuente de Canaletas gorgotea tenue a modo de llanto. Cuenta la leyenda que quien beba de su agua volverá a Barcelona. Lo acredita la placa situada a sus pies: “Si bebeis agua de la Fuente de Canaletas os enamoraréis de Barcelona. Y por muy lejos que os marchéis, siempre volveréis”. Las víctimas mortales ya no volverán, pero siempre estarán presentes entre el deambular de los paseantes, eternamente constante, de este fastuoso paseo. El enigmático y controvertido Hotel Vela, ha ennegrecido sus cristales, quizá lo haga por los intensos rayos solares, puede que sea por el rigoroso luto, o más probable, para reflejar hacia el mar y para el mundo entero la consternación de toda una ciudad. Las sirenas de los barcos del puerto rompen la soledad de la brisa que acaricia la frente de todos los presentes. La cigüeña del campanario de la Iglesia barroca de Belén, bajo el compás del “Cant dels Ocells” de Pau Casalls, extiende sus alas saludando al gentío en señal de libertad y de esperanza. El gorjeo de las palomas y el graznido de las gaviotas vuelven a resonar al cesar el repiquetear de las campañas, recitando el poema de Alberti: “Se equivocó la paloma, se equivocaba. Por ir al norte fue al sur, creyó que el trigo era el agua. Creyó que el mar era el cielo que la noche la mañana. Que las estrellas rocío, que la calor la nevada. Que tu falda era tu blusa, que tu corazón su casa. Ella se durmió en la orilla, tú en la cumbre de una rama”. In memoriam.

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