Opinión

Al buen callar

Si la virtud del buen hablar se obtiene con el arte de la elocuencia, la del silencio con el buen callar. Al reconocer don Quijote la presencia de tres borricos o borricas en las que vienen tres labradoras, y no las "tres hacaneas, o como se llaman", que le inventa Sancho (Don Quijote II, 10), y al insistir con contundencia "que son borricos o borricas, como yo soy don Quijote y tú Sancho Panza; a lo menos, a mí tales me parecen", Sancho acalla la réplica de don Quijote rememorando el famoso verso del romance "Calledes, hija, calledes, / no dígades tal palabra … " traída a cuento cinco capítulos antes. 

La elipsis "tal palabra" encubre la no referida del romance: "puta" y el silencio, es decir, la petición de callarse que encubre o enmascara la realidad que Sancho quiere, astutamente, ocultar a don Quijote. Aunque este jura por su nombre irreal que es cierto lo que ve, "o a lo menos a mi tales me parecen". El silencio, en la ágil lengua de Sancho, da en refrán por el cual se modula una conducta (silencio, prudencia), con aires de circunspecta y reflexiva. Ante una retahíla de refranes que zumban en la mente de Sancho, ansioso de darles voz, ya son su "hacienda", que ninguna otra tiene, ni otro caudal alguno sino refranes, opta por aplicar irónicamente uno a su propia persona: “porque el buen callar llaman Sancho". El refrán es obviamente la culminación, y hasta el contrapunto irónico, de los consejos de silencio que Don Quijote le ofrece a Sancho.

El silencio tiene una vertiente política, moral y hasta pedagógica en la tradición emblemática. Ésta se traduce en representaciones iconográficas que fundamentan los principios del absolutismo monárquico. El tópico lo recogen también jeroglíficos, epigramas, máximas, epitafios, emblemas y adagios. Abre las cancelas de los viejos cenobios, los espacios eremíticos, claustros monásticos, el pausado fluir, lento, majestuoso, acompasado, rítmico, de himnos gregorianos y del contemplar ascético. La meditatio se centra, se expande y se resume en el silencio. Inicia al novicio en la comprensión de los misterios divinos. Y es cláusula ineludible del ritual de la práctica ascética. Como tal lo proclama san Ignacio en sus Ejercicios espirituales. En silencio tiene lugar el tránsito místico; agudiza la percepción del misterio divino y agrava la conciencia lírica de lo sublime. Se establece como norma de conducta y de comportamiento social. Atañe, de acuerdo con Baltasar Castiglione, en Il Corteggiano, a la anatomía social del caballero y del cortesano. El gentleman de hoy día.

El amante es prisionero de la palabra silenciada; una alegórica "cárcel de amor", aislado, con sus penas. De ahí que también Garcilaso en sus églogas equipare el silencio con la soledad. Así en la Égloga I: "Por ti el silencio de la selva umbrosa, / por ti la esquividad y apartamiento". El silencio lo asume Luis de Góngora maravillado ante una naturaleza imposible de trascribir: "Muda la admiración habla callando". El oxímoron, hablar callando, asienta la disparidad compleja e hiperbólica de quien contempla asombrado lo que ve, en silencio. Y la noche es el tiempo privilegiado donde se impone la contemplación: "Vence la noche al fin, y triunfa mudo / el silencio, aunque breve, del ruido". El silencio es previo a la voz: del poeta, del místico, del caminante, del peregrino o del lector en búsqueda de la música silenciada del poema. O del silencio que, en paradoja, triunfa siendo mudo. 

Calderón dedica al motivo del silencio, basado en el adagio "No hay cosa como callar", la comedia La desdicha de la voz. Lleva a las tablas la radical contradicción de "que lo que has de decir calles / y lo que has de callar digas". En el decir callando, la palabra lírica, mensaje silenciado, habla más en el callar que en el decir. En la amplia estimativa de los sentidos, el ver o el mirar también se asocia con el callar, muy de acuerdo con los versos de la monja mexicana, sor Juana Inés de la Cruz: "Óyeme con los ojos / ya que están tan distantes los oídos". Más graves y doloridos los versos de Francisco de Aldana. El ‘silencio mortal’ impuesto sobre la voz se expresa como conciencia de una mortalidad frustrada, a desgaire de la ineptitud que impone la convivencia. Se lo hace saber en carta a don Benito Arias Montano: Mil veces callo, que romper querría / el cielo a gritos, y otras tantas tiento / dar a mi lengua voz, y movimiento, / que en silencio mortal, yacer la veo. 

El mote Psalle et sile ("canta y calla") figura como inscripción, y a modo de advertencia suasoria, en las rejas del coro de la catedral de Toledo. Motivó un extenso poema de Calderón de la Barca. Sintetiza, visualmente, la batalla interior y personal entre un cantar (Psalle) y un callar (sile). Hace ya años el ilustre hispanista británico Edward M. Wilson  delineó la reconciliación del dilema propuesto en los versos de Calderón. La premisa es clara: establece la oposición o conciliación entre silencio y canto. O aun mejor, entre hablar y callar. Se puede extender hoy día, en sutil glosa, a los enredos parlamentarios y populistas en torno a un monárquica parlamentaria y a un rey emérito ausente. Se trata de una ética del silencio ausente en esos pagos (del latín pagus, país) de la Villa y Corte. Cuando en la Polis, las palabras están llenas de salvajismo y de mentiras, ya aconsejaba Sancho (¡ay!, me queda corto el papel) "el buen callar".  

(Parada de Sil)

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