Opinión

Los balcones de Madrid

Ni son balcones ni son de Madrid. Es el profundo cañón del Sil que atraviesa las dos orillas de la Ribeira Sacra en su pausado fluir hacia su final desembocadura: el río Miño, en los aledaños de Os Peares. Ha dejado atrás el majestuoso monasterio cisterciense, hoy convertido en parador de turismo, encumbrado en un altozano, protegido en la planicie de su ladera por robustos sotos de castaños. Aquí la abeja, llegada la primavera, los castaños en flor, recoge el polen, que radia el contorno con exquisito aroma y que dará en espesa y parda miel. Siglos ha que no se oyen los recogidos y a la vez solemnes cantos gregorianos. Un aura de devota melodía acallada respiran las piedras de sus tres majestuosos claustros. La Ribeira Sacra es celebrada como una de las diez maravillas de la naturaleza en España, a la par con los altos del Teide, y con el gran oasis de verdes y robustos olivos que, al otro lado del paso de Despeñaperros, camino de Andalucía, se extienden por la parte más fértil de la provincia de Jaén. Sin olvidar los Picos de Europa y las escarpadas Alpujarras granadinas y almerienses. Éstas fueron repobladas, a partir de la expulsión de los moriscos, en 1609, por colonos procedentes de la parte noroeste de España: mayormente asturianos y gallegos. De ahí el nombre de algunos poblados cuyos topónimos asocian una lejana procedencia y la lengua que les dio nuevo nombre: Capileira, Ferreira, Lanteira, Aldeira.


La toponimia marca un origen: el nacer de un pueblo y de una identidad. Se asocia con el origen de una familia noble. Arcos de la Frontera y Alburquerque, con el conde y duque de dichas localidades; también con el río que atraviesa una población (Hospital de Órbigo), con el tipo de orografía que lo caracteriza (Santa Marina del Páramo) y hasta con el santo o santa que lo protege: La Candelaria en referencia a su Virgen, en las lejanas Islas Afortunadas, como se conocían las Canarias. Pero nada tiene que ver Madrid con la Ribeira Sacra, y menos sus balcones con el profundo cañón que se divisa desde uno de los miradores situados en Parada de Sil. El turista aún pregunta, tal vez desorientado, y no menos extrañado, por la ubicación de los llamados ‘Balcones de Madrid’. Así los conocen e identifican los vecinos de Parada de Sil los varios miradores sobre el cañón. Y uno se pregunta ¿de donde procede tal topónimo? ¿Quién o quiénes bautizaron las vistas sobre el río Sil con tal nombre? Una de las versiones es una amorosa leyenda. Las jóvenes recién casadas irían al encuentro de sus maridos, que regresaban de la Corte madrileña terminada la temporada de la venta del barquillo. Éstos atravesarían el Sil, en su largo caminar desde Monforte de Lemos u de otro cercano apeadero del tren, y subiendo la empinada cuesta de ‘O rego do coto’, divisarían a sus esposas en lo alto, moviendo la palma de sus manos y sus pañuelos, ansiosas por el encuentro y la llegada. Tales altos bien pudieron ser bautizados, en la memoria de los barquilleros que estaba de vuelta, a modo de ‘Los balcones de Madrid’. El símil quedó grabado en la versión coloquial de las gentes y se consagró como inapropiado topónimo. A la verdad, sí hay balcones en Madrid y numerosas casas balconadas. Las vistas desde la Plaza de Oriente sobre la Casa de Campo, o desde el Puente de Segovia, o desde Rosales y el Parque del Oeste, se pueden asociar como balconadas que dan vista a la lejana sierra. Eran espacios muy pateados por las barquilleros de la Ribeira Sacra. Pero ¿no sería tal vez la comedia de Tirso de Molina, Los balcones de Madrid, que se anunciaría con grandes carteles en los teatros de la Corte, donde los balcones de dos casas contiguas sirven de tránsito para la comunicación amorosa y furtiva? ‘Hermanos balcones, / dad luz, y sea por encanto’, desea Leonor, uno de los personajes. Los balcones de Madrid son en este caso parte del espacio dramático que desarrolla la comedia de Tirso de Molina.


Es curioso que una comedia de teatro, escrita alrededor de 1635, lleve el mismo nombre y se asocie con un reconocido lejano topónimo de la Ribeira Sacra. Los imaginarios balcones madrileños trasladados a Parada de Sil conectarían, en la imaginación de quien volvía de la Corte, mayormente barquilleros, con su paraje aldeano, y con quienes, desde el alto de un altozano, divisaban la vuelta al espacio doméstico. El mito de Penélope aunque con señaladas variantes.


Parada de Sil

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