Opinión

ENTRE BRAVOS Y ¡OLÉS!: CARMEN

Ahí está Carmen: sensual, pletórica, provocativa. Alargada de cuerpo, esbelta como una palmera, sueltos cabellos sobre la espalda, insinuantes caderas, los brazos torciéndose como aletas giratorias de un agitado molino de viento, y sus manos, muñecas y dedos aleteando como el lento revoleo de una inquieta mariposa. Ahí está Carmen. Todo centro, furia sexual, mirada tensa, insinuante, pechos alborotados en busca del último encuentro. E impávido y furioso su taconeo, en ritmos variados, alternantes, sordos, mágicos. Recorre todo el escenario; vuelve al centro, gira, se tuerce, recoge su mirada, abre los brazos, dobla su cintura, su negra melena suelta, agitada y el súbito lamento de un quejido que se oye en el fondo del escenario. Ahí está Carmen. De rojo, de negro, de suave violeta; con su mantón, su peineta, su abanico y la navaja brillante que entrega a su enloquecido pretendiente. Una vez más: pasión y celos; amor y odio, Eros y Thanatos. Carmen es nombre universal de mujer española. Es el amor libre, siempre inquietante, no sujeto a ningún sujeto. El logro del instante; de la pareja más asequible, del momento. Se llama furia, instinto, obsesión sexual.


Es Carmen, la de Sevilla, la fábrica de cigarros, el cuartel de los Dragones de Alcalá, las gitanas obreras coqueteando con los soldados, la flor que la gitana Carmen le arroja, como muestra de admiración a don José, simbólico preludio de pasión y sangre. Y también el torero. Robusto, fuerte, ágil en su danza, musculatura hirsuta, a modo de enjutas raíces secas. Es el torero Escamillo. Dos hombres y una mujer. La rivalidad por la hembra. Los dos la desean. Amor de furia, de desahogo, de súbito calentón. Dos bastones, y un repique de cada uno sobre el tablado, pausado, lento, ágil, rítmico y finalmente sordo, apagado. El callado como símbolo de la autoridad, del machismo, del poder sexual y de la erección fálica, inaplazable. Todo a flor de piel, en esa ritual periferia en donde se va concertando, paso a paso, el brutal desahogo de la pasión, que da en magna tragedia. Carmen, la gitana, el torero Escamillo y el rival don José. Éste, presa de ira y de celos la mata a puñaladas. Y ya expirando la recoge en sus brazos, solloza sobre su cuerpo yacente, lanza un profundo y ronco grito y confesando su crimen se deja arrestar.


Y una vez más la clásica rueda de la Fortuna; los naipes que Carmen mira y remira y que en ellos se escribe el aciago final: su muerte. Y lo confirma la mujer que, vestida de negro, ronda en su alrededor, la cubre con un negro manto. Es el sino fatal que mueve a muchos de los personajes de García Lorca, desde la figura de Leonardo en Bodas de sangre a la más inocente de las hermanas, Adela, en La casa de Bernarda Alba. Todo a modo de espíritu divino, o tal vez diabólico, la magia del duende que aprisiona a los personajes sobre el escenario donde lo sublime y lo diabólico se conjugan en un aciago final. Luces, vestimenta, canciones, variedad de ritmos y movimientos, al igual que espacios emblemáticos ?plaza, cárcel, taberna, calle ruidosa, fábrica, campo, monte? configuran y contrastan el mundo del torero Escamilla y el de los contrabandistas gitanos con el mundo ordenado de la soldadesca. Delincuencia y Ley; alboroto y orden, crimen y castigo.


Tal fue la representación basada en la famosa ópera de Carmen de Georges Bizet en el clásico teatro madrileño Reina Victoria, que ya cuenta con una temporada de representaciones, en sabia adaptación del Ballet Flamenco de Madrid. Nacido en 2001, tiene como objetivo fusionar y dar auge a la escuela de danza española, la danza bolera y el flamenco. Acertado y genial hibidrismo logrado en Carmen: fluir rítmico del ballet, sutil, clásico con el ronco y furioso taconeo del flamenco al grito de ¡oléeee! Dos tradiciones fusionadas: la cortesana y refinada, eurocéntrica, y la popular y bullanguera, fijada en clásicos esteriotipos (gitanas, gitanos, toreros), arraigados en Bizet para quien L'amour est anfant de Bohême / il n'a jamais connu de loi ('El amor es un niño gitano / que nunca ha conocido ninguna ley'). En ésta célebre habanera, basada en una melodía de Sebastián Iradier, Carmen sintetiza su razón de amar: su libertad.


(Parada de Sil)

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