Opinión

CAFÉ, TÉ Y EL TEA PARTY

El origen del cultivo del té y del café es incierto e impreciso. Está envuelto en leyendas, mitos e historias apócrifas. El consumo del café como bebida está universalmente extendido. Se dice que un pastor de Abisinia (actual Etiopía) observó el efecto tonificante de unos pequeños frutos rojos, presentes en algunos arbustos, que los habían consumido sus cabras y él mismo comprobó los efectos al renovarse sus energías. Llevó unas muestras de hojas y frutos a un monasterio cercano donde los monjes, por curiosidad, los pusieron a cocinar. Al probar la bebida, la encontraron tan amarga que arrojaron a una hoguera lo que quedaba en un recipiente. Los granos de café a medida que se quemaban desprendían una agradable aroma. Fue así como a uno de los monjes se le ocurrió la idea de preparar la bebida a base de granos tostados. Su uso se expandió por el mundo musulmán. Fue prohibido en algunas culturas y sometido a fuertes impuestos por Federico II de Prusia. Es la bebida más consumida en Estados Unidos, de tal manera que en despachos, en salas de espera, en oficinas de los departamentos de las Universidades, está, al lado de las variadas bolsitas de té, la cafetera a disposición del personal. Es un café diluido, un tanto ligero, aguado.


China, la India y el Japón se discuten el origen del té. La historia de su origen, distribución y comercialización es compleja. Ha dado origen a conflictos políticos y a enfrentamientos militares. Al igual que el café, sus efectos y variedad forman parte de toda una gran cultura. Su consumo se asoció con una pudiente clase noble, y ha formado toda una cultura de ritos, ceremonias y etiquetas. El comercio del té dio origen, en 1773, al alzamiento de los colonos de Boston en contra del opresor británico, y marcó el inicio de la independencia de Estados Unidos. Una noche, un grupo de colonos, ocultos bajo el ropaje de los indios nativos, tomaron los barcos de los ingleses cargados de té y arrojaron los fardos al mar. Protestaban por los altos e injustos impuestos que debían de pagar ya que el té iba destinado a los soldados ingleses que ocupaban la ciudad. La revuelta, que se extendió a otros puertos de la zona, quedó fijada en la historia del país como el Boston Tea Party.


La memorable protesta y su nombre se sido reivindicada políticamente en Estados Unidos por grupos dispersos del partido republicano. Se oponen cerrilmente a la imposición de nuevos impuestos, pese al gran déficit que padece la balanza de pagos; al afán del Presidente Obama en establecer nuevos programas sociales: sanidad, educación, vivienda, pobreza, inmigración. Bajo la nueva sigla los miembros del Tea Party abanderan la ideología del ala extrema del partido republicano. Uno de sus anatemas, la ayuda financiera a bancos en peligro de quiebra y a la industria del automóvil (General Motors, Chrysler). Claman en contra de la intrusión del gobierno en la vida de sus ciudadanos, en contra de los programas que constriñan su independencia, abogando por la libertad para que cada uno forje su propio camino. Abogan por el equilibrio del déficit, por la reducción de impuestos, pese a que los más ricos sean los que menos paguen. Paradójicamente, la gran mayoría de sus miembros son hábiles políticos, poseen un nivel alto de educación universitaria, y disfrutan de una boyante situación económica.


La metáfora gastronómica es clara: o café para todos (demócratas), pero mejor té (lease money) para la clase alta adinerada, que dobló su riqueza en los últimos gobiernos de George W. Bush. Se contrasta así el origen, consumo y hasta el color de una bebida (el café) frente al té, con obvios ramalazos racistas. En estados fronterizos con México (New México, Arizona, e incluso el sureño Alabama), las facciones indígenas, piel bronceada, delatan al potencial inmigrante ilegal, latino, obligado a llevar consigo su tarjeta de residente (Green Card). Arriesgan, de carecer de ella, la deportación. No importa el que sus hijos hayan nacido en el país, y sean ciudadanos norteamericanos. No son raros los casos de padres forzosamente repatriados, obligados a abandonar a sus hijos menores al amparo de dudosas tutelas. La historia está siempre marcada por ideologías extremas. (Parada de Sil)

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