Opinión

EL CARIBE: EL MAR QUE SE REPITE

O la isla que se repite, Cuba, en acertada definición de Antonio Benítez Rojo, en su logrado estudio 'La isla que se repite'. El Caribe y la perspectiva posmoderna. Vio la luz hace un par de décadas. Fue pionero en los estudios clasificados como poscoloniales. Se mueve de Bartolomé de las Casas y Alejo Carpentier a Wilson Harris, Derek Walcott y Gabriel García Márquez. El Caribe como un espacio elusivo, abierto, indefinible, heterogéneo. Un meta-archipiélago sin bordes ni centro en el cual la región y la escritura que lo define o ubica son inseparables. Y es Cuba la perpetua promesa para la imaginación, en palabras de María Zambrano,. Es el espacio de la Utopía donde ésta apenas se cumple. Un refugio frente a los asaltos del mar, estable y puro, frente a la marea de los instintos. El mito de la isla inaccesible se fragmenta y se confunde con la historia de su búsqueda: Isla de la Fragancia, Isla de la Sirena, Islas Afortunadas, Atlantis. El agua es su única frontera, sin límites, en continuo flujo y reflujo. Da expresión a esa constante nostalgia contradictoria.


El Carnaval es la gran fiesta del Caribe. Lo caracteriza un variado sistema de signos: canto y baile, música y mito, vestimenta y ritmo, gesto y expresión corporal. Sensual, generativo. Hombres vestidos y pintados como mujeres, realidad al derecho y al revés, conga y samba, y el perpetuo ritmo que se hace y se deshace para de nuevo volver a empezar: flujo y reflujo, máscaras y revelación. Escribe Benítez Rojo: 'así, el texto caribeño es excesivo, denso, uncanny, asimétrico, antrópico, hermético, pues, a la manera de un zoológico o bestiario, abre sus puertas a dos grandes órdenes de lectura: una de orden secundario, epistemológica, profana, diurna y referida a Occidente - al mundo de afuera-, donde el texto se desenrosca y agita como un animal fabuloso para ser objeto de conocimiento y de deseo'. En el otro, el texto despliega su monstruosidad bisexual de esfinge hacia el vacío de su imposible origen, y sueña que lo incorpora y que es incorporado por éste.


Me provocan esta serie de disquisiciones la pintura del escocés Peter Doig. Una de ellas, 'Canoa blanca', alcanzó la cifra de once millones de dólares en la subasta llevada a cabo por Sotheby, en Londres. Fue el precio más alto conseguido por un artista aún vivo y en plena producción. Muchos de sus cuadros, presentes en la exposición de la Galería Nacional Escocesa, en Edimburgo, plenos de colorido y asombrosamente bellos, pertenecen a su época en la isla caribeña de Trinidad donde vive con su familia aturdido por su impresionante belleza. Estudiante de arte en Londres, Doig creció entre Canadá y Trinidad y, después de un largo deambular, volvió a la isla de sus sueños. Para este pintor, y de acuerdo con la famosa frase de Robert Louis Stevenson, 'no existen tierras extrajeras, lo es tan solo quien viaja a ellas'. Trinidad es la compleja síntesis en continua yuxtaposición del mar Caribe. El lejano Canadá, sus bosques nevados, contrasta con Trinidad: el húmedo pavimento en vaho ardiente, el verde grasiento, el intenso azul, el profundo color negro.


No menos impresionante es la lejana canoa reluciente al lado de cuerpos inmóviles; o el muchacho semidesnudo jugando al cricket, o el pelicano muerto de la mano de un hombre solitario. Imágenes captadas a medio camino entre el sueño y la conciencia de lo real extraño. En mente otro pintor, que al igual que Peter Doig, se alejó de Europa y se hundió en la idílica soledad de una isla en el Pacífico: Paul Gauguin. Es uno de sus maestros. Y detrás Edward Hopper; o esos barcos ondulando en el oscuro mar de la noche de Elvard Munch, los expresivos brochazos de un Manet, o los espacios planos que resaltan al fondo de un cuadro de Matisse.


Nada le es fácil a un gran pintor. Y más a aquéllos cuya cotización es abrumadora en las subastas internacionales. El inicio es lo más complicado para quien pinta, y más el lograr una gran pintura. Esta depende de la expresión interior de uno mismo. Una isla, un mar, unas gentes, un ambiente, un espacio, unos colores y unas técnicas dan fuerza creadora al pulso de quien maneja el pincel sobre el lienzo desnudo, en blanco. Peter Doig es de lo que mágicamente acierta situado en una isla y en un mar sin fronteras que lo detenga. (Parada de Sil.)

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