Opinión

Un cementerio llamado ‘Swan Point’

Lo visité varias veces, no lejano a la casa donde residimos por más de veinte años, en Providence, en el estado de Rhode Island, al sur de Boston. Olmos, abedules, grandes robles, arces copetudos, acogedores sauces se extienden a lo largo de sinuosos y estrechos pasillos, subiendo, bajando, haciendo esquina, bordeando la parte baja paralela a una ancha ría, sorprendiendo al caminante sumido en un alborozo de pájaros, de colores, en el estallar de la primavera. La naturaleza salta de pronto con todo su esplendor en esta época del año. Y llegado el otoño, la miríada de colores con que las hojas van cambiando, del verde pardo al intenso rojizo, al suave amarillo y al chillón morado, funden al caminante en un espiritual consuelo. La naturaleza es como la vida. Se desprende del largo ritual del estío para infundirse en un alargado y gélido invierno. Y aquí las espirales de la nieve cubriendo los árboles mortecinos, y los largos carámbanos que bajan desde lo alto de las copas hasta fundirse con el césped descolorido, extienden la alegoría de la naturaleza con el naufragio de la vida, que también se consume ya vuelta a la tierra.


El tiempo se congela en este espacio a la vez natural y mortuorio. La muerte se esconde, se engaña, se disimula. El silencio y la belleza natural del paisaje cubre y encubre, en suave armonía entre vida y muerte, los ciclos de la naturaleza y de la vida. Se siente un grato reposo en el lugar ya sin tiempo. El acceso a su interior, al igual que su recorrido, bien caminando, en bicicleta e incluso en automóvil, facilita el salvar las agudas pendientes, los recovecos, las rápidas bajadas sobre la cercana bahía que forma la extensa desembocadura de la ría de Pawtucket.


Aquí yacen los restos de Nelson W. Aldrich, senador por el estado de Rhode Island y abuelo de Nelson Rockefeller, vicepresidente durante el breve mandato del presidente norteamericano Gerald Ford. A ellos se añade una extensa lista de senadores y diputados que sirvieron en Washington, y no menos de gobernadores del estado. La tumba que visité varias veces fue la de insigne autor de novelas de terror Howard Phillips Lovecraft, quien, siguiendo los pasos del gran Edgar Allan Poe, llevó a extremos inusitados las narraciones envueltas en misterio y terror. Poe murió a los cuarenta años de edad; Lovecraft a los 46. Se dice que los padres de Poe, actores, tomaron su nombre de la gran tragedia de William Shakespeare, ‘El rey Lear’, que estaban representando al nacer. Saltó a la fama en Europa de la mano de la brillante traducción, ejemplar y modélica, del poeta francés Charles Baudelaire.


Como Poe, Lovecraft fue el gran maestro en el arte de la criptografía. Más radical y exotérico, Lovecraft pateó las calles de Providence donde vivió gran parte de su vida. En algunos de sus relatos consagró la calle donde estaba ubicada su residencia: 194 Angell Street. Sus cuentos de horror contrastan con el espacio en el que ahora reposa: un cementerio asociado con el majestuoso nadar del cisne. Una aguda sífilis, que dio en demencia y en muerte prematura, terminó con la vida de su padre. Ávido lector a corta edad, desde ‘Las mil y una noches’ a fragmentos de la ‘Ilíada’ y de la ‘Odisea’ de Homero, le llegaron de boca de su abuelo versiones orales de historias de horror y de leyendas góticas. Aquejado por un desorden de parasomnia, vagaba durante la noche sumido en historias de terror. Las trasladó al papel cargadas de rituales propios del ocultismo, hiladas con personajes siniestros. Una de ellas, ‘En las montañas de la locura (At the Mountains of Madness)’.


Se realzan en este cementerio del cisne, las humilladas lápidas, pardas, oscuras, que sobre el césped delatan nombre, año del fallecimiento, edad del finado. La entrada es majestuosa: a modo de una espléndido jardín donde la muerte se disimula con el aire festivo de tanta naturaleza acogiendo bajo el ramaje de sus árboles la vida cancelada. El cementerio ‘Swan Point’ de Providence es suntuso, grato, ameno. Sus suaves laderas en caída hacia la ría que separa Providence de Pawtucket, se combinan con pintorescas planicies. Las lápidas, algunas levemente inclinadas, cargadas de años, es como si quisieran contemplar el grato panorama que se puede disfrutar frente a la otra orilla. Un sabio diseñador de paisajes mortuorios supo combinar, en el ‘Swan Point cemetery’, el espacio natural en lograda armonía con el espiritual que delata el descanso eterno. Y del mismo modo incitar al solaz recogimiento entre quien vive a un paso de los ya eternamente ausentes.


(Parada de Sil)

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