Opinión

DE LA CRISIS DE CONCIENCIA

Llueven las malas noticias económicas. Si este año ha sido catastrófico el que viene se augura peor. Unas medidas económicas reemplazan a otras. Está en riesgo el euro. Los gobiernos se tambalean, caen y urge instalar nuevas medidas. Ya. Es acuciante la especulación de los Hedge Funds, y a la sombra de la incertidumbre y del desasosiego, las grandes fondos de inversión multiplican sus capitales. La avaricia mueve sus fichas en el gran tablero de Wall Street y de la City londinense. Porque, como acierta el refrán, 'a río revuelto, ganancia de pescadores'. No se confía en las decisiones de la clase política. Los ricos se hacen cada vez más ricos, y esa ancha franja que constituía la clase media es cada vez más reducida. Falta de crédito, alto desempleo, baja productividad, déficit rampante, marasmo en las exportaciones, juventud sin ofertas de trabajo, a desaire, y con un futuro gris. Se agravan el sentimiento de crisis, de desengaño, de insatisfacción. Una juventud a la deriva frente a un grisáceo horizonte de inquietante incertidumbre.


La peor crisis: la de conciencia. El no sentirse avergonzado ante la fechoría aireada públicamente; ante la trampa, el engaño, la mentira, el soborno, la falsa acusación, el despilfarro del dinero de todos. La peor crisis: la de conciencia. La prepotencia basada en el caudal acumulado, la ambición desenfrenada, la anodina pelea por el poder. Víctimas que a su vez se convierten en victimarios; culpables que descaradamente se defienden como inocentes. O que cínicamente, sin parpadear, proclaman su culpable inocencia. Un manido oxímoron que delata una política carente de arriesgadas iniciativas. Fatuos héroes ya presentes en las grandes tragedias griegas (en mente Sófocles, Eurípides), pero sin el aire o la majestad de aquellos lejanos voceros de su tribu; sin la existencial inquietud de un Macbeth, el gran personaje del William Shakespeare, mordido y aquietado por el remordimiento y la culpa. A su lado Lady Macbeth, intrigante, a modo de una alocada sirena mítica que, lentamente, fue socavando la voluntad de su esposo para cometer el cruel regicidio: el asesinato del rey de Escocia. Logró su ascenso al trono, proclamándose a sí mismo rey. El héroe se convierte en tirano cegado por una ambición sin límites.


Vidas henchidas de contrastes y de resoluciones históricas plasmadas de contradicciones. Aturdidas por presagios y agüeros que fueron oídos pero no escuchados. Tragedia cargada con frases lapidarias en uno de los famosos soliloquios de Macbeth, que adoptò Ernest Hemingway en su novela sobre la Guerra Civil española ((For Whom the Bells Tolls), o por el sureño William Faulkner (It is a tale told by an idiot, full of sound and fury, signifying nothing) en su gran novela The Sound and the Fury. Héroes perplejos, enojados, exiliados de sí mismo. A corto plazo, ser corrupto es más rentable que ser honesto. Fatal sino (el de Macbeth), genialmente representado en los Teatros del Canal, de la Comunidad de Madrid, en versión y dirección de Helena Pimenta, con el transfondo de la ópera de Verdi, a modo del augural coro tan presente en las tragedias de la Antigüedad.


La peor crisis: la ausencia de remordimiento. El lavarse simbólicamente las manos como el bíblico Pilatos y declarar majestuosamente la inocencia sin antes de pronunciarse el veredicto. Los daños de la nación, las peleas intestinas, el desencanto ante la corrupción, el descarado nepotismo, la truculenta endogamia a la hora de repartir prebendas entre los más allegados, el quid pro quod, o en rancio castellano, tú por mí, yo por ti, que originan y con frecuencia acarrean la ruina política y moral.


La peor crisis: la falta de valores, rectitud ética, desmedida ambición. Forma parte (la crisis de conciencia) de la historia de las mentalidades de un estado, de una nación. Ya lo señaló el famoso lexicólogo Sebastián de Covarrubias en el siglo XVII: no tener conciencia, ser desalmado. No tener escrúpulos. Y es más extensa la acepción del Diccionario de autoridades, de 1726: no tener conciencia: lo mismo que ser malvado, injusto. Y lo confirmó otro gran dramaturgo, Bertold Brectch: la crisis ocurre cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer. (Parada de Sil.)

Te puede interesar