Opinión

LA LUNA SIGUE SIENDO 'LUNA'

Aveces se establecen proyectos o se idean nuevas políticas en un afán de no ser menos. Se dice que la Unión Europea surgió para competir comercialmente con Estados Unidos y que éste disputa su hegemonía comercial y de mercados con la masiva presencia de China. Sucedió lo mismo en 1961. El presidente John Kennedy reunió al Congreso de Estados Unidos, y anunció su programa de aterrizaje en la Luna y el regreso victorioso a la Tierra. De tener éxito, declaró, no sería la hazaña de un hombre sino de toda la nación (of an entire nation). Ocho años más tarde, Neil Armstrong fue el primer hombre paseando por la superficie lunar. Aquel paisaje, que llegaba a Houston en imágenes difuminadas, quedó retenido en el imaginario de toda una generación.


Es posible que tal éxito ?se dijo?distrajera al espectador norteamericano de la invasión a Cuba, que resultó en humillante fiasco: Bahía Cochinos. Kennedy no tenia ningún interés en llegar a la Luna. El hecho de que el astronauta ruso Yuri Gagarin circundara la Tierra, el aterrizaje sería una forma de adelantar a los rusos. En el lejano 1961, implicaba romper grandes fronteras tecnológicas. Ya han pasado cincuenta años. Tal coste (150 billones de dólares), cinco veces mayor que el Manhattan Project (construcción de bombas atómicas) y dieciocho más que la construcción del Canal de Panamá, dio sus frutos. Las imágenes que llegaban a la Tierra, una diminuta mole oscura, sostenida por unos mágicos e invisibles hilos, moviéndose frágilmente, impactaron a los teleespectadores. Realzaron la aventura humana de la inteligencia y el dominio de la tecnología sobre el poder invencible de la naturaleza.


A mediados del próximo julio la nave Atlantis hará su ultimo viaje después de treinta años de triunfos y de trágicos desastres. En mente, el Challenger (1986) y el Columbia (2003). Lo que en 1961 se consideró un gran triunfo, las llegadas de la nave al espacio dieron en rutinarias: un enorme cohete de ascenso, regreso, aterrizaje como un avión, abaratando costos y acortando tiempo de espera. Se evaporó el sueño de construir pequeñas factorías en el espacio, de fabricar cristales exóticos o metales o productos farmacéuticos imposibles de obtener en la Tierra dada su gravedad y la densa polución que la envuelve.


El mayor logro fue el dominio del espacio, disponible para quienes deseen hacer un viaje en sus órbitas menos distantes del centro de gravedad. El poderoso lobby norteamericano, que defiende los intereses de las compañías espaciales, logró que el Senado pidiera a la National Auronautics and Space Administration (NASA) la construcción de un potente cohete, superior a los anteriores. Su objetivo: situar un ingente artefacto en lo más profundo del espacio. No estará disponible hasta 2016. De momento, será el sector privado, bien americano o ruso, el que facilite, aunque a grande costo, viajes espaciales alrededor de la Tierra.


El cese de las exploraciones a gran escala, con medio siglo de existencia, que tuvo a Kennedy como heraldo, será un amargo lamento. Se lograron inventos y nuevos descubrimientos espaciales. Pero uno de los objetivos del Apollo fue también político: mostrar la superioridad del libre mercado capaz de movilizar grandes recursos económicos y de lograr nuevos objetivos. Imitaba irónicamente el tipo de economía regulada del país con el que competía. Años de la Guerra fría. Las críticas fueron certeras. Si USA tuvo la capacidad de enviar un hombre a la Luna, sin embargo no fue capaz de llevar a cabo el sueño del presidente Lyndon Jonson: lograr una gran sociedad (the great society) igualitaria y justa. Triunfaron sus ingenieros espaciales, pero fracasaron los ingenieros sociales.


Ante la feroz competencia con China, el presidente Obama clama por un nuevo Sputnik: hacer frente al rival invirtiendo en nuevas tecnologías y en la desastrada infraestructura del país. El mensaje no ha sido bien acogido. Fue más patriótico hacer frente a la Unión Soviética en los tiempos de la Guerra fría, y describir la competencia del pasado con orgullo sin señalar los fallos del presente. La humillación no forma parte de la psique del pueblo americano. La esconde una frecuente exclamación: ¡wonderful!


(Parada de Sil)

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