Opinión

LA MEMORIA EMIGRANTE: ERNESTO DA CAL Y LA RIBEIRA SACRA

Se conocían entre ellos: Emilio González López y Ernesto da Cal. Eran asiduos en la Casa Galicia de Nueva York. Los dos, reconocidos académicos y profesores universitarios en el área metropolitana de la ciudad. González López dirigió durante años la Casa Galicia y el Centro de Estudios Graduados, que forma parte del sistema universitario de la ciudad de Nueva York. Traté al primero en varias ocasiones. Una de ellas, en su visita, ya entrado en años, en compañía con los previos directores del programa graduado de la Escuela Española de Middlebury College, situada en el estado de Vermont. Habían sido invitados por el director en funciones, de aquéllas el hispanista y profesor en la Universidad de Michigan Frank Casa. Le habían precedido Francisco García Lorca, hermano del poeta, Ángel del Río (profesores ambos de Columbia University) y, durante años, el célebre Joaquín Casalduero. Los intensos cursos de postgrado que ofrece Middlebury College reunieron durante varias décadas a lo más granado de la intelligentsia española que, al finalizar la Guerra Civil, buscaron refugio en las aulas de las universidades de prestigio norteamericanas. Columbia, Harvard y Princeton fueron de las más distinguidas. Vicente Llorens y Américo Castro formaron piña en torno al departamento de lenguas romances de Princeton. En la lejana Berkeley, a un lado de la bahía de San Francisco, en California, sobresalieron Antonio Rodríguez Moñino y José F. Montesinos, entre otros.


Huérfano de padre, Ernesto da Cal pasó su niñez en Quiroga (Lugo), un espacio que rememora en pasajes líricos sobre su contorno natural. Ya en Madrid, a la espalda de su madre, destinada como maestra, siguió la carrera de Filosofía y Letras, y desarrolló una activa conciencia política, encabezando manifestaciones contra la dictadura de Primero de Rivera. Comparte amistad e ideología republicana con Federico García Lorca; tertulias en la Casa de las Flores con Pablo Neruda, y con su paisano, también coruñés, Eduardo Blanco Amor. Ambos tuvieron parte en la redacción y estilo de Seis poemas galegos de García Lorca. Mariñeiro fusilado fue el primer libro de poemas de da Cal. Vio la luz en 1937. Le siguieron, ya residiendo a orillas del río Hudson (Nueva York), Lúa de além-mar, Rio de sonho e tempo y Motivos de eu. Su última publicación, a cuatro años de su muerte (1994), Espelho cego.


Con motivo del centenario de su muerte, el Instituto Rosalía de Castro organizó una sobria exposición, que acompañó con una placa conmemorativa en honor a este gallego trasterrado. Hizo escuela con su influyente monografía sobre el novelista portugués (Língua e estilo de Eça de Queirós). Su monografía asentó un riguroso método de lectura crítica (la estilística), coherente y textualmente documentado. Es una referencia ineludible sobre este gran novelista, cabeza del Realismo portugués de mediados del siglo XIX. Fue producto de su tesis doctoral presentada y defendida en Columbia University. Da Cal estableció un campo de investigación común con la literatura portuguesa y la gallega, con destacadas entradas en diccionarios internacionales (European Authors) y Enciclopedias (Catholic Encyclopedia).


Casado en primeras nupcias con Margarita Ucelay, excelente editora del Lorca dramaturgo (Así que pasen los años, Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín), profesora de Barnard College, la universidad de grado exclusiva para mujeres, anexa a la vecina Columbia University, desarrollaron ambos una gran actividad de difusión de la cultura y de la literatura española: Visión de España, Literatura del Siglo XX. Da Cal, ya volcado en la cultura y literatura portuguesa, tuvo un gran papel en la formación de esta sección, ya catedrático, en la Universidad de Nueva York, cuyo campus central está ubicado en la popular plaza de Washington Square. Fue investido con el doctorado Honoris Causa por las Universidades de Bahía (Brasil) y Coimbra (Portugal).


En algunos versos se percibe la lejana niñez, añorada, de su entorno a orillas del Sil y la vuelta nunca sentida, más bien sublimada, a su Quiroga lejana: 'Sôbre o meu pobre Eu de cada dia / que paulatinamente / vou deixando ficar / sôbre a herba de tempo / como per de serpente / valdeiro / abandonado / transparente'.


(Parada de Sil)

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