Opinión

UNA POÉTICA PARA MARIO VARGAS LLOSA

El uruguayo Emir Rodríguez Monegal explicaba con lucidez y coherencia, en mis años de doctorado en Yale University, la compleja estructura narrativa de las pocas novelas que ya había escrito el joven Vargas Llosa en la década de los setenta. Apenas contaba con 27 años y ya tenía en su haber un clásico de la novela hispanoamericana: 'La ciudad y los perros' (1963). Tres años más tarde dio a la luz 'La Casa Verde', donde se confirmaron, una vez más, las dotes del gran narrador. Fue el primero un libro reaccionario, denunciador. Se ponía en tela de juicio, o mejor, se denunciaba, la organización paramilitar del limeño colegio Leoncio Prado. En ceremonia pública se quemaron ejemplares a manos de grupos radicales de la derecha peruana, ofendidos por la denuncia que respiraba el famoso texto: corrupción política y militar, injusticia social y económica, que se hacia extensiva a Perú y al resto de la América Latina.


Con su segunda novela, Vargas Llosa ya encabezaba una lista de ilustres narradores que estaban cambiando radicalmente el panorama de la narrativa previa: desde el chileno José Donoso, al mexicano Carlos Fuentes y a Gabriel García Márquez, sin olvidar al exquisito cubano Guillermo Cabrera Infante y al gran Julio Cortázar. Llegaban precedidos por una ilustre lista de maestros en el arte de narrar: Borges y Miguel Ángel Asturias, Onetti y Alejo Carpentier. Rompían con el realismo documental, con la llamada novela de la tierra, con la denuncia social panfletaria, demagógica, y con el sectarismo maniqueísta que dividía a la sociedad en buenos y malos (en explotados y explotadores). La escritura del peruano era limpia, coherente, clara, bien hilada, ejemplar. Abría nuevos horizontes en el imaginario literario, no solo americano pero también europeo. Revelaba nuevas realidades, profundas e universales, que atañían a la existencia del ser humano.


Mario Vargas Llosa se diferenciaba del resto no sólo por su nata vocación de narrador, por el dominio de las técnicas narrativas, aprendidas en su arraigado estudio sobre Flaubert, por su larga estancia en Europa (París fue uno de sus centros de trabajo), sino también por su erudición literaria y cultura humanística. Licenciado por la universidad de San Marcos, en Lima, obtuvo su doctorado en Letras por la Universidad Complutense, Madrid, adquiriendo en el proceso la disciplina del trabajo sistemático, disciplinado. Y trasladó la mecánica de la investigación y del detalle a la creación literaria. Esta se asienta, de acuerdo con Vargas Llosa, en la rebelión ante lo establecido, en una critica acerada, inconforme, contestataria. Tal sucedía en la gran novela inicial 'La ciudad y los perros'. En un principio iba a titularse 'La morada del héroe' y luego 'Los impostores'. Los perros es el nombre que reciben los cadetes que viven en el internado del colegio Leoncio Prado.


El colegio, un reducido microcosmos de colegiales y de militares que lo regentan, se dobla como un complejo macrocosmos dominado por intereses sociales superpuestos y por ideologías y etnias enfrentadas. Pese al aspecto realista del relato, y a su riguroso trazado narrativo, alternan varios planos temporales simultáneos. Estos se acompasan en variedad de ritmos narrativos, de dobles, de juegos de espejos que forman un complejo laberinto de acciones perversas. La primera lectura funciona a modo de sedimento que revierte a otras más complejas. Tanto cadetes como oficiales, victimas y victimarios, viven alienados, sujetos a acciones que contradicen la propia condición humana.


Gran experto en las novelas de caballería, sobre todo en 'Tirant lo Blanch', y no menos en el Quijote, Vargas Llosa asumió, ya desde sus primeros relatos, el reverenciado código del honor que mueve la locura del caballero de la Mancha: reforma social, justicia, compromiso ético y moral, derechos humanos, libertad y respeto a los derechos de los ciudadanos y al estado que los representa. Al igual que el colegio Leoncio Prado es un espacio representativo del Perú, lo es Mario Vargas Llosa como la mejor imagen del andante caballero manchego (Don Quijote): ese hidalgo melancólico, ávido lector, fervoroso escribidor, defensor de una ética coherente, contra aspas de molinos y furibundos leones.


La academia literaria le ha hecho justicia con el tan merecido Premio Nobel.


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