Opinión

"Yo soy aquel que ayer no más decía"

A Rubén Darío le cantaban las sílabas, los nombres y los verbos. Y los versos alargados, alejandrinos; los heptasílabos, las coplas de pie quebrado: «Margarita está linda la mar, / y el viento / lleva esencia sutil de azahar». Y le cantaba la oda, como antes a Walt Whitman, y más tarde a Pablo Neruda (Odas elementales), y mucho antes a Luis de León y aún más atrás, a Horacio. En aquel Beatus Ille fraguó el gran epigrama a la vida retirada. Darío revolvió las aguas de la gran tradición clásica, del medievalismo gótico, y de la mano del gran Garcilaso avivó la lírica hispánica con las solemnes elocuciones del gran visionario: «Soy un hijo de América, soy un nieto de España». La eufonía de su nombre Rubén Darío (u e, a, i o ), seudónimo del de pila, marca en las cinco sílabas, combinando vocales átonas y tónicas, en forma descendente, ritmo y rotunda rima final. 


Al igual que Garcilaso, Rubén Darío fue, en palabras de Pedro Salinas, el gran revolucionario del verso castellano. En ambos el ardiente tema erótico (amor, memoria, frustración ante la pérdida), conjunción de espacios culturales y mitos. Y la sublimada conciencia del paso del tiempo: «Juventud, divino tesoro, / ¡ya te vas para no volver! / Cuando quiero llorar, no lloro / y a veces lloro sin querer ». La nostalgia y el sentimiento de ida, ya cercana, aturde con frecuencia la imaginación de escritores y artistas gráficos. Y en muchos, lo agrava la melancolía, el decaimiento, la angustia ante la soledad. La incertidumbre. 


Al igual que Darío, Garcilaso asimiló una convención y una extensa y rica tradición de motivos y cánones líricos: la memoria como nostalgia dolorida, la imagen hecho rostro como silueta descriptible, la anécdota del encuentro amoroso y carnal sublimado como mito, el desgarro afectivo en moroso endecasílabo que canta y evoca. Es una maravillosa ventana  por la que penetraron múltiples brisas líricas: Cancioneros del Siglo XV, Ausías March, lírica provenzal, clasicismo bucólico y moral, Petrarca de la mano de su Laura, y la propia biografía trenzada en sutiles metonimias vivenciales. Asoció encuentros, abandonos, distancias, lejanías, abstracciones, realidades concretas y añoradas. Y la variada combinación de versos y formas métricas convirtieron su arte en una gran Officina poética. Con gran ductilidad y maestría, el artesano pasa del soneto a la sextina, a la octava real, a la terza rima, a la lira para volver de nuevo al soneto. Y esto al compás de églogas, elegías, epístolas y odas. Malabarismos verbales, intrincados conceptos, antítesis y paradojas, el callar como disimulación de un amor en secreto, el recato frente a la apoteósica declaración de amor son parte del virtuoso andamiaje que va bordeando el espacio lírico llamado Garcilaso. Y este es un deslumbrante monumento que se erige al sentimiento y a las voces de la subjetividad. 


En Rubén Darío el verso es forma y es, sobre todo, música. Adoptó del poeta francés Paul Verlaine el concepto de que la poesía era sobre todo música: "De la musique avant toute chose". Y al igual que Rosalía de Castro, introdujo nuevas formas métricas: octosílabos y endecasílabos y, ya en desuso, eneasílabos, dodecasílabos y alejandrinos (catorce sílabas), que aplica a sonetos, a cuartetos y hasta sextetos. Y pies métricos que trasvasa de la lírica clásica (Virgilio, Horacio) a la hispánica. Y una compleja presencia de nuevos campos semánticos, que asocian exotismo y refinamiento: lotos y magnolias, jazmines, dalias y crisantemos, armiño y alabastro. Y extrañas formas cultas procedentes de los clásicos: liróforo, hipsipila, crisálida. 


Y los mitos clásicos: Afrodita y Venus, Orfeo, Pan y Pegaso. Y el arte de combinar sensaciones propias de distinto sentidos (sinestesia): tacto y oído ("dulce melodía") y aún mejor: "La princesa se entristece / por su ‘dulce flor de luz", presente en los poetas simbolistas (en el cubano José Martí). Estas se  alternan con la presencia cromática de colores (ebúrneo, cándido): «lejanas bandadas de pájaros manchan / el fondo bruñido de pálido gris». De ahí que el cisne sea uno de los símbolos más representativo de los modernistas. Combina forma, color, elegancia, placidez y símbolo. 


Ya Pedro Salinas explicó la connotación erótica del cisne. Le da un gran varapalo el mexicano Enrique González Martínez al exhortar, en un famoso soneto, "Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje", augurando un cambio de estética y el final del modernismo. De la mano, el cuadro impresionista. Lo que más impresiona en un cuadro o en un poema: epítetos, formas sintácticas, grupos consonánticos, ilación climática, yuxtaposición rítmica. Todo es valorable a través de la forma, y lo más relevante su valor emotivo. Lo refleja la imagen acústica, sonora, del verso. 


Parada de Sil.

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