Opinión

Del yo y de los otros

Los nuevos medios de comunicación, la rapidez de los transportes, las grandes multinacionales con operativos en múltiples países, la globalización y las numerosas rutas transatlánticas, el continuo diálogo entre economistas, científicos, pensadores y artistas, aquende y allende los mares, han hecho que ya uno no se sienta extranjero fuera de su país. La vieja Europa, ya sin fronteras, la nueva fuerza económica de China con tentáculos por todo el mundo, la avasalladora presencia del inglés como lengua franca, y la economía del imperio que la impone, han roto también las pronunciadas diferencias del paisaje humano: barrios chinos en Nueva York y San Francisco, franceses ubicados en Berlín, pakistaníes y bangladeses en los barrios de Londres, marroquíes en el Madrid de Lavapiés. El fácil acomodo en un país extranjero ha roto los viejos complejos de alienación y ostracismo que sufre el que se desplaza a otras tierras. Al dicho de que ‘nadie es profeta en su tierra’ se contrapone el sabio axioma de Baltasar Gracián: ‘Los árboles transplantados dan mejores frutos’. El gran Decartes sufrió el desarraigo muriendo de frío en Suecia; sin embargo, Kant pasó toda su vida en su Königsberg y Herder, ya en el siglo XVIII, dio raíz al incipiente nacionalismo al observar que cada individuo florece en su hábitat: en el espacio donde nace, en su lengua y cultura. Y si bien es cierto que uno se siente más cómodo en el lugar que le vio crecer, todo individuo altera su percepción del Otro (el extranjero) al verse invadido por una incesante inmigración que ayuda a solucionar el impasse económico, cultural o científico del país de llegada.


Tanto artistas, cineastas (hay que pasar por Hollywood) como escritores y científicos, se hacen o maduran con frecuencia en espacios ajenos, exiliados de manera voluntaria o forzosa. La extrañeza ante lo ajeno, la ansiedad, incongruencia o melancolía que conlleva, origina y da fuerza a una nueva sensibilidad, a un nuevo sentimiento en las relaciones humanas y a una nueva percepción sobre el Otro. Toda una antropología de ser vistos y observados al movernos en espacios ajenos y extraños. Confiere a la vez la capacidad de ver y observar; de distinguir, diferenciar, comparar y hasta criticar. Un escritor, venga al caso, se sentirá desubicado en el espacio ajeno a su lengua, pero su no pertenencia local, o su desarraigo, le concede a veces un puesto relevante en el mundo internacional. Tal James Joyce, que rompió formas de narrar en ‘Ulysses’, residiendo en París, o Vladimir Nabokov, que se liberó de su lengua nativa (el ruso) en su fantástica novela de ‘Lolita’, escrita en un impecable inglés, o Samuel Beckett y no menos Joseph Brodsky.


Y ciudadano del mundo es George Steiner, residente en Suiza, moviéndose con fluidez en cinco lenguas, a medio camino entre Europa y América. De los últimos diez premios Nobel de literatura, cinco vivieron como emigrados. En mente, el imponente y barbudo Ernest Hemingway, viajero por todo el mundo. Formó parte de una comunidad de expatriados resi dentes en París (vivía en Saint-Germain-des-Press), aficionado al buen beber y no menos al tumultuoso vivir. Se tomó siempre la vida como esa frontera límite entre el vivir y el morir. Explica su gran obsesión con la corrida de toros. Así en su libro ‘Death in the Afternoon’, trágico y simbólico. Y cuando no pudo más con su cuerpo se deshizo de él con un tiro en la boca. Ya el británico Rudyard Kipling (‘The Jungle Book’), escritor y poeta nacido en la India, observó que se sabe más de Inglaterra no estando en Inglaterra.


La nostalgia invade al que se siente extraño en la tierra de otros. Y ésta se asocia, de acuerdo con Freud, con la melancolía: ese maldito sentimiento de haber perdido algo que se resuelve a veces en rabia y en pesar hacia lo que se siente ajeno. Es, de acuerdo con la distinguida Julia Kristeva, de origen búlgaro pero residente en París, como el dolorido sentimiento de haber perdido la madre. Pero frente al sentimiento de pertenencia y de vivir arropado por lengua, cultura y ámbito familiar, está la fantasía de ser ciudadanos del mundo, de inmiscuirse y verse como viajeros que somos, de gozar de esa libertad de arraigo y desarraigo, y de ser conscientes del dolor o fervor que tales opciones implican.


(*) Brown University, catedrático emérito Cátedra W. Duncan MacMillan Professor (Parada de Sil)

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