Opinión

Psicosis de guerra

Es angustiosa la frialdad de los expertos cuando especulan sobre una nueva guerra mundial. Algunos anuncian que va a ser inevitable porque, entre otras cosas, Rusia tendrá la tentación de atacar a un país de la OTAN. Ojalá que esas conjeturas pasen pronto a sonarnos solo especulativas. Pero el combustible está servido y solo falta la yesca.

Nunca hubo tantos conflictos armados desde el final se la segunda guerra mundial en coincidencia con el desmoronamiento del orden geopolítico mundial vigente durante los últimos setenta u ochenta años. Eso da lugar a distantes argumentos de despacho sobre los efectos de una guerra como fracaso del ser humano en su presunta sed de paz, concordia y progreso general por encima de las fronteras.

Más síntomas: la ONU se debilita (hasta casi la irrelevancia), la pacifista Finlandia se acoge apresuradamente al paraguas protector de la a OTAN y, mientras tanto, siguen abiertos dos escenarios (Gaza y Ucrania) de incalculable potencial de contagio a otros países.

Se reactiva la industria bélica, de repente se dispara la demanda de algodón y wolframio para fabricar pólvora y proyectiles, aparecen sofisticadas armas de guerra (la desinformación como herramienta desestabilizadora de países terceros) y crece el clima pre-guerra en los países mejor preparados para afrontarla (Rusia, EE. UU., Irán, Israel).

Por supuesto, en España no nos libramos de esa psicosis que ha calado en la percepción colectiva. Que la comunidad internacional presione al Gobierno de Sánchez para que aumente el gasto militar (hasta el 2% de los PGE) mientras el ejército marroquí realiza maniobras junto a Canarias, que un meteorito se confunda con un misil o que el Sahel se convierta en un cercano polvorín, contribuye a disparar el vértigo en esta hora difícil en el campo de las relaciones internacionales.

Todo este largo preámbulo viene a cuento de una peligrosa constatación: el empeño de Israel en seguir alimentando la temeraria dinámica que parece pensada para involucrar a países ajenos a sus propios conflictos fronterizos. A mi juicio, aciertan los analistas que endosan a Netanyahu la intención de forzar una escalada regional del conflicto de Gaza.

El ataque a la embajada iraní en Damasco habría sido el enésimo intento de recurrir a la épica nacionalista por razones de política interior. Sin embargo, la respuesta iraní (lluvia de drones y misiles previamente anunciada sobre zonas despobladas de Israel) no ha podido ser más contenida. Y nos da la oportunidad de aferrarnos a su tranquilizador mensaje: “Nosotros damos el conflicto por concluido”.

Israel tiene la palabra, ante las reiteradas apelaciones de su poderoso aliado, EE UU, que le ha pedido “contención” para desactivar la psicosis de guerra que nos angustia.

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