Opinión

Sánchez expedientado

A Sánchez le trastornó la sombra negra de la ultraderecha. Nada tan antipolítico como querer ganar unas elecciones gritando los defectos ajenos y aparcando las virtudes propias. Hasta la Junta Electoral Central le señala por mezclar su extemporánea obsesión antifranquista con su rol de jefe del Gobierno, usado para decir que España retrocederá al tiempo abominable de la dictadura si acaba gobernando la alianza PP-Vox.

“Neutralidad institucional” es la figura legalmente vigente para impedir el ventajismo electoral de Sánchez cuando hace campaña como candidato a conservar el poder en actos oficiales en los que comparece España, no un partido político (el PSOE en este caso). Se trata de que los poderes públicos sean los primeros en respetar el principio de igualdad ante el derecho al sufragio pasivo (el de los elegibles). Y justamente ese es el sentido del expediente que la JEC, a instancias del Partido Popular, ha abierto contra Pedro Sánchez por vulneración del artículo 50 de la Ley Electoral. Por haber arremetido contra los pactos PP-Vox en el contexto de un reciente Consejo Europeo que se estaba celebrando en Bruselas.

Y lo curioso es que las alegaciones de Sánchez, tanto las presentadas ante la JEC como las reiteradas de viva voz, se remiten al “servicio público”. Es decir, al supuesto deber de denunciar que están en peligro los derechos de la mujer y la unidad de las víctimas del terrorismo (se refiere al epidémico grito “Que te vote Txapote”). Tampoco le favorece remitirse a sus convicciones: “Soy un hombre de principios y me rebelo contra la mentira y contra esa forma de hacer política”, dice. Y ya de paso, también se rebela contra quienes se acercan a las urnas del 23 de julio como si solo estuviera en juego la alternancia en el poder. Nada de eso. Según él nos jugamos la posibilidad de seguir avanzando o de retroceder en el túnel del tiempo hacia épocas de amargo recuerdo.

Más argumentos y menos aspavientos, ha escrito Javier Cercas. Pero está claro que Sánchez y sus asesores han salido perdiendo en la exageración de la alarma anti-involucionista. Una alarma, a mi juicio, perfectamente acolchada por las mayorías con sed de centralidad en una democracia básicamente sana como la española, donde crece una apremiante demanda de complicidad de los dos grandes partidos frente a esas minorías extremas que saben bloquear, pero no saben gobernar. En ese postulado se inspira la propuesta de Feijóo: permitir que gobierne la lista más votada con la abstención del otro para desactivar a los extremismos.

Fue el punto sensible del debate. Sánchez pudo haberse remitido a la extracción parlamentaria de la figura del presidente del Gobierno, pero lo que se le ocurrió fue mentar a Fernández Vara como víctima de la supuesta contradicción de Feijóo, olvidando que la propuesta carece de sentido sin un pacto previo de reciprocidad.

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