Opinión

COMO MILLÁS

A veces la vida toma contigo café. Me ha pasado estos días cuando algún buen amigo me ha felicitado por la publicación de estas columnas en la Contra. 'Como Millás', me han piropeado. Y eso me ha hecho recapacitar. Porque debo mucho a Juanjo, más de lo que él imagina. Fue en uno de sus talleres de escritura donde vi la luz. Sucedió en el Palacio de la Magdalena de Santander, a través de cuyos 365 se ve el Cantábrico. Se trataba de construir relatos cortos, pero a la postre no fue más que un encuentro íntimo con el maestro en armar cuentos sobre lo que sucede debajo de la cama.


No hay recetas para escribir bien. No valen los decálogos ni los libros de estilo, puesto que el estilo personal es aquel que los desmonta y reinventa. Pero en ese recinto magdaleniense, hace casi una década, caí en la cuenta. Lo importante no eran las recetas, sino el cuerpo a cuerpo con el escritor, el fabulador, el columnista.


Y cometí la osadía. ¿Por qué yo no? ¿Por qué no convocar mis propios talleres, mis propios puntos de encuentro con alumnos motivados? Me puse en marcha, y acabo de rebasar el centenar. Reconozco que fui temerario al debutar en una plaza tan difícil como el Paraninfo de la Universidad de Granada frente a un auditorio de 120 postgraduados. Pero eso me curtió, y mis intuiciones se corroboraron. Efectivamente, tenía un bagaje que compartir y mucho que enseñar y redescubrir con los alumnos.


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