Opinión

"Traed de vuelta a nuestras niñas"

Imagino sus caras contraídas por el terror; las manos sudorosas, el estómago como una noria, los vómitos asomando a cada segundo, las lágrimas mezclándose con los mocos, y las piernas sin responder a sus órdenes. Siento el terror más aterrador haciéndose su dueño, convirtiéndose en sangre que corre por las manos, por la cara, por la cabeza, por la entrepierna, sangre que se seca, que deja heridas abiertas que se infectan, que van dejando marcas que nunca jamás se borrarán.

Siento y sé que ni en varias vidas podría sentir lo que en un segundo han sido obligadas a sentir ellas. En cambio no soy capaz de imaginar ni por un momento qué puede haber detrás, debajo, de lado o encima de alguien que infringe tanto dolor sin sentido, tanto odio trágico y ni quiero imaginarlo, porque eso lo dotaría de una humanidad de la que no es digno. Me desespera la lentitud con la que se actúa en casos que son auténticos crímenes contra la humanidad, me avergüenzan las miradas a un lado y a otro antes de intentar arrancar a esas niñas de las garras de la destrucción sin retorno. Cómo es posible, en la era de la tecnología, de la inmediatez, haber tardado tanto tiempo en saber de este secuestro? Habrá influido que son nigerianas en Nigeria? Tal vez en casos así, los resortes tarden mucho más en saltar y dar la voz de alarma, tal vez nunca nadie haya creído necesario engrasarlos en esas partes del mundo que queremos sentir ajenas. ¿Por qué hemos tardado tanto en visibilizar a estas 200 niñas, relegándolas en un principio a rápidas ráfagas, como si no fuesen de interés informativo?

Y tal vez no lo eran para este mundo, hasta que algunos gobernantes decidieron, por la razón que sea, posar sus declaraciones sobre ellas. No se trata solo de un problema de allí, de locos extremistas, que lo son, y también auténticos malnacidos hipócritas y psicópatas, es algo mucho más inquietante. Es un problema de pobreza, de incultura, de falta de educación. Es un problema de sumisión, de dictaduras, de imposición. Es un problema del que no estamos tan ajenos y ante el que debemos mantenernos alertas. Y nosotras, esas 200 niñas que sólo intentaban tener un futuro mejor, somos, como siempre en todas las guerras, las presas perfectas

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