Opinión

La bolsa o el tiempo

Es un clásico el dilema veraniego entre playa y montaña, pero para ponerse negro de verdad no hay como la oficina bancaria. Es un destino ordenado dentro de la masificación: se va formando una cola, lo que Reinaldo Arenas llamó una “precola para la cola que nos da derecho a seguir en la cola”, que es como una procesionaria, con sus meandros y sus “me estoy meandro” también, y vistas a un cartel que recuerda que perdemos una media de 500 días guardando fila. Otro reza: “A tu lado para que cumplas tus ilusiones”. ¡Ah! Qué mayor ilusión que ejercitar en el banco varios tipos de continencia y pasar la mañana frente a vacíos puestos de atención personalizada, experimentando ese trato exclusivo que es hablarse a uno mismo.

Para el baño de paciencia, haría bien usted en llevarse una silla de playa, la nevera y hasta la sombrilla, si no fuera porque todo objeto puntiagudo puede suscitar tentaciones poco cristianas. De hecho, de tanto lidiar con malas caras, al cajero se le va poniendo aspecto de torero, como aquel diestro referido por Mihura que antes de ser matador había sido oficinista y se empeñaba en torear de 9 a 12. No ha de temer el cajero las miradas morlacas de los clientes: al igual que en cualquier lugar de veraneo que se precie, existe en la sucursal la figura del socorrista, que es ese empleado que surge de la nada, espabilado como recién duchado, capaz de solventar un problema quince minutos después de que se le planteara al cajero.

La banca electrónica no salva de la pena de sucursal, porque las facilidades digitales suelen acarrear complicaciones analógicas

Preguntado por sus inicios en la poesía, contaba Ezra Pound que su abuelo solía mantener correspondencia en verso con el banco del pueblo. Con un par de visitas a su oficina puede usted escribir un poemario, una novela y hasta sacar una oposición. Además, como el extremo recorte de sucursales ha transformado la banca de proximidad en banca de lejanía, el cliente goza de la posibilidad de viajar y hasta de vivir al límite, pues ahora el regreso al hogar da para ser atracado varias veces. Amador Mohedano quedaba con los carteros en una esquina para evitar que le llegaran las cartas de los bancos a casa. Para evitar que no llegue el dinero a casa, queda mi padre en la esquina con los taxistas.

La banca electrónica no salva de la pena de sucursal, porque las facilidades digitales suelen acarrear complicaciones analógicas. Tampoco nos libra el cajero automático: sigue habiendo quien prefiere hacer cola para comentarle al oficinista de turno que los mosquitos, la constatación del eterno retorno nietzscheano, han vuelto con fuerza, mientras se señala en el brazo dos ronchas como coloretes de Monchito. Cuando la soledad es terminal charla uno hasta con los operadores telefónicos.

Más de la mitad de municipios españoles carece de sucursal bancaria. Los principales perjudicados son aquellos que peinan canas analógicas y quedan, por tanto, aislados

Más de la mitad de municipios españoles carece de sucursal bancaria. Los principales perjudicados son aquellos que peinan canas analógicas y quedan, por tanto, aislados. Se ha creado una tecnología de reconocimiento de voz que eludiría ir a la oficina, pero primero habría que contestar al teléfono. Lo justo sería garantizar una banca presencial que no transmita la sensación de estar bajo los servicios mínimos de una huelga. La precariedad de las sucursales bancarias tradicionales nos atraca: ¡la bolsa o el tiempo! Es un asalto tener que elegir entre nuestro dinero y nuestras mañanas. No hay intereses que compensen el préstamo de horas.

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