Opinión

Desmedidas de solteros

Dos penes de peluche antenean en la cabeza de una chica menuda con enagua de tul que se aferra a una baguette consoladora en el aeropuerto de Santiago. El día antes de su boda con Kanye West, Kim Kardashian se permitió unos churros. De cuando en cuando, el corrillo de amigas le endereza la banda de miss donde puede leerse «last chance» (última oportunidad). Otro funeral de soltería, pero masculino, trata de arrimarse. El novio, que ya tiene edad para entender el BOE, va vestido de Superman de capa caída y buitrea con la mirada, mientras los amigos se presentan a las chicas apartándose los mechones de sus pelucas fosforescentes. En el avión, ellos y ellas se dan al estriptís de la mascarilla. Próxima parada: Málaga.

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Hace tiempo que en la capital andaluza la oferta de despedidas de soltería supera a la museística. Mujeres y hombres hechos un cuadro toman la ciudad de viernes a domingo, de modo que las juergas prenupciales van camino de durar más que algunos casamientos. Si en algún momento tuvieron sentido, fue como último chupito de libertad antes del «sí quiero», cuando el matrimonio se percibía como un adiós a la irresponsabilidad y no como una experiencia más que compartir en Instagram. La farra previa al casorio era una última licencia, no para vocearse sino para guardarse en secreto. Hoy las despedidas de solteros, que oscilan entre la novatada y el coma etílico, son ensayos de despedidas de casados y lo que pasa en Las Vegas se sabe hasta en Torrelavega.

Las despedidas de solteros son el pene nuestro de cada día, una epidemia de mal gusto que solo pudo restringir otra pandemia, porque una cosa es endurecer la normativa municipal y otra hacerla cumplir. Esta modalidad de turismo de borrachera, de mucho ruido y pocas luces, no lanza enanos, pero empequeñece cualquier apetencia de mudarse a los centros urbanos, prohibitivos por la proliferación de pisos turísticos y cada vez más muertos de vida local. Magalufean las ciudades, desluciendo la belleza de sus cascos históricos con todo tipo de cascos histéricos y cantinelas fálicas —¡el Rama Lama Dildo!—; horterizan las calles, ya deslustradas por un comercio esencialmente souveniresco, con megáfonos, muñecas y unicornios hinchables, que los guiris observan como un carnaval a destiempo. Si al menos se viera un burro esnifando como en la película de Tom Hanks...

El día siguiente a una borrachera memorable, Buñuel fundó la Orden de Toledo. Lo bueno si bebes, dos veces bueno. «Nos paseábamos por las calles leyendo en alta voz poesías». Se disfrazaban de modo estrafalario y se gastaban bromas, pero competían «para ver quién conocía con mayor profundidad la ciudad», porque su primer mandamiento era amar Toledo por encima de todas las cosas. Hubo un tiempo en que las bufonadas eran una extravagancia subversiva; hoy son ridiculeces uniformantes. De las desmedidas de solteros solo cabe esperar un profundo conocimiento de los accesorios del bazar chino y de la galería de fotos del móvil. Está bien divertirse. Es la única ocupación seria de los españoles, dijo Gautier. No pretende una que para enterrar la soltería se juegue al bádminton, pero es posible entretenerse de manera original y discreta sin que la ciudad elegida sea el photocall de la chabacanería. También ayudaría celebrar las despedidas de solteros el mismo día que Jardiel Poncela veía ideal para casarse: el 30 de febrero.

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