Opinión

El vecino acosador

ARIN
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Una de las ventajas de hacerse mayor es resultar menos atractiva para los acosadores sexuales. Aunque si se piensa en el Mataviejas, aquel violador y asesino de ancianas, la tranquilidad es relativa. Tampoco relaja compartir urbanización con un hombre de corpulencia crustácea con querencia por seguir a las mujeres, averiguar dónde viven, tocarles el culo o insultarlas si no corresponden a sus “halagos”. No podría precisar si tiene “ojos de violador fracasado”, como Ezra Pound según Hemingway, pero varias son las vecinas que lo han sufrido sin que ninguna haya denunciado por miedo a futuras represalias ni el acosador haya implorado que lo denuncien, a lo Antonio Banderas en Matador. Hasta su casera se niega a facilitar a la comunidad la identidad del hombre. Si algo activa a los malos es la pasividad de los buenos.

Quién duda de que cualquier acosador frenaría sus instintos si, como promueve Igualdad, llegara sola y borracha a casa, dejara de reírle las gracias a Pablo Motos, me acompañara de un hombre blandengue, declinara en femenino los sustantivos masculinos y le pidiera amablemente que aquietara su miembra. Pero prefiere una meter un espray en el bolso, a falta de espacio para el ladrillo de Margarita Seisdedos. El espray se llama, además, como mi suegro, lo que redobla su poder intimidatorio. Mi padre, que es un sabio de otro tiempo, pero al corriente de este, me anima a aprender alguna técnica de defensa personal, que mi marido considera innecesaria habida cuenta del dedo que le trituré en un espasmo involuntario causado por sus cosquillas.

Alerta la ONU de que un 70% de mujeres han sufrido acoso sexual en el Reino Unido. En España son ocho millones las que afirman haberlo padecido en algún momento de su vida. Descorazona que el año pasado hayan sido asesinadas, por sus parejas o exparejas, 48 mujeres; y que casi la mitad hubiera denunciado. Preocupante también que un 20% de los jóvenes no vea maltrato en insultar, golpear a su pareja o controlarle el móvil. Para poder vivir libremente va a haber que escoger la soledad de los campos, como la Marcela del Quijote, o machificarse. Entre el curso de defensa personal y el vello facial va una por buen camino.

“La fundamental diferencia entre sexos es que uno de ellos puede matar al otro con sus propias manos”, le dice Rachel McAdams a Colin Farrell en True Detective. El otro suele recurrir al envenenamiento. Así que, en caso de violencia sexual, se antoja más efectiva una respuesta killbilliana que un taller de “autocoñocimiento” [sic] o acudir al punto morado virtual en TikTok de Igualdad, ministerio que parece más afanado en invertir en eslóganes señaladores que en medios de protección efectiva. Por las grietas de la ley del “sólo sí es sí” se han colado, por ahora, doscientas rebajas de condenas a agresores sexuales y una veintena de “excarcelaciones sorpresivas”, sobre todo para las víctimas; alguna ha tenido que huir del domicilio. Para compensar se les ofrece la pulsera telemática, que es un todo incluido: medida de seguridad, recordatorio de riesgo, estigma y arma para perpetuar el acoso. Sabido es que una mujer es su propia madre, como anotó Anne Sexton, pero no vendría mal que fuera también su propio Bruce Lee. Ni un plácido domingo se puede tener ya.

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