Opinión

La Navidad es el regalo

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Para ganarse el aguinaldo electoral, andan los alcaldes en Navidad como Goethe en el lecho de muerte, pidiendo “¡luz, más luz!”. Y el personal, que lleva meses apagando las luces de su casa para ahorrar, sale en tropel a contemplar el milagro. “Tiras un alfiler y se pinchan ochenta”, dice un agente de Protección Civil al inicio de la malagueña calle Larios, abarrotada de gente sin intención de tomar nada más allá del móvil, que se autorretrata con los cogotes de desconocidos ante un lucerío de dorados y columnas propio de Liberace, tan atestado de ángeles que sólo faltan los de Charlie.

Los desmanes en el alumbrado traen una Navidad de Schrödinger: con más luces y menos luces a la vez. Hay ayuntamientos empeñados en llenar la ciudad de motivos geométricos, como si en el pesebre durmiera el niño Kandinsky. Este año abundan los diseños que imitan candelabros con tal perfección que muchos penden apagados por la corriente y da la impresión de pasear bajo siniestros pulpos. Se empieza adornando las calles con candelabros y se acaba por creer que se celebra el día de Sofía Mazagatos. Ya puestos, cuelguen jamones; o mejor: entréguese un jamón de pata negra a cada vecino y verán cómo se iluminan sus caras.

Tiene una la sensación de que, a más luminotecnia, más tinieblas. El espíritu navideño, como la pupila del ojo, empequeñece cuanta más luz, en beneficio del agigantamiento del espíritu comercial. Las calles menos decoradas, donde apenas tiembla una estrella en su soledad de astro caído, recuerdan que la Navidad es una celebración que necesita poco: la ilusión, cocida al fuego lento de la espera, el abrazo alimenticio de la familia, la zambomba de las anécdotas de siempre o el jaleo de las palmas sordas al aplastar los polvorones, que tan bien funcionan a modo de empastes caseros luego del turrón duro.

Umbral se montaba una Navidad previa con las corbatas que le mandaba Cuqui Fierro y otras regalías, “porque a lo mejor cuando venga la Navidad ya no tengo gana”. Después de muchas semanas de mazapanes en los supermercados y de alumbrado festivo, de compras por decreto de descuento y de cenas de (em)presa, cuando llegue la Navidad más de uno habrá rebajado el entusiasmo o comenzado a pedalear desfallecido la cuesta de enero. Si, como apuntaba Chesterton, la Navidad es ese momento del año en que pasan cosas de verdad, cosas que no pasan siempre, habría que reservar lo que le es propio como se reservan los novios las ganas antes de la boda, para que no simule una resaca cansada, sino la fiesta. Huelga buscar “experiencias únicas” para estas fechas: la Navidad es esa vivencia extraordinaria cuya singularidad reside en su ritual repetición. Por eso todas las Nochebuenas felices se parecen, pero las desgraciadas lo son a su manera.

No es indispensable regalar en Navidad, porque la Navidad es, en sí misma, el regalo, un regalo que le dura al niño toda la vida. Lo suyo estos días sería pedir las cosas por fervor, aunque ya se sabe que Dios no puede si uno no quiere. Huir del villancisco político, extender el mantel como una suerte de bandera blanca, dar la paz cultural, defenderse con la alegría, acercarse a aquel de quien querríamos alejarnos, disfrutar de la compañía por quienes no la tienen. Y acatar, que es la palabra de la semana. Pues eso, ¡a catar! Feliz Navidad.

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