Opinión

Vivir para el público

Una muchacha se agarra a una palmera como si fuera a llevársela un sunami. Viste un traje festivo que deja al descubierto una pierna jamonuda y un escote tipo airbag sobre el que estrella sus manos de vez en cuando. Al terminar de posar, una amiga despliega una toalla óptima para envolver a Falete para que se cambie. Sale en chándal y chanclas, como en una suerte de Lluvia de estrellas a la inversa.

Cuando Young Boswell le preguntó a Dorothy Parker si jugaba al golf, ella contestó: “Sólo en las entrevistas. Verá usted, vivo para mi público”. Si el “ente entrevistable” es una especie de persona extra surgida de la observación del otro y de la propia autocontemplación, hoy se constata un “ente colgable”, en tanto que subido a las redes y susceptible de ser ajusticiado, una impersonalidad nacida de la obsesión por gustar y a costa de estrangular la verdadera. Como cínicos modernos, hay una exhibición desvergonzada, pero no de la verdad sino de la mentira. Se fingen clímax vivenciales y proliferan estresados tramoyistas a la caza de un decorado de última hora. Cualquiera dice tener su público, igual que antaño las folclóricas. Improvisados modelos, actores, maquilladores, gastrónomos, cómicos, cantantes, bailarines o tertulianos sin sueldo invierten a diario su tiempo en mostrarse a la concurrencia como si con cada like pudieran acceder a una vida mejor. Nunca antes se había vivido tanto para el público como desde que el personal prepara su salto al escenario virtual con la devoción de quien salta la reja del Rocío. Cuando estemos todos sobre las tablas, seremos actores para ningún espectador, aunque ya vivir para todos es vivir para nadie.

La alternativa no es disparar contra el auditorio como en Asalto y robo de un tren, pero sí actuar para uno, por propio gusto y criterio. Reservarse el escenario, la platea, los palcos y el gallinero. No deberse al público, que siempre cobra intereses, sino a uno mismo. No alimentarse de la comida rápida del aplauso. Evitar el manoSEO, ignorar las tasas de rebote y las listas de lo más leído. Dirigirse al lector como a otro yo mismo, aunque más paciente, para que tolere nuestras tonterías; esto es, no escribir, sino escribirse. Ramón Pérez de Ayala aseguraba escribir para un amigo entrañable y desconocido, porque consideraba que hablar para el público valía tanto como elegir convertirse en una cosa inanimada, exangüe y estridente, a la manera de un gramófono o una máquina parlante. Hoy se firma para el halago y el retuit, que obsequiosamente se corresponde con un tuit pro quo.

No es posible vivir para el público sin morir para uno mismo de algún modo. Observó Umbral que, históricamente, al artista lo corrompen quienes lo miran. “Toda creación puede regenerarse, pero la vida, nuestra vida, ya no”. Porque una vida volcada hacia fuera difícilmente puede arraigar en el interior, aunque abunde quien crea que, para ahondar en el interior, basta con hurgarse en la nariz. Ahora que cualquiera tiene su audiencia, no tener espectadores sería una forma de estrellato. Y, en su defecto, obviarlos sería una manera de destacarse. Para llevar la batuta de la propia vida conviene situarse, como el director de orquesta, de espaldas al público.

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