Opinión

Fin de ciclo

Así es, en este país está a punto de finalizar una etapa que ha durado más de tres décadas, el espacio de tiempo que va desde nuestra transición democrática hasta la actualidad, aunque algunos aún no lo vean. Otros sí lo ven, pero se resisten a reconocer lo evidente, y unos cuantos, bastantes, lo percibimos, lo observamos y simplemente afrontamos el inicio de un nuevo proyecto común de todos y para todos como una grandísima oportunidad de construir un nuevo modelo social, económico y político aprendiendo de los errores cometidos. Donde la igualdad social, la transparencia, el rigor en la gestión de lo público y el interés general de los ciudadanos no sean palabras efímeras o suenen a mitin rancio y caduco, sino sean hechos reales y constatables. De este fin de ciclo sí se han percatado recientemente personajes como Alfonso Guerra o Cándido Méndez, e incluso nuestro anterior jefe del Estado, Juan Carlos I, poniendo un punto y final a sus trayectorias y favoreciendo así la necesaria e ineludible regeneración democrática, verdadero motor del cambio. Pero hay muchos otros que saben perfectamente que son un lastre y su tiempo está más que agotado, y aun así, por intereses oscuros y difícilmente justificables, se agarran como garrapatas a su cuota de poder que ya tiene fecha de caducidad.
La política de sacrificios a la que se ha sometido y que casi ha destruido a nuestra clase media y a las clases más humildes y débiles (y que aún las golpea con ensañamiento), conjuntamente con una corrupción que devora la credibilidad política de un amplio abanico de representantes públicos que se muestran incapaces de dar la respuesta ágil y contundente que la ciudadanía exige, sumado a la falta de perspectivas que los jóvenes tienen en nuestro entorno, son la causa principal de este fin de ciclo y lo que me deriva a mi primera reflexión: con todo lo que acontece en este país o se limpia de una vez toda la podredumbre existente o nos hundimos con ella. 
No son momentos de ambigüedades o de situarse de perfil ante los problemas, o de esperar inmóviles que lo evidente suceda y no reaccionemos. Debemos reaccionar, y debemos defender en los partidos políticos las listas abiertas con limitación de mandato como herramienta que nos permita recuperar la credibilidad, la confianza y la ilusión de los ciudadanos. Listas abiertas que deben encauzarse con perfiles de personas con vocación de servicio, de lealtad y principios ideológicos sólidos y nítidos que no dejen lugar a dudas, con capacidad de gestión y de solución para el día a día que se debe afrontar con garantías reales de éxito y no ficticias. 

Todos ganaríamos, y sólo perderían los corruptos y aquéllos que han construido al calor de la política su forma de vida, defendiendo su plato de lentejas por encima de cualquier principio, ideología, valor o pensamiento. Esta debe de ser la lucha de todos aquellos que tenemos un pensamiento idealista e inconformista en la búsqueda de la coherencia y el servicio a la sociedad, en un afán de mejora constante. Ya no valen maquillajes ni parches, ya no vale más de lo mismo para una escenario social totalmente distinto. Esta es la clave que separa el éxito del fracaso de aquellas formaciones políticas que lo quieran seguir siendo.

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