Opinión

Humorada

En primavera era habitual tomar café en las terrazas del Paseo. Las peñas de amigos gozaban ya de las tardes soleadas. Apetecía estar fuera de los locales.

La temperatura y el ambiente en la calle era un motivo más de conversación. La ciudad renacía, se volvía a la vida; los cafés del Paseo, Mercantil, Cortijo, Miño, Bilbaína, Café Madrid y La Ibense estaban abarrotados, y sus mesas ocupadas por “peñas”. En una de estas, en el Cortijo, estaban los Manancho Villanueba, Emilio Amor, Julito Losada, Manolito de los repuestos, Bouzo, Nemesio Pereira, José Luis Ordóñez, Marcial; al lado, en otra, Menéndez, Beni, Augusto, Piloto, Norberto, Manolo de Mora, Carballás, Odilo, Abelardo Moreiras, yo mismo y muchos más. Que yo recuerde había como seis peñas, todas de ourensanos. Sentados en la terraza, comentando “sabe Dios qué…”.

En un momento de una de estas tardes plácidas, se hizo un silencio expectante por las voces que procedían de lejos, hacia los jardinillos del Padre Feijoo. Era ruido de multitud y algarabía que a cada instante se hacía más perceptible. Los que paseaban se detenían y se empinaban alargando el cuello, tratando de ver lo que sucedía. Nosotros, que estábamos sentados, nos levantamos de nuestras butacas y alguno se subió a ella, al igual que hicieron en la terraza del café Miño. Cuando, de antuvión, empezamos a ver multitud de gente, muchos niños y personas mayores, curiosos, formando hileras acompañando con gran entusiasmo aplaudían como si se tratase de una escena de “Bienvenido Míster Marshall”, acompañaban a un carruaje, o landó descubierto, tirado por dos hermosos caballos jerezanos enjaezados al más puro estilo andaluz. Al pescante, “Pencas”, peculiar personaje “orensano”, que se dedicaba al carreteo o transporte de pequeños bultos, paquetes y mudanzas, etc., a la estación del tren en un carro y un muleto de su propiedad. Era aficionado a la “perrita” (copa de aguardiente) y lo tomaban los mozos que acudían también a la cita a primera hora de la mañana, “Chancas”, “Carracuca” y demás compañeros, que se reunían en la tienda y tasca del Servando en la plaza del Hierro con Lepanto. También era “saetero” por Semana Santa.

En esta ocasión vestía camisa con pañoleta de seda blanca y un chaleco llamativo verde con gorra campera del mismo color. El público se arremolinaba a su alrededor y entre risas y aplausos se hacían comentarios elogiosos al reconocer a los “personajes”.

En el asiento de atrás, con sombrero y auténtico traje cordobés, recostado fumando un habano, “Pepe Marrón” y su mujer Piedad, vestida con traje andaluz, rojo con lunares blancos, generoso escote y flor roja, pelo negro brillante, recogido en moño y ensortijado y luciendo gran collar de perlas y abalorios. “Boquita de piñón” y labios muy rojos que destacaban en una cara casi mofletuda, muy maquillada. Había sido bailarina de un conjunto andaluz. Una de las veces que actuó en Ourense, formaba parte de la escenografía y cuerpo de baile de Lola Flores.

Cuando ya se casó con Pepe abandonó su profesión y trabajó ayudándole en el negocio que él tenía en la Plaza de Abastos. El vestuario en ambos era perfecto.

“Pepe Marrón”, personaje complejo, era alto, fuerte, un “viva la vida”, buen comedor y bebedor, amigo de fiestas y parrandas. Procedía de una familia respetable y sería muy querida de la sociedad ourensana de entonces.

Fue el primero en apearse del landó y ofreció el brazo a su mujer y ambos se abrieron paso hacia el interior del Cortijo, y al pasar entre las peñas se descubrió e hizo una leve inclinación de cabeza, que fue acogida con aplausos. Ya en el interior fue saludado por su dueño, Arturo Losada, ambos se conocían de siempre y tomaron y charlaron sentados en el interior.

Mientras esto ocurría, “Pencas” esperaba muy paciente en el carruaje. El público, que sabía de sus aficiones de “cantaor” de flamenco, le sorprende con un guitarrista que creo sale del bar Túnel; cruza unas palabras con “Pencas”, se hace el silencio, se sube al landó y se va por fandangos y soleares con “Pencas”. Con su voz quebrada y rasgada sonaba por primera vez en la calle del Paseo bajo el trozo de cielo azul que lo cubría.

Con un público entregado que le hacía repetir, se nos hizo una tarde muy agradable.

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