Opinión

EL DISCURSO QUE SE ENTIENDE

Estamos ya tan curados de espantos, tenemos tanto miedo a la decepción, nos hemos hecho tan descreídos que hasta nos cuesta aceptar como ciertos los buenos datos macroeconómicos que no ya el Gobierno, sino distintas entidades sociales y financieras, tanto nacionales como extranjeras, corroboran sin dejar lugar a dudas. Quienes no están dispuestos a conceder al Gobierno ni agua, argumentan que todo ello se debe a circunstancias ajenas y que si algunos datos mejoran es 'pese al Gobierno'. Es una obviedad que si los mercados externos funcionan bien, el nuestro también mejora. Estamos globalizados para lo bueno y para lo malo. Esta afirmación tajante admite un apunte a pie de página que no es otro que algo, aunque sea poco, habrá tenido que ver la acción del Ejecutivo por criticas que susciten y duras que sean. Si se fijan hay tantas teorías como economistas circulan por el mundo.


Nuestra situación económica sigue siendo difícil y para miles y miles de españoles se ha convertido en un auténtico drama que está dañando ánimos personales, frustrando proyectos más o menos compartidos, que está hiriendo a miles y miles de familias. Quienes así viven la crisis, en su inmensa mayoría, no entienden ni saben lo que es el IBEX, la prima de riesgo les trae al pairo. Y es natural. Quien se levanta por la mañana sabiendo que por delante solo tiene tiempo, quien tiene que decir a sus hijos que si compran libros no pagan el alquiler, es lógico que los discursos de mejora no vayan con ellos aunque sean ciertos, que lo son.


El discurso que se entiende, la mejora que resultara creíble es aquella que cada cual perciba en su propia situación y en la de quienes le rodean. El día que alguien sepa que su hermano o hijo tras meses y meses en paro ha encontrado trabajo, el día que alguien conozca a una persona próxima a la que su contrato por horas se ha convertido en un contrato más estable, cuando estas percepciones tomen cuerpo y se multipliquen será entonces y no antes cuando los discursos se sientan como ciertos. El discurso que se entiende es aquel que se vive en la propia piel.


Me parece un ejercicio de autoflagelación no admitir que la situación objetivamente ha mejorado, que nuestros grandes números, afortunadamente, no son los que eran y que la percepción de nuestro país ya no es la de un país al borde de la quiebra que es, en realidad, de donde venimos, de bordear el abismo, y si hubiéramos caído en él -teníamos todas las papeletas- nos hubiéramos enterado de lo que es, de verdad, un país a oscuras.


Es bien legítimo e incluso obligado que el Gobierno hable de una mejora que viene avalada por los juicios de quienes hasta hace bien poco nos consideraban un país 'basura', pero incluso a la hora de lanzar un discurso positivo hay que cuidar las formas, de ahí que entusiasmos como los del ministro Montoro no solo sean innecesarios sino que resultan, por exagerados, increíbles para quienes esperan que el 'milagro español' sea su 'milagro'.

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