Opinión

Explosión florística en Trevinca

Ese macizo montañoso de las Trevincas entre las provincias zamorana, leonesa y ourensana, que por Zamora está declarado parque natural del lago de Sanabria con su correspondiente protección y que en la nuestra ni eso tiene; de ahí el desarrollo imparable de las pizarreras. El macizo está conformado por las sierras de la Cabrera Baja, la Segundera, la Calva, la de la Mina y la de O Eixe y varias subdivisiones dentro de estas sierras. 

Un placer ubicarse en cualesquiera de estas sierras que entrada la primavera están llenas de colorido, realzado por los innúmeros neveros, residuos de pasadas nevadas que se adhieren a las laderas enalteciendo todavía más el paisaje de por sí sorprendente, que más sorprendente que vagando por estas montañas en festivo día no te encuentre montañero alguno, si acaso en lo señeros picos del macizo, un reverso de lo que vemos, sin ir más lejos, en Asturias cuando se apean los montañeros que se desperdigan por los Picos de Europa y por la cordillera cantábrica, de la que forman parte, también. No es que uno quiera que invadan los santuarios montañeses cuando contemplamos con horror esa serpentiforme línea de alpinistas a la conquista del Everets, que aunque parezca una profanación, que lo es, precisa de gentes muy preparadas y con excelente condición física para el asalto a los 8.850 metros. Se banaliza la montaña, pero de ninguna forma a los que intentan su asalto, aun llevados por empresas especializadas. Se pone, eso si, en entredicho el método.

Una dominical y de tempranera salida nos encontramos un quinteto a la descubierta de las Trevincas de paso por Vilavella en cuyo hotel spaa solemos tomarnos unos cafés servidos por grata moza que siempre los acompaña de unas bicas. La salida obligada de la autovía porque debemos tomar antes del puerto de A Canda un desvío a izquierda a Porto de Sanabria donde está la cabecera del embalse de San Sebastián, que represa al Bibei, y en las proximidades, Valdesirgas, que suena a muy especial en esta sierra Segundera. Acometemos la pista que daba servicio a los muchos embalses construidos por la empresa Moncabril, de entre ellos el de Vega de Tera derribado por la avenida del 59. La pista nos muele en esa casi veintena de kilómetros. Porque cada año la erosión trabaja y la reparación casi inexistente. Luego de tanto molimiento de paso por el primer embalse de Porto, que más adelante el de Playa seguido del Cárdena desde donde en la misma presa se avista el cañón con el lago de Sanabria al fondo y las casas tejadas de pizarra de Ribadelago Nuevo antes llamado de Franco; el viejo arrasado en su día conserva iglesia y algunas casas restauradas sobrevivientes de la gran riada. 

Antes de la bajada al valle del Tera, en una planicie y dispuestos los montaraces aperos, Carlos R. Pereira comprueba que olvidador de las botas porque de hábito tiene conducir con sensibles zapatos; Ramón Seara viene de solo camiseta sin esa precaución montañera de portar al menos un anorak para emergencias; Ladislao Castro, de completa vestimenta pero sin amortiguador en su vehículo, lo que obligaría a una tempranera retirada, y Antón Granxa, si de completo hábito aunque no muy a lo dernier crit para la montaña. Así que entre prehistoriador, geólogo, patólogo, lingüista anda la cosa en ese variopinto muestrario de profesiones de tanta utilidad que solamente se echaría de menos a algún botánico, cuando la emprendimos con las limitaciones impuesta por el calzado y por el tiempo, averiado como estaba uno de los autos.

Día sin nubes si no esa casi nebulosa de amplísimo horizonte por donde el sol asomaba o más bien un resol que grata hacía la caminata cuando andada como media hora, a lo lejos avistaríamos una manada caballar, que en acercándonos veríamos que caballeros dispuestos a la monta, y más cerca, ya ensillados y con sus amos apoyados en el estribos dispuestos a reemprender la cabalgada; jinetes, vecinos de Vigo de Sanabria o San Martín de Castañeda, que nos dicen que ahora han sustituido los todoterrenos por los caballos porque se desplazan mejor, más rápido y más económico, esos guardianes de sus rebaños de vacas para carne que ya están instalados en las alturas allá donde pastos hubiere. Una hora les lleva el retorno a sus aldeas, cuando a nosotros más de tres o, tal vez, cuatro.

Nos vamos parando para admirarnos del tapiz que cual alfombra persa entre el verdor, destacando las genistas amarillas o los morados brezos, con esos neveros en la ladera. Llevar a expertos es como aumentar el disfrute, si ganas tienes de saber.

Comer a la vera de un gran nevero, laguna del Hazillo, y circo glaciar en U mirando al noroeste, es como placer de dioses a pesar de unas hormigas que se buscaban la vida a ver si pillaban algo de nuestras migas; Lao les daría, por tamaño, que más alimento para pájaros entre collalbas, alondras y algún águila ratonera y un fugaz aguilucho lagunero, que éstos a la caza de lagartos, lagartijas, conejos, topillos o lo que por abajo se presente, que para unas hormigas, que aun capaces de reducir el mendrugo a poco tiempo que les diésemos. Detención en el Moncalvillo donde más que túmulo afloramiento de rocas como explicaba Seara y Castro aseveraba, que también se entretuvo con los ollos de sapo, esos feldespatos incrustados en las rocas y algunas fisuradas por los hielos cuya presión entre los intersticios roqueros es de 20 toneladas por centímetro cuadrado. Una locura de las fuerzas de la Naturaleza, impensada en aquel despliegue de colores.

Y lo más chocante, que en el periplo ni ánima viviente encontraríamos, salvo los mentados ganaderos que más vaqueros del Oeste parecieren, a juzgar por la destreza que mostrarían monte a traviesa, que nosotros siempre embarcados en esta modalidad fuera de las rutas clásicas lo que nos permitió ver lagunas, lagunallos, estanques cubiertos de margaritas acuáticas y esa maravilla de pradera con sus meandros que parecería el mismísimo delta del Okawambo, y lo que parecía una cata romana a la búsqueda del oro en aquellas montañas no exentas de cuarzos.

Una delicia hallarse con tales amigos, profundos perceptores de las bellezas que la Naturaleza gratuitamente suministra.

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