Opinión

Impresiones de un viajero de poca monta

La música clásica halló un escenario ad hoc en el claustro  barroco de Celanova.
photo_camera La música clásica halló un escenario ad hoc en el claustro barroco de Celanova.

Como de acá para allá, que mucho que ver y oir hay, escucho un concierto de clásica en el claustro barroco del imponente mosteiro de San Salvador de Celanova, popularmente de san Rosendo, cuya monumentalidad comprendí de la mano del entusiasta celanovense Benito Reza, que antes no percibía. El fundador irreconocibles hallaría el barroco de la monumental iglesia, el patio o claustro monástico, y si la capilla mozárabe por él erigida, dedicada a su hermano Miguel, santo también. Corría el siglo X, Rosendo, joven de la alta nobleza, nacido a casi a la vera del Douro, por Santo Tirso, era un viajero a la corte califal, donde acaso ideas trajo para ese estilo arabizante de la mentada capilla. El concierto, que para quien ni de lejos concurrente a ellos, me impactó por los sonidos de la Filarmónica de Galicia y sobre todo por el del trompetista solista, con un auditorio tan atento, lo que no impidió que a destiempo en el aplaudite, porque en la música clásica las pausas deben acompañarse del silencio. Uno pensaba en este modus educandi por las villas y el nuestro capitalino del adocenamiento de las parisesdenoya , panoramas y otras que se ornan con un fondo circense.

De visita, porque en tierras limianas, de tantas estancias estivales, por unas horas departiendo con esa lúcida mente que tiene el profesor Gonzalo Iglesias  Sueiro, al que no tan buena salud de cuerpo acompaña. Fue una delicia navegar o levitar por esa su casa de varios niveles donde el libro tapiza paredes y los tableros de ajedrez como si en un museo expuestos. Se siente como el entorno familiar es adecuado para sobrellevar cualquier físico impedimento. Uno sale más reconfortado que reconfortante de la visita al amigo, que dinámico a esa hora, sube y baja escaleras, nos muestra su gabinete donde los libros más presentes todavía y por miles, para mostrarnos ediciones inéditas del poemario hispano. La despedida como si viajásemos bajo la umbría de sus plantados árboles que bosque de porte alfombrado por unas yerbas no segadas para permitir que la microfauna more en ellas y que nosotros la sintamos.  Hasta pronto, Gonzalo, sigue con la mente preclara, que a los males del cuerpo remedio podrá subvenirse.

Pasamos a pedal por Sabucedo, el de Montes, y a la toma de cafés oimos a unos vecinos que se quejan de que el concello de Cartelle no pase sus máquinas, no pocas veces inactivas, para despejar de altas yerbas las hoy invisibles pistas de la concentración parcelaria que les permita acceder a sus fincas o simplemente esparcirse por esos  bucólicos  y llanos paseos. Como beneficiarios del selvático entorno va suceder que andemos también nosotros pedaleando a ciegas por entre los yerbajos.

Por Xares notamos la ausencia de Carlos Parra al frente de los pucheros y la dirección del hotel, que ya no volvió a ser el mismo hasta su cierre a la espera de una reapertura que no se vislumbra. Por las aguas del rio, en las inmediaciones de Baños, una aldehuela que los tiene, ya en las cercanías de a Veiga, entretiene sus ocios el más grande coleccionista de cañas de pescar del que uno sepa, el tenista y  padelista monfortino José Manuel Nogueiro, Nogue para sus amigos, y Nogueiró para el profesor de tenis Pepín Méndez. Nogue es tan amante de la pesca fluvial de truchas sin muerte, aunque a veces, cuando debe desplazarse donde se pesca con muerte, lo hace más por satisfacer el gusto de su cónyuge Pilar, cuando ambos de fin de semana por Mendoia.

Por las cercanías, las minas de Penouta, que ahora reabiertas para aprovechar el litio en la balsa de Roldán, ese lagunallo formado a causa de la anterior explotación. Impacta la modificación de un paisaje que en la lejanía muy visible e identificable.

El día no dió para visitar a Cholo y Marcos en su refugio al pie de sus amadas Trevincas, pero siempre que uno por allá viaja a la mente le vienen estos amigos que hacen la estancia grata y la conversación fluida que se agradece luego de una montaraz travesía.

Estuve media semana por el mar de Arousa, esa Ría que de tan hermosa parangón no tuviere, con tres islas, Arousa, Cortegada y Sálvora de entre una multitud de otras menores, que por si mismas realce prestan a un entorno de playas, calas, ciudades, villas, poblados que tiene un sello distintivo pero donde la andropización cabalga como desbocada hacia la cimentación total de la costera franja. Quien te vió libre de tanto tráfago, ahora asfixiada, y como penetrada por una desaforada marea constructiva.

Circunvalar la isla es como sentir eso que insularidad se llama, no obstante el puente que la priva de esa particularidad. Te embarcas como en otro mundo si no fuesen sus abundantes campings, su marea de extranjeros y nacionales. Estudiantes en Santiago gozábamos de sus vírgenes playas cuando allá por los 60 “bajábamos” a Vilanova para pasar a la isla en una dorna en un viaje que a Ítaca imaginábamos y que nunca fue odisea por la calma de las marinas aguas.

La Ría norte tiene a Rianxo, Boiro, a Pobra, Palmeira, Ribeira, como sus plazas fuertes protegidas de los aquilones por la sierra da Barbanza. donde uno de ocasional estancia; por sus raices recuerdo que pasa más que veranos Teté Sampedro, compañera que fue de CaixaOurense, profe universitaria, y por evocaciones, la que fue maestra de escuela, mi vecina vianesa Julia Rubio, viuda del amigo Luis Viejo, familia ligada a La Región y a la Deputación.  A juzgar por el entusiasmo que por el paraje sienten, ambas podrían ser laureadas como grandes amantes de la costa Norte del mar de Arousa, si  tal galardón existiese. 

Y como la cosa más de si dio, no es de narrarla toda sino someramente.

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