Opinión

La pobreza marginal en la sociedad del bienestar

La pobreza nos rodea, insensibles a su asfixia. En las sociedades que se dicen opulentas, aunque fuese por contraste, se hace patente en sus mismas entrañas. ¿Qué es la pobreza?, se pregunta uno. La carencia de lo más elemental que en forma de privaciones de alimento, de hogar, esa de cuatro paredes para dormir, aunque solo fuese.

A mí lo que me impresiona en la pobreza es el deterioro mental causado por la carencia de porvenir, o de horizonte, más que la falta de recursos, y por consiguiente, el hambre y la vestimenta, aunque hoy con matices, porque sobrantes roperos.

Imaginemos a uno de nosotros, acomodados burgueses, instalados en la rutina, que también nos mata. Pero sí pobre, vagarás por ahí sin horizonte, sin meta, con eso que percute la mente: ¿qué voy a hacer hoy?; el mañana ya no se plantea, porque incluso puede no llegar. La mente sin meta ni horizontes se va deteriorando y el afectado vagará en la rutina de una mendicidad, que aun urbana, no deja de golpear cuando se pasa frío, se está de pie, se extravía la vista sin perspectivas. Se dirá que para auxilio están las ONG, incluso los municipios, con la esperanza de que al menos nadie pase hambre, pero ¿cómo se quita el frio?, ni abrigándose cuando encogidos algunos se sientan en la dura y húmeda piedra a la puerta de un supermercado, panadería, entumeciéndose, para lograr que alguien suelte una moneda con la que darse algún gusto. Pero los viandantes, por frecuente y habitual estampa, tranquilizamos nuestra conciencia descansada en unas autoridades que están para proveer, cuando pasamos de largo sin molestarnos ya en no dar algo, si no, aunque solo fuese, el consuelo de unas palabras para los que tanto de ellas necesitan por esa exclusión social en la que viven, lo que devendrá en deterioro mental progresivo, convirtiéndose en nómadas sin horizonte dentro de una sociedad de hartos.

Hablo de la pobreza intramuros, ésta que próxima tenemos. ¿Qué vamos a decir cuando por ahí circula eso de que un cuarto de la población de nuestro entorno, vivirá en el filo de la pobreza? Eso significa que mientras la sociedad no sea más equitativa, generará desplazados paupérrimos de aquí para allá. Siempre hubo pobres, se dirá, y en tiempos pasados, sin coberturas de pensiones y otras mucha ayudas, con más de la mitad de una población compuesta por desheredados. Es que el capitalismo no hace más que agrandar desigualdades, aun creando una clase media y un proletariado residual vulnerable; el comunismo intentó una sociedad igualitaria pero fracasó, acaso porque cuando todos iguales, se formaron unas élites que lo acapararon todo, fenómeno  éste de acaparar, que se da ya desde el sedentarismo que afectó, en los más remotos tiempos, a toda la población urbana del Planeta, cuando se constituyó como una forma de progreso pero un retroceso con respecto a las sociedades de cazadores recolectores donde todo era común desde la familia, al clan, la tribu, de un poblado errante de acá para allá como norma de aquellas sociedades que se desplazaban según lo hacían sus presas en las temporadas estacionales y a la búsqueda de nuevos frutos que recolectar. Todo era común entonces, pero el asentamiento creó el excedente en el, digamos, progreso; del sobrante de la producción devino que los propietarios del excedente se fueran constituyendo en élite donde los ricos lo eran cada vez más y los pobres aumentaban en mayor proporción. Sin embargo el sedentarismo fue estableciendo las bases de lo que se fue llamando civilización o progreso.

El capitalismo no puede dar respuesta a esta realidad porque el capital no tiene alma, solo pretende beneficios. Por eso surgieron doctrinas tendentes a humanizarlo en cierto sentido con esas corrientes llamadas humanistas o liberales con contrapesos sindicales… En cuanto el capitalismo derivó en neo, ya solo miró por su interés en crecer y por ende acumular.

La pobreza insulta, hiere; cabalgamos sobre ella, insensibles, porque a nosotros de tanta cobertura, nos interesa creer que eso no existe para que nuestras conciencias, más que ignorarlas, se adormezcan. Dan ganas de salir corriendo y traer a todos esos desheredados a nuestra mesa, pero sería romper con unos comportamientos sociales cuando ya hay organismos públicos y privados que cumplen esa tarea. Hay que aceptar que la pobreza es como la areola que acompaña, periféricamente, a las sociedades burguesas acomodadas.

Se dirá que hay muchos que ni siquiera se esfuerzan para salir de ese estado, que también es verdad, pero es que la rutina resulta aplastante para cualquiera, y para los desheredados, todavía más.

Demos todo por sentado y tributemos nuestro homenaje a esos impagables voluntarios que gastan su tiempo en socorrer a los más débiles y, no pocas veces, en implicarse sentimentalmente con la desgracia que parece que solo ellos perciben.

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