Opinión

Recorrido con sosiego por lo más montaraz de la Serra do Xurés

Cascada del río de las Sombras, a la que podíamos llamar de la Doncella, pues inevitablemente nos trae esa evocación.
photo_camera Cascada del río de las Sombras, a la que podíamos llamar de la Doncella, pues inevitablemente nos trae esa evocación.

Desplazarse hasta casi la frontera portuguesa en menos de una hora o por ella y situarse pasado Lobios en Vilameá, aldea que lleva el nombre por el río vecino o a la inversa. De Vilameá recuerda uno muchas cosas, ahora que está instalada en el turismo rural con varias casas y de aquella aldehuela llena de bulleiro ni restos de un urbanismo donde el asfalto ha penetrado a la par que ha languideciedo casi esa romería que desde abajo subía al más que eremitorio iglesia da Nosa Señora do Xurés y su espacio de centenarios carballos conviviendo con ejemplares recién plantados del roble americano. Mirador del valle de Riocaldo y de amplios panoramas desde donde emprendimos una de las más que repetidas marchas hacia las Minas de la Sombras atravesando el río del mismo nombre o de Vilameá, que desde donde se vuelve a cruzar llamado regato de Amoreira por el nombre de la portela de acceso a Portugal por la sierra a altitudes cercanas a los 1.500 metros. Transitamos por térrea pista hasta el paso del río por un puente de férrea estructura y maderero piso, que aun recientemente semi caída en un tramo por un tiempo. Pasado, ya sendero, el vial transita entre brezos y carqueixos principalmente, a veces empedrado y otras de tan erosionado, que laxas y pedruscos al descubierto, cuando la amenidad de un río rugiente y de séquito en todo el trayecto anuncia que veremos cascadas y pozas, alguna intitulada pero la más espectacular sirvió para que en uno de mis tránsitos con acompañamiento de una docena de montañeros, Elvira Cuevillas, la hija de Florentino, de tanta personalidad que no precisare ser recordada por hija de, pero valga para identificarla, la cual al menor rumor de las aguas cuando más precipitadas más la atraían, así que en un plis plás, se esfumó y aparecería, más que bañándose, recibiendo las desplomadas aguas sobre su cuerpo en un cálido abril para sorpresa de los no habituales porque los más sabíamos de su afición a las aguas fluviales desplomadas o remansadas en pozas cuando salvajes, y a las marinas de todo el año por A Lanzada.

Te puede interesar