Opinión

Un ejemplo de integridad

Doce de la mañana, a tibio sol. Más concurrida la calle que nunca. Pareciere festivo sin confinamiento. Una pareja apenas distante centímetros, jóvenes, y que parecen inmunes a todo. Una con dos canes. Dos irresponsables que se cruzan a escasos centímetros. Otros dos, a casa a comer lo recogido en Cáritas; él demanda un cigarrillo, lo enciende, y ella, le acompaña. Después pasa un bus de tan vacío que no se entiende como siguen quemando combustible, a la vista, sin ton ni son. Será para mantener la moral de los confinados por lo que circulan estos urbanos o por aquello de mantener viva la ciudad. Bajo mi balcón los moteros de la pizza trasiegan su mercancía depositándola en la entrada de los pisos y los supongo como en fuga para no ver ni ser vistos de sus comensales. Dos de breve conversa casi salivándose con esa levedad con la que viaja el atomizado líquido.

Mecido en la semi modorra de la solaina me dio por adentrarme en los Diálogos de Platón en los que Sócrates, su omnipresente maestro, concretamente en aquel titulado Critón, en el que este discípulo mantiene una larga conversación con el filósofo sobre la conveniencia de huir de la prisión y escapar de la muerte a la que Sócrates condenado por sus conciudadanos por corromper a la juventud con sus doctrinas, cuando él no quería elegir la del destierro que le parecía ominosa e impropia de un hombre como él. La conversación gira en torno a si debemos desobedecer a las leyes aunque las creamos injustas. 

Aquí Sócrates se muestra partidario de la obediencia, si no ¿cómo se regularían las sociedades?, ¿qué ejemplo daría él, a quien por ejemplar ciudadano tenido, fugándose? Eligió vivir en Atenas acatando sus leyes y ahora no podía contravenirlas aun a sabiendas de que en su caso eran injustas las acusaciones por las que fue condenado. Una serenidad de ánimo que para sí mismo planteaba: ya que yo elegí vivir conforme a estas leyes cuando opción tenia de irme a otras polis y vivir bajo sus leyes, al acatarlas estaba conforme con ellas, qué ejemplo daría si Sócrates, decía, las violase.

Y así estuvo con un Critón que se iba quedándose sin argumentos para convencer al más eximio de los filósofos, cediendo a su lógica aplastante, esperando la muerte cuando el barco que venía de consultar el oráculo de Apolo en la isla de Delos atracase en el Pireo, el puerto de Atenas, ya que ninguna pena debería ser ejecutada mientras la nave surcase el Egeo en un viaje de ida y vuelta. Al final, arribada la embarcación, Sócrates, fiel a sus postulados toma la cicuta y muere. Un ejemplo de integridad y consecuente con unas enseñanzas de las que memoria escrita dejaría Platón. 

Conviene releer lo que un día hasta en griego podías, sobre todo en aquel Preuniversitario, cuando era obligatorio para los de letras, aunque malamente nos desenvolvíamos con el Vanidad de Vanidades, todo vanidad, de san Juan Crisóstomo. Cuando podía haberme enganchado con esa cultísima lengua, la abandoné una vez pasada su obligatoriedad. Por esas cosas que la juventud tiene, suele quedarse uno a medio camino en tantas ocasiones que, como el refrán dice: “La ocasión la pintan calva, cuando aparece aprovéchala, pues no volverá”. Y así fue.

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