Jaime Noguerol
EL ÁNGULO INVERSO
La mirada sabia del barman
El mundo atraviesa una tormenta geopolítica. A los conflictos de Ucrania, Israel y ahora Venezuela, se suma la configuración de dos bloques de poder que, con matices, enfrentan a Estados Unidos y una alianza flexible entre Rusia, China e Irán. La rivalidad entre China y EEUU, actores principales, se ha convertido en el eje central de la geopolítica global y ya no se limita a la economía o la tecnología. Hoy se expresa en la política, la diplomacia y la estrategia global.
En Europa del Este, el Kremlin busca desgastar la unidad de la OTAN y demostrar que su influencia no se reduce a las fronteras de la ex URSS. Al tiempo, Europa y EEUU enfrentan el dilema de sostener a Kiev sin agotar recursos ni credibilidad interna. China sostiene a Rusia mediante comercio, inversiones y respaldo diplomático, desafiando las sanciones occidentales y debilitando parcialmente la estrategia de aislamiento.
En Medio Oriente, Israel se encuentra atrapado en una espiral de violencia con Gaza y en una relación cada vez más tensa con sus vecinos. El factor determinante es Irán, que actúa como potencia regional a través de alianzas no estatales y un discurso de resistencia frente a Occidente. El riesgo de un conflicto ampliado es real, y en él no solo se juega la seguridad de Israel, sino también la capacidad de Washington de evitar que sus compromisos militares se conviertan en una sobrecarga estratégica.
Europa, en este tablero, es un actor secundario que carece de autonomía estratégica real
Venezuela completa el triángulo de tensiones. La disputa por el poder, marcada por elecciones cuestionadas, sanciones internacionales y un creciente malestar social, se cruza con la geopolítica energética. Washington necesita parte de su petróleo, pero se enfrenta al dilema de negociar con un gobierno al que cuestiona en materia democrática. Mientras tanto, Rusia, China e Irán llenan el vacío, consolidando su influencia en un país que, por ubicación y recursos, es una pieza estratégica.
Detrás de la competencia entre Pekín y Washington se encuentra una disputa por controlar la narrativa global, y por definir cómo se interpreta la autoridad internacional y quién tiene la capacidad de moldear las reglas de juego.
Europa, en este tablero, es un actor secundario que carece de autonomía estratégica real. Depende de la protección militar americana, sufre las consecuencias energéticas de la guerra en Ucrania y no logra proyectar influencia decisiva en Medio Oriente ni en América Latina. Bruselas reacciona, más que actúa. Sanciona, apoya, financia, pero no marca el rumbo. Su papel, más de acompañante que de protagonista, confirma su pérdida de importancia.
Estos conflictos no son episodios aislados, sino síntomas de una transición profunda. El mundo unipolar que siguió al colapso soviético se erosiona, dando lugar a una multipolaridad todavía inestable. EEUU conserva ventajas indiscutibles, militares, financieras, tecnológicas, pero enfrenta la presión de un bloque alternativo que combina pragmatismo económico (China), desafío nuclear (Rusia) e influencia regional (Irán).
La historia contemporánea muestra que el mundo que emerge es complejo y lleno de incertidumbre. Observar y analizar estas dinámicas se vuelve más que un ejercicio académico, una necesidad para comprender la dirección de la política internacional y anticipar cómo afectará a millones de vidas en todo el planeta.
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