Opinión

EDITORIAL | El horizonte después de la pandemia

La semana en la que los líderes de la política española encontraron nuevas formas para continuar su monólogo autorreferencial y Galicia dio otro paso en la desescalada ha sido también la semana en la que contamos la brutal caída de la natalidad en Ourense y, cuatro días después, se evidenció el potencial de esta provincia para la instalación de una fábrica de baterías de litio. Sirven estos actores, y lo que representan, para dibujar el paisaje de la siguiente pantalla: cuando las vacunas logren por fin doblegar la pandemia quedarán nuevas heridas junto a todas las dolencias crónicas. Y aquí no bastará simplemente con volver a la vieja normalidad para fijar a los jóvenes y atender a los mayores dentro de un contexto hostil que parece empujar a que unos se marchen y los otros se vayan quedando atrás. El escenario poscoronavirus debe nivelarse sí o sí. 

El ejemplo del posible soporte para coches eléctricos es inmejorable. El Gobierno anuncia una planta en Martorell, la Xunta protesta, Vigo anuncia una alternativa y Ourense queda a rebufo. La competitividad de las auxiliares de la automoción, varios posibles yacimientos de litio, la cercanía con Portugal o la comunicación con la meseta hacen de esta provincia una estupenda candidata para liderar o integrarse en un proyecto de este nivel. Ourense no puede permitirse desaprovechar ni una sola oportunidad mientras se palpan las carencias que deben ser combustible para no esperar a los movimientos aislados o a salvadores externos que, atendiendo a la hemeroteca, pocas veces llegarán por simple inercia. El análisis no es victimismo, son tantos desplantes del BOE en infraestructuras o equipamientos estratégicos. Muchos de estos desequilibrios ya asomaban en la crisis del 93 y explotaron en la Gran Recesión, pero la diferencia es que hoy por primera vez Europa proporciona una respuesta contundente al drama estructural. Lo acaba de resumir Mario Draghi tras inyectar otros 32.000 millones en la economía italiana para empresas y familias: “Es un año en el que no se pide dinero, se da dinero. No hay que mirar ahora la deuda pública”. Y para no desperdiciar este tren será necesario que la sociedad civil combine la presión con la autocrítica, el diálogo con el liderazgo. Por eso es tan alarmante, entre otras cosas, lo que desprende el Concello de la ciudad, paralizado en el peor momento e incapaz siquiera de culminar sin sobresaltos la única gran obra -la Plaza de Abastos- en la que participará a medio plazo. Este es uno de los resultados de la prueba de estrés que soportó la provincia en los últimos 12 meses y que, remarcan los expertos, tiene que servir para transformar las lecciones en aprendizaje. Ahí está constatar cómo la industria y el campo han tirado de las contrataciones, la resistencia de la valiente constelación de pymes, la vitalidad del sector sociosanitario, la reivindicación del peso de la Raia tras su cierre o cómo los atractivos del rural han servido para dinamizar el censo de una parte notable del interior, con los alcaldes reclamando financiación y servicios para evitar que el feliz cambio de tendencia acabe en otro frustrante espejismo. 

Por todo esto, la necesaria proactividad deberá encontrar respuestas a la altura. Y la misma lógica que el Gobierno usa para priorizar en el primer reparto de ayudas directas a las zonas de España más castigadas por el cerrojazo al turismo lleva a recordar que Galicia debe tener un trato preferencial en la distribución de los 10.000 millones anunciados contra la despoblación hasta 2023. Una discriminación positiva que, lamentamos, no se ha reflejado de momento en los últimos presupuestos del Estado, en los fondos Covid, en los React-EU ni en lo que se ha podido conocer de los Next Generation. Sin sensibilidad territorial será muy complicado, tras ayudar a los sectores más dañados por las restricciones -entre los que el Ejecutivo debe corregirse para incluir al vino tras un olvido incomprensible-, avanzar en la cohesión social, construir empleo y respaldar a pivotes tractores como el textil, el agroalimentario, el patrimonio o impulsar singularidades como el Entroido o Manzaneda. 

El reto es formidable pero no exige quimeras sino valentía y la mejor cooperación pública-privada, traducida, por ejemplo, en acompasar las demandas de las empresas ourensanas con la oferta formativa. No hay espacio para repetir los errores del Plan E ni tampoco para malgastar valiosas partidas. De recordatorio de los viejos derrapes llegó el anuncio de la demolición del esqueleto del centro de parques naturales en el que se enterraron 2,3 millones de euros a las orillas del Miño. Sirva al menos ese triste fiasco para reclamar a las administraciones criterio en la repartición, captación y ejecución de los recursos públicos, y también funcione de acicate para convertir las malogradas ruinas en un refuerzo del catálogo termal de la ciudad, maltratado por el actual equipo de gobierno municipal y que necesitará culminarse con un hotel-balneario. Porque como señaló el martes el presidente de la Diputación, Manuel Baltar, solo así se completará otro de los motores ourensanos junto al AVE para un horizonte en el que también llegará la candidatura a la Unesco de la Ribeira Sacra, la reapertura del Arqueológico o el centro de FP. 

Imaginar el futuro de Ourense deja inevitablemente claros y oscuros. Pese a los datos en contra, todos los antecedentes y la amenaza de la cuarta ola, en el primer domingo de primavera se encuentran esperanzas de recuperación que deberán abrirse con fuerza ya este mismo verano. Y solo un recordatorio final: qué mejor momento que esta época sepultada de incertidumbres para reencontrarse con la misma esencia de la política, la que sirve para solucionar los problemas reales mientras diseña las aspiraciones colectivas. Nunca como ahora se ha necesitado tanto.

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