Opinión

Jácome: nos gobierna Murphy


La única ley que impera en el Concello de Ourense es la de Murphy: “Nada es lo suficientemente malo como para no poder empeorar”. Hace años que los males de la institución estaban diagnosticados, pero ceñidos a la oposición donde solo se hacía ruido. La gangrena institucional se ha hecho más evidente una vez que las elecciones municipales del 2019 dejaron una distribución de concejales que los intereses políticos cortoplacistas mantiene aún a día de hoy. Durante el último pleno municipal quedó de manifiesto nuevamente que el ejercicio político es ya desquiciante y la institución, una tapia contra la que la sociedad ourensana puede estrellarse una y otra vez sin conseguir hacer mella.

El alcalde, Gonzalo Pérez Jácome, se mostró en el pleno del viernes como ese personaje grosero, energúmeno, que creció engordado por un populismo de opereta bufa que alimentaba en su momento los chistes de bar y hoy los memes de las redes sociales. Este atrabiliario ser llamó en el salón de plenos “matón y macarra” al portavoz del BNG, Luis Seara, al que acabó echando de la sesión exigiendo la presencia de la Policía Local por si su solo mandato imperativo no llegaba. Fuera de sí, profirió descalificaciones también contra otros miembros de la Corporación, una forma de actuar en la que se encuentra especialmente cómodo.
Y es que Jácome no ha conocido otra cosa. Ha insultado desde la oposición, lo hace también desde el gobierno, confundiéndolo todo. Acredita con el paso de los días que lo suyo no es gobernar una ciudad, sencillamente porque no sabe. Lo suyo es la destrucción, el desmontar servicios, el cerrar dotaciones, el imaginar quiméricas mejoras para una ciudad que boquea sin reacción ni remedio a la vista. Hasta se ha opuesto a las cosas que ahora se están haciendo. La tercera ciudad de Galicia (por poco tiempo, porque va camino de ser la cuarta gracias a su gestión) se contenta estos días con parches y un poco de asfalto.
La falta de respeto es su forma de expresarse y con eso cree ser merecedor de los miles de euros que se lleva de los impuestos de los ourensanos, que sólo le importan para votar cada cuatro años y pagar sus impuestos con la cobardía de regímenes destructivos a los que Jácome imita con gran éxito. 
Y mientras, la Corporación asiste incómoda pero impávida a la deriva de la institución sin ser capaz de ofrecer una alternativa. Las astracanadas del alcalde se sustentan en su propia incapacidad, pero también en los votos que le mantienen. 
La suya fue la tercera opción electoral en 2019, pero es la primera merced al apoyo que le sigue dando el PP. Los populares abandonaron una vez a Jácome y volvieron, y abandonaron el viernes el pleno cuando se percataron de que los despropósitos del alcalde habían traspasado todos los límites. Pero, que se sepa, ese es el único plantón previsto.
Mientras todo este delirio se sucede a diario, la ciudad sigue abandonada, acomplejada y avergonzada por el comportamiento de un regidor sin escrúpulos, guiado solo por el interés de un sueldo (de unos sueldos, en realidad) que ni de lejos merece, como demuestran sus constantes desaciertos y desatinos. Pero, como ya se dijo en estas páginas, sería bueno que recordáramos en el frontispicio del Concello de Ourense lo que Dante leyó en las puertas del infierno: “Abandonad toda esperanza, vosotros que entráis aquí”. 
En realidad, con la catadura que demuestra el alcalde, le va bien cualquiera de las leyes de Murphy. Esta por ejemplo: “Cuando algo está predestinado a que salga mal, no te preocupes, saldrá mal”. Y muy mal está saliendo. “Objetivo cumplido”, pensará.

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