Opinión

La ciudad menguante

Para medir el impacto que tiene la política real sobre una ciudad basta comparar la evolución tomada en la última década por Vigo y Ourense. El desarrollo de ambas estaciones intermodales, con sus escandalosas diferencias, ejemplifica hasta qué punto influye contar con políticos que reivindican lo propio con valentía frente a cualquier interés partidista o por el contrario sufres a una especie de no-líderes timoratos expertos en chapotear entre naufragios.Y por eso Vialia se inauguró el 30 de septiembre dentro del reluciente diseño de Thom Mayne mientras la capital ourensana recibirá el AVE en una estación de tren demacrada, sin fecha para su reforma y con una terminal de autobuses que no supera el calificativo de triste apeadero con dársenas espaciosas.

Provoca envidia sana visitar la moderna terminal de autobuses de Santiago o reflexionar cómo Vigo, sin tener fecha para la llegada de la Alta Velocidad, ha superado los obstáculos intrínsecos a una obra de más de 200 millones de euros sumando la implicación de tres administraciones -Concello, Xunta y Adif- de diferente color político: el resultado cumple el objetivo de la intermodalidad a la vez que mueve la economía, recupera espacio público y resuelve problemas urbanísticos pensando en el mañana. Cualquier parecido con lo sufrido por Ourense es una casualidad. Porque el terremoto de la Operación Pokemon, el cambio en La Moncloa y las heridas económicas acabaron con el plan original de Norman Foster y desde ahí, los diferentes ciclos políticos y alternancias solo han venido a dibujar la dolorosa desatención histórica que sufre esta provincia y el nulo interés de los diputados ourensanos del PP y PSOE por reivindicar a su tierra más allá de los clichés de cada campaña electoral. Es un hecho que seguimos muy lejos de políticas territoriales efectivas, pero estas dinámicas injustas no pueden desviar hoy el foco: si algo han aprendido los ourensanos en los últimos años es que es una ilusión esperar el rescate externo si en en tu ámbito local los políticos ya han dimitido antes de cualquier tipo de defensa común de los proyectos estratégicos. La deriva de la intermodal retrata cómo hemos llegado hasta aquí, con un carrusel de plenos estériles, el exalcalde Jesús Vázquez tratando de defender lo indefendible, concejales alternando posturas según su instinto de supervivencia y el actual regidor dando insólitos volantazos -de pedir una estación de “100 millones” a decir que no le importaba renunciar a ella a cambio de la conexión directa con Vigo-. En el fondo, qué esperar de políticos incapaces siquiera de tramitar la donación de una residencia de ancianos de 120 plazas.

Gonzalo Pérez Jácome padece ahora el fango que creó y del que se nutrió durante tanto tiempo. Pero por desgracia el problema ya traspasa al grupo de gobierno y la oposición. Esta sensación de haber tocado fondo cala en los huesos de una ciudad que parece menguar día a día frente al vitalismo de otros municipios. La mayoría de actores sociales están sorprendentemente mudos dentro de una urbe que pasó del desencanto a la resignación, y de ahí a la somnolencia. Murcia, por ejemplo, consiguió con protestas el soterramiento del AVE para evitar el aislamiento de los barrios del sur de la ciudad mientras Ourense veía cómo su paciencia solo ha sido la antesala de más retrasos e incumplimientos. Después de tantos titulares históricos y grandilocuentes adjetivos sobre la que iba a ser la “gran estación central de Galicia”, la realidad ha dejado un proyecto afeitado, repleto de oportunidades perdidas en el plano económico y urbanístico -a la cicatriz divisoria de A Ponte y O Vinteún se le unirá un muro en la avenida de Marín- y que reborda falta de ambición ante la repotenciación de Ourense en el mapa ferroviario.

En 2010, este periódico titulaba unas jornadas informativas sobre el AVE señalando “Ourense sigue buscando su nueva estación”. Once años después todavía no la ha encontrado. Ni tampoco a unos líderes capaces de llevar la ciudad al futuro.

Te puede interesar