Opinión

Reino de Taifas

Cuando, el 20 de diciembre de 1973, voló el presidente Carrero Blanco hasta el patio de la Iglesia de los Jesuitas en la calle madrileña de Claudio Coello (superando los seis pisos del edificio impulsado por una bomba que colocó ETA en un túnel excavado desde un bajo alquilado en el número 104 hasta el centro de la referida vía, sin que ningún servicio de seguridad se percatara de la maniobra terrorista pese a dos datos de curiosa notoriedad: el primero, la repetición diaria del trayecto efectuado por el coche de la víctima, el segundo y más notorio, la cercanía del lugar elegido para el magnicidio a la Embajada de Estados Unidos, menos de cien metros); cuando esto pasó, nadie pensó que sería nombrado sucesor el que en aquellos momentos era el responsable de la Seguridad Nacional, el ministro de la Gobernación, a la sazón Carlos Arias Navarro.


Cuando menos de dos años más tarde, una vez Franco falleció, el que el 22 de noviembre de 1975, una vez jurados los Principios Fundamentales del Movimiento, fue nombrado Rey de España con el nombre de Juan Carlos I confirmó como presidente del primer Gobierno de la Monarquía al señor Arias Navarro; cuando el 3 de julio de 1976, éste fue obligado a dimitir por lentorro en la apertura democrática y, tras artística maniobra de Torcuato Fernández Miranda, accedió a la Presidencia del Gobierno otro personaje que también, y para temor de muchos, había jurado los Principios Fundamentales del Movimiento. Pero, pelillos a la mar, el milagro se produjo y la transición entró en ‘movimiento’. Hasta ese momento sólo Cataluña, País Vasco, y en menor presión Galicia y Andalucía, habían planteado hacia años la cuestión autonomista, aunque es necesario recordar la especial situación de Navarra desde antes de la codificación. Con la transición se inició el llamado Estado de las Autonomías y la gresca por las competencias, ‘un bombón para mí también que se lo has dado a mi hermano’.


Los parlamentos empezaron a parir, los funcionarios a crecer en número, los políticos de medio pelo a prosperar y la ‘Nación de Naciones’ fue tirando mientras la economía -léase ayudas europeas- se lo permitieron. Pero llegó la crisis, esa que no existió hasta que se nos metió a todos en casa, y la cosa se ha puesto fea. ¿Puede España tener más de 1.200 cargos con automóvil? No sólo pecó el Audi de Touriño. ¿Puede el Estado mantener tal número de diferentes legislaciones para temas iguales? ¿No va siendo hora de aterrizar y modular con cordura la situación? La Administración cercana es positiva, la Administración ‘encima’ y tan cara es insoportable. Abur.


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