Opinión

La soledad y el Rey

Ahora resulta que también se ha liado porque el Rey ha tenido que

salir a la palestra en defensa propia y de la institución que

representa. ¿Y por qué lo ha hecho? Se preguntan algunos. ¿No concede

así una relevancia que no tienen un grupúsculo de radicales

incendiarios? ¿No crea una alarma innecesaria sobre la fortaleza de la

monarquía y abre un debate inexistente en España monarquía-republica?

En los últimos tiempos cualquier motivo es bueno para la controversia y

aunque es ciertamente inusual y por supuesto excepcional, que el jefe

del Estado entre directamente en polémicas  políticas puntuales, la

ocasión era oportuna.

   Si la cara es el espejo del alma, el rostro serio y preocupado de

Don Juan Carlos nos da la medida del ánimo con que la Casa Real está

viviendo estos acontecimientos. Sus palabras con motivo de la

inauguración del curso universitario en la universidad de Oviedo fueron

escuetas: 'La monarquía que sustenta nuestra Constitución ha propiciado

el más largo periodo de Estabilidad y prosperidad en Democracia vividos

en España', pero muy elocuentes y también certeras. Sin embargo tras

ellas daba la impresión de esconderse un  profundo sentimiento de

soledad.

   El pasado sábado, en esta misma sección, yo denunciaba en un

articulo titulado 'la testa Coronada' el silencio cómplice de algunos y

la tibieza de otros a la hora de defender el mandato Constitucional por

el que en 1978 todos los españoles decidimos el papel y las funciones

de la Jefatura del Estado. Decía que una vez más teníamos una sociedad

civil adormecida e inexistente incapaz de mojarse salvo en contadas

ocasiones y criticaba la ambigüedad de los partidos Políticos

mayoritarios y otras poderosas instituciones como la Conferencia

Episcopal. Personalmente no me considero monárquica, ni defensora de

que nadie tenga privilegios añadidos por el mero hecho de su

nacimiento, pero sí he sido juancarlista -como la inmensa mayoría de

personas de mi generación que hemos constatado cómo el Rey ha sabido

dar estabilidad a nuestro país en momentos muy difíciles y superó con

éxito y con creces la prueba del algodón aquel lamentable 23-F.

   Es el mismo rey quien ha dicho en múltiples ocasiones que debe

ganarse el sueldo todos los días y es cierto que no puede bajar la

guardia por mucho que la corona sea, según todas las encuestas, la

institución mejor valorada en nuestro país. La prueba evidente de que

somos un país de excesos es que en cuestión de horas y desde que el Rey

alzó su voz para defenderse a sí mismo hemos pasado de un silencio

atronador por parte de casi todos a una catarata de adhesiones de todo

tipo que además de tardías no dejan de ser oportunistas. El rey no está

solo, pero ha tenido la sensación de estarlo y eso es un mal síntoma y

no porque necesite el halago de grupúsculos más o menos pelotas o más o

menos cortesanos sino porque lo que se pone en cuestión es si detrás de

todo este lío a lo peor que se debilita no es a la corona sino lo que

ella representa, es decir, la fortaleza de una nación: España.

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